Pues sí, como lo dice el título de estas líneas, María está de vuelta. En caridad de Dios ya salió de China. No se vaya a creer que está en México, patita de perro como nos salió, la vida la encuentra en Barcelona feliz y rozagante.
Su viaje de salida resultó poco menos que una odisea, pues debería haber llegado a España el dieciséis de septiembre, pero no; como en las películas de suspenso, a última hora los chinos cancelaron el vuelo y hete aquí, a la zozobra primigenia; esa que nos tuvo en vilo desde el dos mil veinte cuando el planeta, particularmente China, pareció sumergirse en una especie de mundo preapocalíptico.
Aunque para el mundo el orden pareció regresar las cosas a su sitio durante el dos mil veintidós, no fue así para los chinos. País comunista —bajo un régimen totalitario y represor—, en el auge de los derechos humanos a nivel mundial, estos parecen no existir al interior de sus fronteras. En él, se priva de la libertad a sus ciudadanos con un descaro que raya en el horror. Soledad, temor, ansiedad, desamparo, son los sentimientos que privaron, semana tras semana, mes tras mes, en el ánimo de su población; incluso el hambre se hizo presente (María compartió un video de su barrio, extrañada al principio porque no entendía qué ocurría: se escucha atronador un ruido extraño, cientos de cacerolas eran golpeadas con cucharones, frente a una miríada de ventanas, en manifiesta demanda de comida).
Esto ocurrió no solamente en el dos mil veintiuno, el dos mil veintidós no se quedó atrás; temerosas del rebrote, las autoridades chinas fueron implacables con propios y extraños. A diestra y siniestra, aplicaron medidas policiacas, sanitarias, médicas e hicieron cuanto estaba a su alcance para impedir contagios.
María no fue ajena a ese pánico incipiente; inmersa en una vorágine de angustia, sujeta a exámenes semanales para determinar si estaba libre de COVID-19, a racionamientos y a una reclusión forzada, sin oportunidades laborales (su empresa estaba dando los primeros pasitos, apenas), María estaba realmente harta de China y de ese ambiente opresivo. Pues bien, en el transcurso de esos meses, María decidió que ya era tiempo de decir adiós, hacer las maletas y salir de allí. El problema era decidir a dónde ir y qué hacer con los conocimientos logrados durante esos ocho años tan buenos y tan malos de tantas formas.
Creo que la de decisión de María de recomenzar sus estudios en un medio menos hostil, sacarle provecho a los saberes adquiridos y a la experiencia vivida en circunstancias tan adversas (jovencísima, sola, lejos de su gente y de su mundo —distantes a miles de kilómetros—), es de lo más sensata que cabe imaginar. Yo la miro desde lejos y me doy cuenta que está a años luz de ser la niña que era, que la posadolescencia quedó muy atrás y que, en su faceta de adulta, la he visto a cuentagotas; estos años, a punto de convertirse en una decena ya, se fueron muy rápido. Ese cliché de que los hijos crecen en un suspiro es verdad; lejos quedaron los papalotes, las figuras echas de papel y engrudo, los juegos de mesa; la realidad está aquí, nada de “a la vuelta de la esquina”, aquí ya, llena, redonda, imperfecta, contundente, tal y como suele ser la realidad.
Así las cosas, Tomada la decisión de salir de China, luego de buscar diversas opciones, María decidió cursar en España una maestría compatible con su profesión y continuar de algún modo la historia que empezó hace tanto tiempo y que por alguna razón vio interrumpida hace unos meses, cuando la pandemia irrumpió en nuestras vidas, como los tornados, llevándose casi todo a su paso.
No obstante, no fue nada fácil, pues, como queda dicho, los problemas no hacían sino comenzar; sin salidas, con los vuelos suspendidos y la amenaza pendiente de ser detenida en cualquier momento, sin contar la reclusión forzada y las largas cuarentenas impuestas en los inmuebles donde se detectaba así fuera un solo caso de contagio, llegó la primera semana de este mes de septiembre y a la alegría arrasadora de conseguir un vuelo disponible, le siguió desesperanzadora la aflicción de ver cómo lo cancelaban.
Una amiga de María le platicó que salir para ella de China fue terrible; cancelaciones y suspensiones de por medio que se resolvieron de manera súbita cuando por fin consiguió un billete, pero la advirtieron que habían detectado un caso en su edificio, así que debió hacer la maleta a las carreras y, casi, llevarse lo puesto.
María no quería vivir esa experiencia, se deshizo de lo que no era indispensable, embaló lo que sí era, lo metió en cajas y se las envió al Adolfo a Madrid; se dispuso a esperar y, a Dios gracias, la hora llegó; llegó y ahora, mi exchinita, está en Barcelona más puesta que un calcetín para reiniciar con sus planes; seguro no falta mucho para que me diga que ya empezó a trabajar o que piensa darse una vuelta por esa parte del orbe, como que la quietud no es lo suyo.
Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebooko también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/