Mientras tanto, allá, el consumidor de clase media blanca —el que va a terapia y come orgánico— se mete cocaína en fiestas privadas como quien toma agua de limón; y, si se muere, es “una tragedia de salud pública”. Acá, en el barrio, a media calle, en Latinoamérica, en cambio, si a alguien lo matan en un fuego cruzado, es “daño colateral”.
El nuevo credo gringo dice así: México ha perdido el control de su territorio. ¡Válgame Dios! ¡Qué maravilla! ¿Eso lo supieron en Washington desde cuándo? Aquí, pobre ignorantes, pensábamos que era un simple problema de topografía, ya sabe: zonas montañosas, pueblos lejanos, alcaldes desaparecidos, policías que se niegan a patrullar de noche, pero no: es que el Estado ya no tiene el control. Muchas gracias por la información.
El asunto es lo que se nos viene encima: drones, fondos condicionados, listas negras, amenazas de intervención y, por supuesto, la idea peregrina de que los cárteles deben ser declarados “organizaciones terroristas”. ¿Qué sigue? ¿Bombardear Culiacán como si fuera Kabul? ¿Mandar marines a Michoacán a “liberar” a la población? ¿Firmar tratados para “restaurar la democracia” en Apatzingán?
No se confundan, no estoy defendiendo al narco ni, menos, voy a negar la evidente podredumbre institucional que carcome a México; pero hay que tener estómago de fierro para tolerar que los mismos que mantienen la industria farmacéutica más letal del planeta —la que provocó la epidemia de opioides con receta— vengan a sermonearnos sobre la ética del combate al crimen. Eso sin mencionar el sutil detalle de que, cuando aquí se detiene a un capo, allá lo convierten en estrella judicial. Lo extraditan, lo juzgan, hacen un reality show de su juicio y se lavan las manos como Poncio Pilato con traje de la CIA en vez de toga senatorial. Lo que pase antes o después les importa un comino porque, obvio, es más fácil repartir culpas, lanzar informes, declarar crisis y posar para la foto. Lo difícil sería asumir que el monstruo es binacional, que el crimen es transfronterizo y que la doble moral no resuelve ni media sobredosis.
Hipocresía institucionalizada, compartida y repetida hasta la náusea, por cierto, en un México podrido hasta la raíz; donde sus habitantes aúllan como animales, heridos de muerte porque un cineasta francés se atrevió a reflejar en una película, la realidad nefasta que vivimos a diario los mexicanos.
Así que, por una parte, gracias Tío Sam. Gracias por tu análisis agudo, por tu preocupación desinteresada y, sobre todo, por tu infinita capacidad de ver la paja en el ojo ajeno mientras consumes montañas de cocaína en el grandioso país; empero, don’t worry be happy, no te preocupes, no te inquietes, de nuestra parte, seguiremos fingiendo que nos sorprende tu diagnóstico, en tanto tú finges que no eres parte del problema y no de la solución.
Por otra, gracias gobierno mexicano, gracias ejército mexicano, gracias presidente de México, Claudia Sheinbaum. Gracias por su visión clarividente, por su interés genuino en resolver los problemas del país y, sobre todo, por su asombrosa habilidad para ignorar el elefante en la habitación mientras hace malabares con discursos vacíos y promesas recicladas. No se preocupen, sean felices, no se agobien: de nuestra parte, seguiremos fingiendo júbilo ante sus logros imaginarios, en tanto simulan que todo va viento en popa, como si no fueran, ustedes también, parte del problema y estuvieran lejos, muy lejos, de cualquier solución.
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Luis Villegas Montes.