¿Puede instalarse un plan económico de emergencia ajeno a la política económica existente? ¿Pueden efectuarse medidas “no neoliberales” que palien o neutralicen el impacto económico producido por la pandemia en el país?
Las respuestas son obvias.
Partamos de un problema, para ejemplificar lo anterior: El de la abrupta caída de los recursos económicos del gobierno federal ¿Cómo lo resolverá si la contingencia le demanda recursos crecientes para afrontar la epidemia?
¿Con recortes presupuestarios, mayores, que se sumarán a la drástica disminución de los ingresos petroleros, a la de la recaudación fiscal, los que de suyo disminuirán la capacidad del gobierno federal para cumplir con el gasto corriente y la operación gubernamental?
¿Con el “ahorro” obtenido por la disminución de la corrupción?
Si al apretón fiscal mencionado le sumamos otros dos aspectos, a cual más de importantes y que han llegado a una drástica disminución, el ingreso de divisas aportadas por los paisanos (que generan, por distintas vías, una muy importante recaudación fiscal, especialmente por la del IVA, por el hecho de que una buena parte de ellas se va al consumo) y las generadas por el turismo, las que prácticamente han caído a cero, lo que contribuye, también, a la baja de la recaudación fiscal.
¿De cuánto puede ser la baja de los recursos del gobierno federal?
Será brutal, tanto, que hasta la Secretaría de Hacienda ha pronosticado una caída en el crecimiento económico de entre el 3 y el 4% para el presente año, previsión optimista frente a la de distintos analistas y organismos internacionales que la ubican en alrededor del 7%.
Pues bien, frente a eso, el gobierno federal casi estará obligado -dependiendo del curso de la pandemia y de la crisis económica- a aceptar algunos de los créditos de la banca y/o de los organismos internacionales.
No va a quedar de otra, así el presidente López Obrador sea alérgico a tal medida.
Del mismo modo ¿Qué hacer? ¿Emplear los recursos existentes solamente en los programas de bienestar social y no en el apoyo a las empresas, a fin de tratar que no desaparezcan, en unos casos, y en otros a que enfrenten de mejor manera la crisis?
No puede haber opción, se deberá intentar hacer las dos cosas, por una parte apoyar a la sobrevivencia de millones y por otra, preservar la existencia de millones de empleos (y empresas) que harán posible el pronto regreso a la “normalidad” previa.
Por si fuera poco, la necesidad de emplear millonarios recursos para ayudar a los millones de trabajadores informales que estarán en riesgo de perder empleos, empresas y de ir a la pobreza extrema en cuestión de semanas.
Más. En los días precedentes, cientos de médicos y personal de enfermería del IMSS y de las secretarías de Salud de varias entidades, se han movilizado por dos causas: La de falta del mínimo equipo para laborar en condiciones de pandemia y la de su exigencia porque se les otorguen, la seguridad en su trabajo y la seguridad social correspondiente.
¿Se les puede negar tales requerimientos en el momento actual?
¿No será suficiente experiencia la vivida por el personal de la clínica del IMSS de Monclova que, a raíz del contagio de un médico y no contar con las medidas adecuadas, ha catapultado el número de enfermos y muertos en aquella ciudad coahuilense?
¿Cómo se les puede llamar “extorsionadores” a médicos y enfermeras que ante la inminencia del agravamiento de la epidemia tienen que manifestarse para encontrar eco en sus pretensiones?
¿O acaso el gobierno federal, inmerso en la pretensión de contratar a todo el personal médico y paramédico necesario, lo hará sin otorgarles las prestaciones laborales obligatorias?
¿Si eso se va a hacer con los nuevos contratados, porqué no hacerlo con quienes llevan meses, años, sin aquellas?
No son pocos, son alrededor de 80 mil en todo el país.
Bueno, pues para enfrentar esa realidad tendrán que emplear cientos de millones de pesos.
De ninguna manera se les puede pedir -al contrario de lo que hacen, en estos momentos, en casi todas las naciones, ensalzar el trabajo de los médicos y paramédicos- que vayan al suicidio colectivo, que eso significará el atender a los enfermos de la pandemia.
Hay otro aspecto, todavía más inquietante.
En las primeras semanas de la epidemia, el número de víctimas se concentró en los países más desarrollados, lo que llevó a pensar -en los círculos con menores niveles socioculturales- que el COVID 19 era una enfermedad de los “ricos”, como salvajemente expresó el gobernador de Puebla, Miguel Barbosa, sin duda uno de los peores ejemplares de la clase política mexicana.
Lo que hoy sucede, más dramáticamente si se puede decir, en Ecuador, es la clara muestra de lo que puede ocurrir en los países pobres; es, como lo escribiera García Márquez, un moridero de pobres.
Impedir que tal catástrofe humanitaria se presente en México es prioritario. Para ello se requiere una inmensa cantidad de recursos y, además, emplearlos bien.
