Corría el año 1992, era yo muy joven (veintitantos años), cuando entré al Congreso del Estado. En ese entorno conocí al Lic. Francisco Molina Ruiz, mejor conocido como “Paco” Molina —entonces, Procurador General de Justicia de Pancho Barrio—, a los pocos años entré al PAN.
Hace pocos meses, platicando con don Paco, le decía yo que la única persona que tuve en mente para dar ese paso, fue él. Ni de lejos pienso hacer un comparativo de nuestras respectivas biografías, estoy a años luz de igualar la suya, ejemplo de vida en más de un sentido; durante la última charla que sostuvimos, me regaló tres libros que, tristemente, ya no tendremos oportunidad de comentar. Descanse en paz, señor, nos vemos luego.
Entrando en materia, visto el título de estos párrafos, diré que el sábado a media tarde estaba esperando a una buena amiga para comer, y sin nada mejor qué hacer, cree un grupo de Whatsapp: Xihuahua Chihuahua con Xóchitl Gálvez; menos de 24 horas después, ya sumábamos más de mil almas [si usted desea unirse, aquí está la liga: https://chat.whatsapp.com/BJMDbiT4AFsAqnpprOHibo].
En diversas ocasiones he manifestado mis dudas sobre la eficacia de las medidas que la oposición ha adoptado frente al régimen autocrático de AMLO; con todas sus letras escribí hace tres semanas: “Los partidos políticos deben dejar de tener secuestrado el proceso de selección. No pueden ser las cúpulas, ni los directivos, ni las jerarquías, quienes decidan a nuestro candidato; para poder llamarlo verdaderamente así “nuestro”, necesitamos un proceso abierto, duro, sin mancha, sin pseudotapados favoritos de algún dirigente de partido, que legitime a nuestro paladín”.[1]
A la semana siguiente escribí: “En los últimos días, la actual Senadora de la República por el PAN [Xóchitl Gálvez] ha acaparado la atención nacional e internacional por la defensa de su buen nombre. El lunes pasado, la política acudió puntual a las seis de la mañana a las puertas de Palacio Nacional para ejercer su derecho de réplica en La Mañanera; ello, merced a un amparo que le concedió un juez federal. La sorpresa (que no lo fue para nadie, en realidad) fue que el presidente Andrés Manuel López Obrador le impidió el acceso. Al día siguiente, orondo, AMLO señaló que su proceder se justifica ‘porque lo que está haciendo [Xóchitl] es publicidad’”.[2]
En ese punto estamos. A no dudarlo, Xóchitil Gálvez es la respuesta a las plegarias de quienes durante años esperábamos un error por parte del presidente capaz de dar al traste con su narrativa. No lo consiguió la matanza de hombres, mujeres y niños en una alberca de gasolina en Tlahuelilpan, Hidalgo (sí, en Hidalgo. Donde debió iniciar la caída de López Obrador, ahí mismo va comenzar la reconquista del país), los sobres repletos de billetes entregados (todo filmado) a los hermanos del presidente, los automóviles de Gertz, las fincas de Bartlett, la Casa Gris de su hijo José Ramon, el tráfico de influencias de su hijo Andrés, les negocios de Jelipa (su prima), la caída de la línea del Metro, los más de setecientos mil muertos por el pésimo manejo de la pandemia, los cientos de miles de ejecutados y desaparecidos, la entrega del país a los milicos (entre militares y micos), nada parecía poder cimbrar al presidente… y llegó Xóchitl. Con su sencillez, con su astucia, con su engañosa dulzura, su falsa mansedumbre, su ánimo entero, su clara inteligencia y su corazón a prueba de bombas, gracias a Dios llegó Xóchitl.
Fue ella quien hizo tropezar al presidente; ella, la artífice de su inevitable caída; ella, la única capaz de derrotarlo en la única arena que el presidente solía dominar: la del discurso público. Toda la narrativa de Andrés Manuel, todo lo que alguna vez él aspiró a representar lo encarna ella: humilde, indígena, marginada, mujer, Xóchitl encarna todas las calamidades que este país oferta —a menudo con demasiada generosidad— a sus hijos más desventurados.
Para los que no lo saben: Xóchitl nació el 22 de febrero de 1963 en Tepatepec, Hidalgo; es hija de padres indígenas y de niña trabajaba vendiendo gelatinas para apoyar a su familia; cuando tuvo edad para trabajar, se inició como escribiente del registro civil en su pueblo natal (¡Ay! Así se jubiló mi mamá); tras su sueño de superación alquiló un cuarto de azotea en Iztapalapa mientras estudiaba en la UNAM ingeniería en computación y lo consiguió; cuenta con distintas especialidades: Robótica, Inteligencia Artificial, Edificios Inteligentes, Sustentabilidad y Ahorro de Energía; cuando estudiaba la carrera, trabajó como telefonista; en el cuarto semestre, entró a trabajar al INEGI; y en 1992, fundó su propia empresa, High Tech Services, dedicada al desarrollo de proyectos de alta tecnología, diseño de edificios y áreas inteligentes, ahorro de energía, automatización de procesos, seguridad y telecomunicaciones.
Eso es en lo profesional, en el área social, su biografía no para ahí; empresaria exitosa, no dejó su labor, por el contrario, amplió sus responsabilidades y creó la Fundación Porvenir, a fin de combatir la desnutrición en los niños indígenas de los estados de Hidalgo, Oaxaca, Chiapas y Veracruz, entre otros.
En el servicio público —el auténtico servicio público, no la farla (entre farsa y burla) morenista—, el año 2000 resultó crucial. Ese año, Vicente Fox la buscó e insistió en que se uniera a su gobierno como titular de la Oficina de la Presidencia para la Atención de Pueblos Indígenas. Así empezó su carrera política y lo demás, lo demás ya es historia.
Querida lectora, gentil lector, súmese a esta cruzada que recién comienza y no sea testigo de la victoria que se avecina en nombre del pueblo de México; sea parte de ella; por aquí le estaré informando de las acciones por venir; por lo pronto, únase a la fiesta de la democracia, apúntese: xochilove.rs/voluntario
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Luis Villegas Montes.
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