El día de ayer ocurrió una escena de antología: el Senado de la República se convirtió en un teatrillo de carpa barata; al fondo, en el estrado, aparece el gran actor de comedia involuntaria, el eterno hablador, el desvergonzado profesional, el mequetrefe proverbial: Javier Corral Jurado; y como no podía ser de otra manera, fiel a su costumbre, volvió a abrir el hocico para vomitar su sarta de infundios.
Transcurridas tres horas con 35 minutos de la sesión (querida lectora, gentil lector, revise la siguiente dirección: https://www.google.com/search?
Sí señor, Javier Corral no es un político, es un performance fallido, un sketch mal actuado de lo que alguna vez quiso ser un tribuno virtuoso y acabó de matraquero del oprobio. Su tránsito por la vida pública ha sido como el de una rata enloquecida en un gabinete de porcelana: mucho ruido, muchas roturas y al final… una peste insoportable. Lo suyo no es el servicio, sino el circo: cada intervención suya, cada “pronunciamiento categórico”, es una cabriola desesperada por no ser olvidado, un chillido más para no desaparecer bajo el fango de su propio descrédito.
Así que cuando el hoy Senador de MORENA (¡ay, qué delicia escribirlo así!) pretende insultar llamándome “una vergüenza para el Tribunal”, lo único que hace es certificar su propio naufragio ético. Porque si alguien sabe de vergüenzas —propias y ajenas—, si alguien ha hecho de la deshonra un modo de vida y del trapecismo moral una vocación incesante, ese es Javier Corral; sus ladridos los agradezco viniendo de quien vienen: uno que hace rato dejó de distinguir la decencia del excremento.
Porque, a ver, Javier, ¿vergüenza yo? ¡Vergüenza tú, infeliz! Que no sólo te fuiste por la puerta trasera del PAN, sino que la cerraste con pestillo y ahora andas mendigando cariño entre faldas y braguetas de morenistas, como perro apaleado que cambia de amo cada sexenio. ¿Vienes tú, precisamente tú, a hablar de vergüenza en el Poder Judicial? El mismo que intentaste manipular con tus llamadas indecorosas, tus imposiciones ilegales y tus grotescos experimentos con Lucha Castro y compañía.
¿Qué sabes tú de la judicatura, si nunca supiste ni de derecho constitucional ni de administrativo, y menos de moral pública, estudiantillo (ahora más que nunca de cuarta), leguleyo de mentiritas? Lo tuyo ha sido siempre el alarde, la grilla, el autoelogio, el berrinche. El uso de tribunas —antes las de Acción Nacional, ahora las del MORENA— para arremeter contra todo aquel que ose llevarte la contraria, o peor aún, recordarte tus bajezas. Te crees paladín de la democracia cuando en realidad eres un peón disfrazado de rey.
Es patético —no hay otra palabra— que un hombre con tu historial, lleno de lodo y oportunismo, se atreva a poner en duda mi trayectoria, cuando tú no puedes mirar atrás sin encontrarte con los escombros de tu propia desvergüenza. Tú, que te cagaste —con perdón de la expresión, pero no hay otra— en todo lo que decías defender: en la independencia judicial, en el PAN, en el federalismo, en el respeto institucional. Cada principio que invocabas en tus floridos discursos hoy yace pisoteado bajo tus zapatos sucios de traición.
Ya puestos, déjame recordarte algo, Javier: tú no estarías en el Senado, ni habrías sido diputado, ni senador, ni gobernador, sin el trabajo de muchos a quienes luego escupiste. Sin mi presencia, mis litigios, mis escritos, mi lucha… mis pantalones. Sin mi entrega, que tú, ingrato y miserable, convertiste en tu pedestal momentáneo para luego empujarme por la borda en cuanto ya no te servía. De ingratos como tú, está llena la historia… pero también la historia se encarga de ponerlos en su lugar.
Así que no, Javier, no soy una vergüenza. Soy un hombre (yo sí) íntegro, un abogado de carrera, alguien que ha dedicado su vida a las leyes y a las letras. Tú, en cambio, eres la encarnación del fracaso político y moral. Un bufón sin gracia, un Judas sin remordimiento, un hablador compulsivo que ya ni se escucha a sí mismo. Tu palabra vale lo que una promesa en mitin de campaña: aire caliente, saliva desperdiciada.
Con tu venia, caro Senado, pero el que debe pedir disculpas públicas —y no sólo a mí, sino a Chihuahua entero— eres tú, Javier Corral; y si algo de honor o vergüenza te queda (que lo dudo), accede a un debate público, donde sin asesores ni tarjetitas, pongamos las cartas sobre la mesa y se vea quién es quién.
Spoiler: no vas a responder. Porque la verdad no está de tu lado, porque eres un cobarde (múltiples videos en lugares públicos dan fe de ello) y porque la historia te va a recordar no como un defensor de la justicia, sino como un pelele gritón, un traidor serial y un cobarde de marca.
Te espero. Donde quieras, cuando quieras. Como siempre,
Doctor Luis Villegas Montes, Magistrado. Con todas sus letras. Aunque te pese.