La hipertecnología está asfixiando
el alma de los seres humanos
Hemos perdido la guerra por la atención…no tenemos control de nuestra atención pues las grandes empresas de la tecnología digital han atrapado nuestra razón y sentidos.
Ya vivimos en una hipertecnología que significa estar por encima de la norma de la tecnología. Ahora el término hasta se aplica con “hipermercados” más grandes que los supermercados: hiper es más que super. Vivimos para la hipertecnología y ahora queremos que todo sea tecnologizado hasta la misma inteligencia humana.
Vivimos para estar atentos a las aplicaciones en las redes sociales, estamos sometidos a una presión de la que nos hemos derrotado de antemano. No queremos oponer resistencia. Estamos perdidos entre pantallas y redes sociales. Estamos en una cancha dispareja.
El profesor de comunicación Mario Campos[1] expuso una serie de reflexiones en torno a lo que se le ha llamado el negocio de la atención, para entender cuál es el verdadero interés de las redes sociales por proporcionarnos tantos servicios gratuitos, oportunos, agradables y placenteros. Un entretenimiento que nunca nos hemos cuestionado porque tanto esmero en proporcionarnos toda la información que solicitamos.
Pensamos que andamos buscando un producto, pero el producto somos nosotros. A las empresas de internet nos les interesa qué deseamos en las redes sino les interesa saber qué deseamos para crear un perfil nuestro y venderlo. Por eso las aplicaciones de las redes sociales son totalmente gratuitas.
Dice que nuestra vida “pasa entre pantallas que no solo transmiten datos, sino también emociones, que lo mismo intercambian información que construyen relaciones superficiales o profundas; que nos traen alegrías, pero también estrés y angustia. Si hoy un giro del universo nos dejara sin estos aparatos, sería muy complejo volver al mundo como lo conocíamos antes”.
Acaso ¿nos hemos imaginado vivir sin pantallas, un día sin celular, un lugar sin wi-fi, un espacio sin internet, una vida sin selfie, un paseo sin tecnología a cuestas?
Tal vez ya no abandonaremos nuestra tarea diaria de estar trabajando sin horario para grandes empresas mineras que nos han convertido en mineros que laboramos en la extracción permanente de datos: tomamos el pico y la pala para escarbar cada vez más profundo y depositar el producto en grandes depósitos que se envían a procesar.
Nos han despertado la vocación de mineros, de extraer elementos y productos, con la particularidad que extraemos nuestros datos y los entregamos de manera gratuita, sin chistar ni exigir recompensa o pago.
En algunos ambientes ya se le llama de manera cínica la industria de extracción de datos, es la minería de datos o la minería de las redes sociales que cada vez quieren llegar más profundo para conocer nuestros gustos y deseos. Nos inducen a ir cavando profundos túneles y laberintos desde la superficie hasta profundidades emocionales y como las hormigas vamos creando galerías en el subsuelo con conexiones y vasos comunicantes.
Lo que nunca nos habíamos imaginado: mostrar a corazón abierto, por medio de datos, información, ubicación, familia, fotos, ideas, actividades y todo lo que nos pregunte una máquina, un dispositivo con tecnología digital, un simple e inocente aparato con el que cargamos día y noche como prótesis de nuestro cuerpo al que le rendimos pleitesía, reverencia y una desmedida atención que nunca habíamos tenido para con las personas que decimos amar y querer o para otras actividades profesionales o económicas. Ofrecemos todo, somos mineros que extraemos datos y los entregamos.
Los datos ya no están en las enciclopedias o libros, en las computadoras o en los medios de comunicación, sino somos nosotros esos datos que con celo e imaginación vamos a entregando sin horario ni descanso, sin importar que sea de día o de noche: es la nueva esclavitud con la singularidad que nosotros nos hemos puesto los grilletes de manera voluntaria, con una sonrisa tomándonos una selfie y atendiendo las instrucciones del gran capataz que es el celular.
El estímulo aparente que recibimos en las redes es que todos podemos alzar la voz sobre cualquier tema, con o sin antecedentes de lo que se habla, podemos descalificar, ofender o agredir a otras personas que también suben su opinión y sobre todo, con la ventaja de hacerlo desde el anonimato: lanza tu twit y esconde el origen; inventa y altera en Facebook y miente sobre la verdad; lanza un rumor y disfruta del engaño.
