Los fotógrafos están
desolados, sin empleo y de luto.
¿Quién no tomó una foto de su familia, sus amistades o un paisaje?, ¿cuántas fotografías iban llenando los álbum coleccionables que se disfrutaban en reuniones familiares o de amigos? ¿El día del bautizo del hermano o sobrino, la primera comunión de la hermana, el primer equipo del que formamos parte o el día de la graduación, la foto de la primera novia y la excursión de aventura?
La fotografía significaba detener el tiempo o, más bien, atraparlo y dejarlo encerrado en un papel al que después lo adornábamos con un bonito y original marco. Las fotografías eran el recuerdo coleccionable que nos dejaban los viajes, los lugares exóticos y extraños. Era atrapar un hecho histórico, con personajes y protagonistas que hacían historia con sus hechos.
La filosofía de la fotografía[1] dentro de los análisis de la comunicación era un proceso de adentro hacia afuera. El ojo captaba el exterior, la realidad. Nuestra vista buscaba escenarios, atractivos o inéditos, paisajes memorables o significativos, colores vivos o combinaciones claroscuros. De hobbie se fue convirtiendo en arte y técnica porque era el escáner visual para captar y atrapar la realidad. Era eternizar un momento y una persona, un tiempo y una circunstancia irrepetible, memorable y trascendental.
Eso ha sido parte de la importancia de la fotografía. Su invento revolucionó la forma de perpetuar a personas y lugares con dos actores o protagonistas muy definidos y un tercero que sería la cámara. El actor principal era quien activaba la cámara fotográfica y la otra parte el objetivo, cosa o persona.
La bendita tecnología vendría a dar un vuelco atroz y radical: desaparecen los actores y solo queda uno y su teléfono celular. Eso es todo y el objetivo es el propio sujeto. No requiere ni deja que nadie le tome fotografías, ni se busca el ángulo y luz adecuados, ni la pose o el peinarse. No, nada de eso.
La palabra original es self o yo. El término selfie tiene la gracia de los tiempos, sugiriendo un aspecto diminutivo, algo asi como, una “fotito”[2] y esto se ve como la culminación de un proceso de individualismo con el concepto de autofoto.
Tal vez los antecedentes estarán en los autoretratos de pintores famosos hace siglos, quienes aprovecharon sus atributos artísticos para agregarlos a su colección de arte. Desde Leonardo Da Vinci o Vincent Van Gogh, original por su oreja vendada, la mexicana Frida Kahlo en su autoretrato doble con dos Fridas, Rembrandt, Pablo Picasso, Caravaggio, Diego Velázquez o Andy Warhol pasaron a la posteridad y los más antiguos nos permitieron saber cómo eran cuando no existían cámaras y los posteriores lo hicieron para saber cómo se veían ellos mismos. Sin duda es el antecedente técnico o artístico de la selfie.
Sin embargo, la mitología ya captaba esa ilusión de embelesarnos con nosotros mismos en la figura del joven Narciso que tanto se fascinó de verse a sí mismo en el reflejo del lago hasta que cayó ahogado en las aguas de la vanidad.
Del reflejo en el agua surgió la inspiración para el espejo que es una reflejante en un vidrio que utilizan nitrato puro de plata, agua con determinado porcentaje de amoniaco, sales de Rochelle y agua destilada que se aplica a una base y refleja luz que proyecta las características detalladas de los objetos en esa superficie. Eso dicen, los que saben sobre la materia.
Pero el impacto del espejo en las personas será contundente durante siglos y en diferentes culturas que ciertamente tenían un lugar adecuado como en lo que eran salas de belleza, peluquerías, cubículos para probarse ropa nueva. Con la llegada del celular, la cámara incorporada sirve de espejo que lo podemos ver a cada instante para vernos.
Por monjes como Thomas Merton[3], que fue teólogo, escritor, místico y que a pesar de su vida de clausura en un monasterio trapense nos dimos cuenta, por medio de sus obras, que, la principal regla en el monasterio era orar y trabajar, con una lucha intensa contra la vanidad y soberbia humana. Entre algunas de sus restricciones era la negativa de tener un espejo en su celda como muestra de no distraerse en lo temporal y físico. Simplemente no se veían en espejos y era un pendiente banal menos.