Porque, al más que deficiente sistema de salud existente en el país (Sí, sin duda, herencia de los gobiernos neoliberales, a cuyos integrantes, luego, pasada la epidemia, habrá que llamar a cuentas pues si la enfermedad nos cae como vendaval, habrá muchos argumentos para hacerlo y no habrá “abrazos” que puedan evitarlo) debemos sumarle nuestros primeros lugares en obesidad, diabetes, hipertensión y obesidad infantil.
No es un problema menor. En el momento en que arrecien las oleadas de contagios (insistimos, en caso de llegar, cosa altamente probable) tendrá que sopesarse debidamente lo que está ocurriendo en Europa.
De acuerdo con un reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 95% de los fallecidos por coronavirus en ese continente tenía más de 60 años; que más del 50% de los muertos tenía más de 80 años y que de cada 100 muertos, 80 padecían de otro problema crónico de salud, exactamente en los que los mexicanos lideramos mundialmente. (Nota de agencias, El Universal, 2/IV/20). https://www.eluniversal.com.mx/mundo/coronavirus-mayor-de-60-anos-el-95-de-los-muertos-en-europa-oms?fbclid=IwAR2Wq_qHQKdbE-Bnr4VkuVYrwbN7_r1YQubpqnze_ElHXk4Q_8DMzflqyQY
Lo anterior no significa que padecer esas enfermedades, necesariamente implique morir, en caso de ser contagiado, pero sí que estarán en condiciones desventajosas para afrontarla.
Por otra parte, los jóvenes no necesariamente están ajenos a la posibilidad de sufrir por el COVID 19. “Entre el 10 y el 15% de los pacientes menores de 50 años desarrollan cuadros moderados o graves… se han visto casos graves en adolescentes o veinteañeros, muchos de los cuales necesitaron cuidados intensivos y algunos, por desgracia, fallecieron, aseveró el titular de la OMS en Europa, Hans Kluge…”. (Ibídem).
Tendremos que extremar las precauciones y las prevenciones. Según la Encuesta Nacional de Salud del INEGI, para 2018, se estimaba “que en México 15 millones de personas padecen Hipertensión Arterial y más del 50% de los pacientes no siguen ningún tratamiento y desconocen su condición…”.
La encuesta arrojó “que la población de 20 años o más de edad con diagnóstico médico previo de esta enfermedad pasó de 16.6% en 2012, a 18.4% en 2018 y que el 40% desconocía que padecía esta enfermedad…“.
Por otra parte, en función del porcentaje de mexicanos con obesidad, “la OMS ha elevado la predicción de enfermos graves para este país, de un 5% a un 7% por una sola razón: el sobrepeso y la obesidad.
El 74,9% de la población lo padece de forma crónica y 230 mil mexicanos, aproximadamente, mueren cada año por dolencias estrechamente asociadas a ello… Las aún insignificantes estadísticas en México ya revelan que el 60% de los fallecidos (En México) por la COVID-19 eran diabéticos, una enfermedad que afectaba al 7% de los mexicanos a principios de siglo y cuya prevalencia prácticamente se ha duplicado en 20 años”. (Nota de Carmen Morán Breña, El País, 28/III/20).
No será una batalla fácil la que el país vaya a enfrentar, atender a los enfermos por la epidemia y otro padecimiento crónico requerirá ingentes recursos y, además, implica prever los insumos necesarios, los que ahora, por la demanda mundial, son escasos y más para el sistema de salud, totalmente desmadejado, con gravísimos problemas de estructura, de equipos, de camas, de personal; sometido a la intensa rapiña de muy pocas manos que encontraron en lo anterior y en la compra de medicamentos una increíble veta de enriquecimiento.
Hoy lo padecemos, justamente cuando el nuevo sistema de salud (más allá de su pertinencia y viabilidad) ni siquiera se echaba a andar.
Por ello, lo urgente, lo imprescindible, es dotar de todos los recursos a quienes estarán en la primera línea de la defensa de la salud de los mexicanos y que implicará, paradojas de la vida, la posibilidad de la reactivación de la economía nacional, cuyas medidas serán anunciadas hoy por el gobierno federal.
El anuncio lo hará el presidente López Obrador. Lo hará en un momento en el que acumula, por sus propios actos y dichos, señalamientos de sus detractores y adversarios políticos y que genera justificadas críticas a raíz de los actos que culminaron con el saludo a la madre del Chapo Guzmán, o la imperdible e increíble frase de que la epidemia “le vino como anillo al dedo” para que se efectúe la transformación del país.
Y si los anteriores podrían tener algunas explicaciones y/o justificaciones, la que no lo tiene es el hecho de que el presidente ha decidido hacerle un regalo a sus amigos, al anunciar que les devolverá a las cadenas de radio y televisión los “tiempos oficiales” que le corresponden a la presidencia “para que los vendan en estos tiempos difíciles”.
Los principales beneficiarios serán, sin duda, Televisa y Televisión Azteca. Los mismos de siempre.
Sí que vale la pena contar con la amistad del presidente.
¡Bonito momento escogió para hacerlo!
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