En la entrega pasada sostuve —en alusión a que toda biblioteca es un viaje y todo libro es un pasaporte sin caducidad— que ya lo intuía yo. Hace justos diez años, en el 2013, escribí: “Merced al hábito de la lectura conocemos personas (incluso ya muertas) o visitamos sitios… inexistentes. Leer nos acerca a personajes, situaciones, lugares y costumbres lejanas en el tiempo y en el espacio. Yo he estado en el Egipto de los faraones; la Roma de los césares; la Grecia de Aquiles, de Platón, de Pericles; el Japón de los samuráis; la España prometedora de los Reyes Católicos y la oscura península del Generalísimo; la Francia medieval; la Italia renacentista; la Inglaterra de la Reina Victoria; la China de Mao; o la Alemania devastada de Hitler; he surcado océanos y cruzado desiertos. He cabalgado al lado de Napoleón, de Pancho Villa, de Gengis Kan, de Alejandro Magno, de beduinos —a lomo de camellos— o de apaches, montados a pelo, en veloces mustangos; y he atravesado toda Asia, de ida y vuelta, al lado de Marco Polo”.
Pues llevo días instalado en un Londres a mitad de la segunda década de este siglo XXI, al lado de Cormoran Strike, un veterano de guerra convertido en detective privado que trabaja desde una cochambrosa oficina ubicada en la calle de Dinamarca, junto a —primero su secretaria temporal y luego socia— Robin Ellacott, de quien se halla secretamente enamorado (aunque él lo niegue). No conforme, ya vi todos los capítulos de Strike, una serie basada en las novelas escritas por (ya lo había dicho) J. K. Rowling, bajo el seudónimo Robert Galbraith.
Esta experiencia estética (de algún modo hay que llamarla), me lleva al quid de estos párrafos que iniciaron la semana pasada. A través de los libros, los seres humanos viajamos a otros mundos, épocas, latitudes, empero también nos perdemos en historias aparentemente ajenas… al final de cuentas, hay una sola historia: una historia compartida, la historia del mundo, la historia de la humanidad.
Así es, cuando leemos, tampoco vamos tan lejos; página tras página, al leer, también emprendemos un viaje interior. Un viaje hacia dentro de nosotros, hacia nuestra intimidad, hacia esa zona, a veces ignota, a veces no tanto, llena de todo aquello que nos habita o nos alumbra, que nos define, nos modela, nos moldea, nos hace ser lo que somos y quienes somos.
Leer nos descubre a nosotros mismos, nos desvela parte de nuestro ser, ese que en ocasiones nos elude, se nos esconde, pero siempre nos cerca. Estamos presos, somos reos de nuestras pulsiones, pasiones, caprichos, debilidades y deseos secretos. Creemos que nos conocemos, pero no es verdad; o mejor dicho, no siempre es verdad. Leer nos permite la introspección, nos facilita el autoexamen.
Leer nos invita a hacer una pausa, un alto en el quehacer cotidiano, en el diario trajín que nos lleva de aquí para allá de manera ciega. Buena parte de nuestras actividades las emprendemos por obligación, por necesidad, por rutina o costumbre; mucho de lo que hacemos lo hacemos en respuesta a una serie de estímulos externos: familia, trabajo, estudio, a veces hasta el ocio, nos es heredado o impuesto.
Leer nos auxilia en la tarea de vencer nuestra ignorancia. No sólo sobre datos, cifras o acontecimientos, sino sobre aquello que no mueve, que dicta nuestras acciones u omisiones. Al leer una anécdota, un personaje, un recuerdo, una situación, se despierta la memoria, se agudiza la comprensión, se facilita el entendimiento, la imaginación se desborda, la realidad se explica; y eso nos permite comunicarnos mejor con nosotros mismos. Nos brinda hechos para compararnos, no regala palabras para poder explicarnos y ejemplos qué emular.
En el ya referido El Infinito en un Junco,[1] la autora nos recuerda que Alejandro se hacía acompañar permanentemente por un libro, La Ilíada; lo hacía para recordarse las gestas de Aquiles. El gran guerrero se descubrió a sí mismo a través de un poema épico que le descubrió no sólo quién era sino quién quería ser. Un libro, grabado a fuego en el alma de un muchacho, fue capaz de transformar el mundo conocido hasta ese momento. Que nadie menosprecie, que nadie se atreva a minimizar, la importancia de un libro. Lea.
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Luis Villegas Montes.
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[1] VALLEJO, Isabel. El Infinito en un Junco, DEBOLSILLO, 11.ª impresión, 2022, México.