Considerada la maestra y decana del cuento fantástico, también de terror, en México, su partida enlutó a generaciones de escritores que han seguido sus pasos
Reforma
Cd. de México.- Como todas las suyas, la narración de Amparo Dávila sobre su infancia resultaba siempre extraordinaria, colmada de una soledad tan melancólica como sólo pueden sentirla los niños.
También, como en muchos de sus cuentos, sus recuerdos eran decididamente lúgubres: infancia es destino.
En el pueblo minero de Pinos, Zacatecas, donde nació en 1928, la niña Amparo, de cinco años, pasaba los días muy sola, en la biblioteca de su padre, frente a la ventana.
Enfermiza, cargando a cuestas la tristeza por la muerte de su hermano, Luis Ángel, quien era apenas un año más chico, miraba las caravanas que pasaban por Pinos para enterrar a sus difuntos.
“Me entretenía viendo pasar la muerte”, contaba en entrevistas.
En ocasiones siniestras, relataba también, a su casa llena de leyendas, de murmullos, donde forjó una de las imaginaciones más prodigiosas de la literatura mexicana, acudían a visitarla una mujer vestida de blanco con una vela encendida y un hombre con una pierna de palo.
“Hasta la fecha, yo no sé realmente si veía cosas o las imaginaba”, como relató en una entrevista para el Fondo de Cultura Económica (FCE), que resguarda su narrativa completa.
Fallecida este 18 de abril, a los 92 años, Dávila jamás extravió el interés temprano por lo funesto y esa capacidad innata para mirar lo que para muchos no existe, pero que ciertamente está ahí.
Considerada la maestra y decana del cuento fantástico, también de terror, en México, su partida enlutó a generaciones de escritores que han seguido sus pasos.
Sus cuentos, de extraños y salvajes huéspedes, espejos que no reflejan, hombres que ven a su propio cortejo fúnebre avanzar por la ventana, de árboles petrificados en el tiempo, y de seres inciertos que chillan al ser cocinados, han fungido como relatos tutelares de numerosos escritores mexicanos.
“Amparo Dávila es una de las grandes narradoras que ha dado este país; yo creo que habría que decirlo así para comenzar. Es, también, una de las grandes cuentistas de la lengua castellana”, reflexiona el escritor Alberto Chimal en entrevista.
Como uno de los narradores mexicanos más claramente influenciados por la literatura de la zacatecana, Chimal destaca la lealtad que Dávila tuvo hacia la naturaleza fantástica de su obra, cualidad que a veces suele ser menospreciada.
“La imaginación fantástica, a la que no renunció nunca, a la que jamás menospreció”, dice sobre la médula de su creación. “Amparo Dávila siempre le fue fiel a esa facultad inventiva que tenía y que era extraordinaria; ése es el elemento central, la raíz, de su trabajo cuentístico”.
Considerada durante muchos años como una escritora de culto, poco conocida para el gran público, Amparo Dávila pudo llegar a obtener algo de merecido reconocimiento a partir de la celebración por sus 80 años de vida, cuando el FCE editó sus Cuentos reunidos (2009).
Con el primer paso dado en el terreno de la poesía, con Salmos bajo la luna (1950), la obra narrativa de Dávila no supera los 40 cuentos, publicados en los volúmenes Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964) y Árboles petrificados (1977), con la adición del largamente inédito Con los ojos abiertos en la antología del 2009.
En medio del profundamente machista medio literario mexicano, la escritora no sólo abrió brecha en géneros narrativos, sino en la representación de las historias de mujeres que sobreviven y padecen al sistema patriarcal, como las inolvidables protagonistas de cuentos como El huésped y Árboles petrificados.
“#AmparoDávila (1928-2020) fue un rayo en un cielo oscuro y machista. Ciao, genia”, tuiteó la escritora Brenda Lozano.
La autora Rosa Beltrán lo expuso también en la red social: “Murió Amparo Dávila, la inmensa autora latinoamericana de lo extraño y lo siniestro. ¿Quién no recuerda El huésped?”.
Hace apenas dos años, en el homenaje por sus 90 años que le rindió el INBA en el Palacio de Bellas Artes, Amparo Dávila declaraba su amor indeclinable por la literatura.
“(La escritura es) una larga y terca pasión que nació con mi vida y se irá con ella. Sólo la sostiene el deseo y la esperanza de lograr unos textos, llámense cuentos o poemas, redondos, plenos de rigor estilístico, armonía y belleza literaria”, dijo entonces.
Al darse a conocer la noticia de su muerte, más de uno recordó algunos versos de su poema Semblanza de mi muerte: “Quiero irme / un día soleado / de una primavera / reverdecida”.
Y aunque el día no estuvo particularmente soleado este sábado, Amparo Dávila se fue en primavera, arropada por el reconocimiento que mereció una vida tan extraordinaria como sus extraordinarios cuentos.