En su nota sobre la presentación del libro Compromisos de Porfirio Muñoz Ledo en 1988, el cronista Carlos Monsiváis hizo en Proceso un retrato nada íntimo del que sería el trapecista político más grande del mundo:
“No culpo por supuesto a Muñoz Ledo por no renunciar en 1968. El mismo lo dice: ‘hice todo lo que pude para evitar la violencia; me esforcé muchísimo dentro de mis posibilidades. Si el no haber renunciado al gobierno significa alguna complicidad colectiva, la asumo. Simplemente, creo que tiene un valor el haber evitado problemas y luchado contra la represión en el área en que participaba’. Si hablo de esto, es con tal de explicarme porqué lo que desde la izquierda nos parecía obvio, la imposibilidad de cambio del PRI no lo fue en absoluto por años para quienes integrarían la Corriente Democrática”.
El problema del Muñoz Ledo diazordacista que hoy ve a Morena como un viejo PRI diazordacista radica justamente en el 68: no sólo no renunció por la represión, ni tampoco luchó contra la represión “en el área en que participaba”, sino que pronunció dos discursos de elogio a Díaz Ordaz por haber puesto al Estado por encima de las demandas de democratización llegando inclusive a Tlatelolco. Ahí, en ese 68, Muñoz Ledo puso su huevo de la serpiente.
Luego Monsiváis encontró otra perla dialéctica del maestro de la oratoria priista: el 22 septiembre de 1975 fue destapado López Portillo como candidato a la Presidencia y Muñoz Ledo, derrotado, fue enviado a la presidencia del PRI. El 9 de noviembre de 1975 se realizaron elecciones de gobernador en Nayarit y los votos beneficiaron al candidato del PPS, partido apéndice del PRI, pero el aparato de Estado no podía aceptar la ruptura de la república priista. Muñoz Ledo ofreció la solución; ofrecerle al líder del PPS una senaduría, a cambio de que le retirara el apoyo a su candidato nayarita Alejandro Gascón Mercado, una figura de la izquierda socialista y revolucionaria. El trueque puso una nueva muesca a la biografía de Muñoz Ledo, aunque, como explicación, Monsiváis rescató otra frase genial del político priísta que se había robado la gubernatura de Nayarit:
“No veo la razón por la cual la práctica de la verdad política nos hace vulnerables. Lo que nos debilita es el disimulo y la maniobra reptante. La democracia es el tema de nuestro tiempo. No es moda ni veleidad intelectual: es el único camino posible hacia la modernidad. La transformación del país supone la democratización del partido gobernante”.
Y de ahí todo el largo y sinuoso camino de Muñoz Ledo hacia la doctrina muñozledista de la sobrevivencia trapecista:
–Subsecretario de la Presidencia con Echeverría para operar.
–Secretario del Trabajo con Echeverría: la represión al movimiento electricista democrático de Rafael Galván, la golpiza a Heberto Castillo cuando se dirigía a conversar con Porfirio (Heberto siempre culpó a Muñoz Ledo), la represión al sindicalismo independiente, la sumisión al liderazgo de Fidel Velázquez, la censura a un texto del politólogo Manuel Camacho, en El Colegio de México, porque ésta defendía el sindicalismo independiente y criticaba duramente a Fidel.
–Vocero echeverrista ante el exterior: en 1973 participó en una reunión sobre el sistema político mexicano en Austin, Texas, y su texto fue una cumbre de exaltación del priismo.
–Presidente del PRI para operar la campaña de López Portillo, con el fraude en Nayarit.
–Posiciones diplomáticas menores en el sistema de 1978 a 1986.
–Aliado a Cuauhtémoc Cárdenas en la construcción de la Corriente Democrática que reventó en 1987 con la salida del PRI de los dos.
–Perredista y presidente del PRD en 1993.