Nuevamente nos ocupa en este espacio el tema de la llegada al poder de Donald Trump y las consecuencias en, nuestro estado, en nuestra ciudad
Nuevamente nos ocupa en este espacio el tema de la llegada al poder de Donald Trump y las consecuencias en, nuestro estado, en nuestra ciudad, de sus políticas migratorias en relación con la entrada a su país de manera ilegal o irregular de personas, en lo que el mandatario estadounidense ha calificado ya como una emergencia nacional, por lo que ha ordenado el cierre total de la frontera de su país a este tipo de migración.
Y me gustaría iniciar con una teoría, absolutamente personal, sobre la naturaleza de esta medida en particular, porque a raíz de la misma lo han catalogado de xenófobo al afectar a grupos de personas por su raza o país de origen, lo cual me parece que no es así, como tampoco le quedan los calificativos de misógino, u homofóbico, transfóbico o machista por sus acciones en contra de estos grupos minoritarios de la comunidad LGBTI+, pienso que no es así.
Mi teoría personal es que todas esas acciones sí tienen un propósito específico y muy bien definido, pero, todas en conjunto están encausadas para combatir la estrategia de propagación de la ideología “woke” como un movimiento mundial, que, también hay que decirlo, es toda una estrategia global bien articulada e impulsada con enormes recursos y programas en muy distintos ámbitos de acción, en muchos países del mundo.
Hablar sobre la ideología “woke” no es el propósito central de esta colaboración, sería sumamente complejo y extenso abordar ese tema, sino centrarnos en la migración y cómo nos afectarán las medidas tomadas en esa materia por el nuevo gobierno de Estados Unidos, sin embargo, se hace indispensable un poco de contexto en ese sentido para comprender mejor la teoría planteada.
Empecemos pues por la definición; la palabra “woke” es un término que en inglés significa “despierto”, y se utilizó a mediados del siglo pasado para referirse a quienes se enfrentaron o se mantuvieron alertas frente al racismo en el vecino país. Con el paso del tiempo, los políticos conservadores lo fueron aplicando para cualquier movimiento o ideología progresista o de izquierda, o incluso movimientos sociales que reclamaban reivindicaciones por discriminación en razón de género, derecho al aborto, al ateísmo y, claro, a migrar libremente, y este último este es el punto que nos interesa el día de hoy.
Solo para concluir con el contexto sobre el “wokismo” en el mundo, se trata de un movimiento con una real agenda global, que incluye temas tales como la absoluta libertad en la identidad de género, el derecho al aborto, a los matrimonios y adopción de niños entre parejas del mismo sexo, la prevalencia del medio ambiente sobre el desarrollo económico, la sobrerregulación laboral en favor de los trabajadores, la sobrerregulación en contra de empresarios e inversionistas, la libre movilidad de los migrantes por el mundo y el relajamiento en general de las normas sociales ¿Para qué? Para confrontar entre sí a distintos grupos sociales de un Estado o país, de modo tal que perciban la necesidad de un Estado grande, de un gobierno todopoderoso que, por supuesto, debe ser de izquierda. Ojo con eso.
Visto ese contexto, ni Trump, ni Milei, ni otros líderes del mundo son homofóbicos, o transfóbicos, o misóginos, o xenófobos, no, solo son totalmente “antiwoke”, es decir “wokefóbicos” si se me permite acuñar el término. Nada más.
Bueno, pues como parte de esa “cruzada” contra el movimiento “woke” mundial, es que Trump toma las primeras acciones en el tema migratorio, drásticas, sí, radicales, sí, pero definitivamente necesarias en aras de un orden y respeto a las leyes.
No se trata de negar un derecho internacional, consagrado en diversos acuerdos de la ONU, ACNUR y otros organismos similares, no, se trata solo de respetarlos a cabalidad, porque en esos mismos tratados se establece que la migración debe ser ordenada y conforme a las leyes y normas de cada país. Simple.
¿Se imagina que en aras del derecho humano a migrar se permitiera que cualquiera de nosotros se fuera a vivir a España? ¿O a Canadá? ¿O a Dubai? ¿O a Finlandia? ¿O a Dinamarca? Eso sería genial ¿No? Irnos a vivir a Londres sin pasaporte, ni visa, ni permiso de trabajo, ni ninguno de esos engorrosos y burocráticos trámites ¿No le parece?
