Seguramente estaremos de acuerdo que todo mundo pasamos por situaciones difíciles en la vida. Es más, Jesús mismo nos advierte que así será, Él dice “…en el mundo tendréis aflicción…” (Jn. 16:33) Y tener un corazón dolido, amargado, herido, rencoroso y las heridas no sanadas son un veneno mortal para la vida y “encarcela” el alma “Saca mi alma de la cárcel para que pueda alabar tu nombre” (Sal. 142:7) La comunicación con Dios, la relaciones interpersonales y aún el bienestar personal, se ven dañados por corazones o emociones no sanados. Dice en proverbios 15:13“El corazón alegre hermosea el rostro, más por el dolor del corazón el espíritu se abate”
Para ser sanado, debo reconocer en primer lugar, que algo no está bien en mí. En segundo lugar, creer que el Señor Jesús puede sanarme, él mismo dice “…he venido a sanar a los quebrantados de corazón…” (Lc. 4.18)
Una pregunta, hipotéticamente hablando, si usted fuera Dios ¿Dónde le gustaría vivir? ¿Viviría en un corazón amargado, lleno de oídio, de rencor, de deseos de venganza, de resentimientos, de celos iras, pleitos y contiendas? ¡Seguramente no¡ ¿Qué haría entonces? Seguramente sanar ese corazón. Pues mi estimado lector, eso es exactamente lo que Dios quiere hacer el día de hoy con tantos miles y miles de corazones quebrantados que existen el día de hoy.
Él conoce el dolor que hay en cada quien, Él todo lo sabe. Y cuando le pedimos que venga a nuestro corazón, Él nos puede sanar porque conoce nuestro dolor. Y estoy convencido que Él llora con nosotros cuando acudimos lo buscamos con todo nuestro corazón y fe. Cuando le pedimos que venga a nuestra vida, el amor de Dios desciende a nuestro corazón y sana nuestras heridas.
Entre más amor de Dios, más y más sanidad. Entre más amor de Dios y más sanidad, más perdonamos a quien nos ha lastimado. Y entre más perdón más vida feliz, más bienestar, porque el perfecto amor de Dios hecha fuera el rencor, el odio y cosas parecidas a estas.
Entre más amor de Dios, más paz. Jesús dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (J. 14:27) Esa paz viene cuando nos reconciliamos con Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo (Ro. 5:1) Podemos tener paz con Dios, paz con nuestro prójimo (Ro. 12:8) Y paz con nosotros mismos.
Entonces nos podemos convertir en personas compasivas. Y hoy más que nunca, en un mundo convulsionado por el dolor de la muerte, de la pobreza, la injusticia, el sufrimiento y muchos males más, se necesitan personas sanas de corazón y compasivas como en la historia de buen samaritano, donde dos que conocían de hacer misericordia, un sacerdote y un levita, no la hicieron, solo pasaron de largo, pero uno de quien un judío no podía esperar absolutamente nada, fue quien hizo misericordia al que se encontraba tirada en el camino (Lc. 10:25-37)
La vida de muchas personas, tristemente, es un desastre, un caos. Ellas no necesitan la opinión, la crítica o juicios de otro. Necesitan compasión, necesitan samaritanos que limpien sus heridas y les ayuden a sanar los golpes que han recibido. Necesitan que alguien haga algo por ellos. Necesitan que alguien les de esperanza. Que alguien les lleve sanidad. Que alguien les muestre la misericordia y el amor de Dios. Ellos necesitan de un amigo que sientan un interés genuino por ello y tome tiempo para escuchar su historia.
Este mundo está desesperado por experimentar el amor y la compasión de Dios, pero lejos de Dios nada podemos hacer (Jn.15:5)
Cuando Dios sana nuestro corazón, y pone amor y compasión en el corazón te nos está brindando la oportunidad de hacer algo trascendental en la vida de alguien, aunque quizá a nuestros ojos no lo parezca, para ellos sí. Y no sólo será algo trascendental para ellos, sino también para nuestras propias vidas.
Una persona con un corazón sano, que tiene paz y compasión, es una persona correcta para ella misma, para su familia y para este mundo.
Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.
Pastor J. Andrés Pimentel M.