De la antigua fotografía que llevaba un proceso, entre artesanal y artístico, de utilizar rollos de película, revelarlos e imprimir, ahora “el tiempo está marcado por la rapidez, la simultaneidad, la instantaneidad, la abundancia y la redundancia, donde el último selfi deja atrás a los anteriores, sin que ninguno sea el definitivo. El fenómeno de los selfis refleja el ultramundo de las redes sociales en el que vivimos y, a la vez, la conforma asi de efímero, ligero, superficial y flotante”.
Hay varios estudios sobre la psicología de las autofotos sobre las típicas poses en las selfies y sostienen que responden a dos motivaciones sociales: la autopresentación y la pertenencia. Una autopresentación personal como la selfie que es idealizada (retocada, perfeccionada, filtrada, sin ser nunca la definitiva) y una pertenencia basada en la aprobación medida por los “me gusta”, las visitas, seguidores y clics.
Hay otros motivos aparte como la expresividad, exploración de sí mismo, autopromoción, presión social, búsqueda de atención y creatividad artística. Mariano Pérez explica que, “sobre la expresividad, las selfies vienen a ser la última tendencia del individualismo expresivo, tomando la cara como representante del cuerpo (si es que no se presenta el cuerpo entero) y de la persona (máscara) un espejo del alma que refleja en realidad la imagen social”.
La exploración de sí mismo a través de una continua generación de selfies permite encontrar la mejor versión de uno, con el efecto paradójico de la auto vigilancia y la desazón. La autopromoción no encuentra hoy mejor sitio que el gran escaparate de las redes y nada mejor que una foto debidamente retocada. Luego, la presión social viene tanto de las redes sociales, con su continua invitación a la comparación y la renovación, como del mundo cotidiano, con cantidad de situaciones que invitan a hacer selfies. En cuanto a la búsqueda de atención es otro motivo para hacer selfies en tanto la popularidad y sentirse valorado dependen de ello, como ocurre en el ultramundo de las redes sociales. De lo contrario, sería para muchos como no existir o no ser alguien, Luego vendrán decepciones, pero acaso era peor la invisibilidad. Y, por último, la creatividad artística que implican la toma, la pose, la edición, los retoques y los filtros de las selfies ofrece oportunidades y desafíos para la presentación de la persona como obra de arte”.
No hay duda, dice, que las situaciones que invitan a tomar selfies es la competición social, buscar atención, ambiente agradable, modificación del humor, autoconfianza y pertenencia.
En todas las reuniones, las selfies son las invitadas principales. Cualquier tertulia o embobamientos con el celular se suspenden para tomar una selfie. Es la reina de los eventos privados, públicos, íntimos o sociales.
La Selfitis invade las casas y las calles, las oficinas y los lugares públicos y privados.
A las gastritis y bronquitis, encefalitis, pancreatitis, artritis, celulitis o meningitis debemos agregarle la selfitis. El sufijo itis, es de origen griego y significa inflamación. Cuando hablamos de una lesión de alguna parte del organismo, como en un tendón, decimos tendinitis, que implica inflamación en el tendón. Hoy la tecnologías en las socioredes, nos provocan inflamaciones en el cerebro, en las manos, en el cuello y en el alma.
Su majestad Selfie, arrasa el mundo, invade y penetra en todos los ámbitos y niveles.
Y todos contagiados de la selfitis obsesiva…pero qué agradable es tomarnos fotos.
[1] FLUSSER, Vilém (1990) Hacia una filosofía de la fotografía, editorial Trillas, México.
[2] PEREZ Alvarado, Marino (2023) El individuo flotante. La muchedumbre solitaria en los tiempos de las redes sociales, ed. Deusto, Barcelona
[3] MERTON, Thomas (1999) La montaña de los siete Círculos, editorial Porrúa, México