No, definitivamente eso es algo que no se puede hacer, porque ningún tratado internacional sobre la materia lo contempla en esos términos, siempre se establece como prioridad el respeto y apego a las leyes migratorias de cada país, y así debe ser.
Por tanto, Estados Unidos, como cualquier otro país del mundo tiene el absoluto e irrestricto derecho a regular sus políticas migratorias de la forma que desee, las naciones son autónomas y completamente independientes, de acuerdo con sus formas de gobierno, de sus leyes, dictan las políticas que mejor les convengan y nadie, absolutamente puede interferir en eso.
Ahora bien ¿Qué es lo que ocurre cuando un país tiene una muy alta demanda de migrantes? Bueno, primero, que hay algún otro país del continente que está literalmente expulsando a sus habitantes, ya sea por inseguridad, por pobreza o por alguna otra extrema condición interna, y eso obliga, fuerza, a miles, a millones de personas a dejar su casa, su tierra, su ciudad, su patria en busca primero, de seguridad, y luego de mejores condiciones.
Cualquiera podría pensar que hasta por humanidad una nación debería recibir a estas personas en alta vulnerabilidad, sí, pero cuando ya no se puede porque son demasiados y no se cuenta con los recursos necesarios para atenderlos a todos ¿Qué se debe hacer?
Hagamos un ejercicio sencillo. Imagine su casa, con sus espacios y sus posibilidades económicas, sus prioridades y sus tiempos de convivencia familiar ¿Ya la imaginó? Ahora, alguien llega y le dice que tiene que recibir a todos los migrantes que tocan a su puerta ¿Lo haría? Yo creo que no lo haría, y no por inhumano o indiferente, no, sino porque no dispone de los espacios ni los recursos suficientes para hacerlo.
Vayamos al extremo, imagine por favor que de pronto, sin previo aviso ni acuerdo, se aparece en su casa un pariente, con todo y pareja y sus tres hijos y le dice: “Aquí estoy, ya llegué, necesito alojamiento para mí y los míos por seis meses” ¿Qué haría?
Exactamente ocurre lo mismo con los países. Por eso en el derecho internacional se garantiza y se respeta el derecho de cada país a regular la migración legal, y no perdamos de vista ese término, “legal”, es decir, quienes cumplen con requisitos mínimos básicos para estar en un país ajeno.
Este razonamiento nos permite comprender las medidas adoptadas por la administración Trump, pero… ¿Y las medidas de México? ¿Las medidas de la administración Sheinbaum? ¿Brazos abiertos? ¿Y los recursos? ¿Y las medidas?
Ciudad Juárez será, sin duda alguna, de las localidades mexicanas que recibirá el mayor número de migrantes, tanto de los deportados de EU como de los nuevos que llegan en busca del “sueño americano”, con todo lo que eso significa.
Primero que nada, un trato humanitario al 100 por ciento, más allá de las consideraciones legales o políticas sobre su calidad migratoria, son seres humanos y merecen, por ese solo hecho, ser tratados con respeto, dignidad y humanidad, y, segundo, supone recursos por supuesto, y no solo económicos sino materiales y humanos también.
En ese sentido, da gusto ver imágenes de nuestras autoridades, de los tres niveles de gobierno, a la gobernadora Maru Campos Galván, a la delegada del Bienestar Mayra Chávez Jiménez, al alcalde Cruz Pérez Cuellar, juntos y dialogando, bien coordinados hablando sobre cómo enfrentar esta crisis humanitaria que se avecina, pero sería mucho mejor que esa coordinación no termine en acciones de asistencia humanitaria, albergues, alimento, medicamentos, etcétera, sino que fuera mucho más allá.
Una coordinación gubernamental que incluya acciones tales como definir legalmente la calidad migratoria de los extranjeros que se quieran quedar, visas o residencias de trabajo, lugares para vivir, resolver cómo y con qué recursos se repatriará a los que se quieran regresar a sus lugares de origen, lo mismo con los migrantes nacionales. La tarea no es sencilla, pero habrá que hacerla.
Y a la sociedad juarense, sé que no hace falta, pero nunca está demás, el llamado a la solidaridad, a la empatía, a comprender bien el alto grado de vulnerabilidad en el que se encuentran estos seres humanos, lejos de su tierra, de su familia, de sus raíces, cualquier cosa que podamos hacer por ellos contribuirá de buena forma a que se sientan, un poco mejor, pero un poco es mejor que nada.