El resultado ha sido un caos sinfónico. A diferencia de las orquestas donde cada integrante conoce y domina un instrumento que va interviniendo conforme lo requiera la melodía bajo la batuta del director. En las redes hay millones de personas hablando de manera simultánea, como nunca ha experimentado en la humanidad.
Todos los “músicos” entran a participar sin ton ni son. Ejecutan su “instrumento” con la nota musical o ritmo que se les antoje o según el humor, sin melodía o a destiempo y somos testigos de un gran desconcierto “musical” donde cada uno ejecuta a su modo y entonación. Y asi imposible concentrarnos en algo.
El escritor Mario Campos, escribe que hace algunos años un artículo en The New York Times decía lo siguiente: “vivimos tiempos extraños. Hoy las celebridades hacen hasta lo imposible para demostrarnos que son personas normales. Nos muestran videos de cómo acuden a cortarse el cabello, de su vida doméstica y familiar y las personas normales se matan por ser reconocidas como celebridades y hasta nos comparten sus vacaciones o sus comidas, como si fuera un tema de interés general”.
Llegamos a la vida impensable. La “vida privada dejó de serlo en muchos sentidos. Aplicaciones como Instagram nos permitieron trasladar los álbumes privados a los espacios públicos; nuestras mascotas se volvieron figuras públicas, nuestros paseos o actividades de fin de semana se convirtieron en material digno -según nosotros, claro- de producción y distribución. Lo que pasó fue que las fronteras entre lo personal y lo público estallaron en mil pedazos, asi como las barreras entre el tiempo de trabajo y el personal se han ido desdibujando año con año de manera casi natural”.
Nuestros datos personales los tienen ya grandes empresas a quienes abrimos nuestro corazón, les entregamos, cada día, más datos privados, con evidencia de foto para no dejar duda alguna. Lo hacemos a corazón abierto.
El neurocientífico Rubén Baler, experto en salud pública y neurociencia de las adicciones del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos (NIDA) considera que, desde el alcohol y el tabaco hasta la comida basura o los contenidos digitales en redes sociales, “hay fuerzas cada vez más poderosas que tienen interés en que estos productos sean cada vez más adictivos y populares”.
Dice que “somos conejillos de indias, pues nuestra atención se ha convertido en un bien rentable” y el riesgo de adicción a las pantallas “es porque los algoritmos son adictivos. ¿Quién inventó ese scrolling de la pantalla que es el acto de desplazar vertical u horizontalmente el contenido de una página web o aplicación del celular?
Eso es adictivo. Los algoritmos son un laboratorio de dopamina de las plataformas, que estudiaron cómo hacer más adictivas estas plataformas. Sobre todo, para los chicos que gravitan tantísimo hacia la comparación social, que dependen tanto de la retroalimentación de la comunidad. Todo eso es sumamente adictivo y crea hábitos, en muchos casos, patológicos”.
El neurocientífico dice: “no entiendo por qué se permite que los chicos lleven los celulares a clase porque eso interfiere con el aprendizaje, con la dinámica de la clase y con la atención. No tiene pies ni cabeza”. Lo primero es educarse sobre cómo funciona el cerebro y sobre que se están aprovechando de nosotros: somos conejillos de indias, un bien rentable, nuestra atención es comerciable[2].
Y remata con la advertencia de que estamos “pagando un precio voluntariamente y la decisión es de cada uno: o somos zombies y sonámbulos o tomamos las riendas de nuestra propia vida. En este momento, estamos vendiendo nuestra alma al diablo, tanto la privacidad como nuestros cerebros, las decisiones de cada uno. Entiendo lo difícil que es porque este aparatito [al referirse al celular] está en todas partes y dependemos de él, pero tendríamos que esforzarnos en ver el bien y el mal, tratar de aprovecharnos de lo que nos ofrece para nuestro bienestar y desechar los efectos nocivos de estas tecnologías”.
Si bien, el negocio de la atención ha secuestrado nuestro corazón que lo abrimos de par en par, nos desplazamos dentro de la galaxia digital, enfocamos nuestras energías a tener más likes, a ser príncipes en las redes sociales con un altísimo precio terminando el día como ranas que brincamos de un lado para otro en las diferentes aplicaciones sin saber qué queremos o qué buscamos.
Pero de príncipes nos transformamos en ranas…
[1]CAMPOS, Mario (2024), Batalla por la atención, editorial Aguilar, México
[2]MOUZO, Jessica (2024) Rubén Baler, neurocientífico: “Somos conejillos de indias, nuestra atención se ha convertido en un bien rentable”, 29 de abril de 2024, El País, España