Tenemos sentidos, pero
somos insensibles
¿Existe lo que vemos?, ¿sentimos lo que oímos?, ¿creemos lo que olemos?, ¿pensamos lo que sentimos?, ¿oímos o escuchamos? o ¿hace falta que nos griten públicamente para voltear y atender a nuestros engaños, vicios o decepciones?
Oír es lo más simple y sencillo. Sólo basta con pegar el oído, dirigir la oreja como una parábola y recibir voces, sonidos, ruidos o música.
Pero también se dice que seleccionamos qué escuchar, lo que ha generado el término de “sordera selectiva” o audición convenenciera, según sea para indicar que hay cosas o personas que no queremos escuchar y fingimos sordera.
Escuchar también es el principal paso para mantener una conversación o negociación. En este mundo de ruidos y de que nos arrebatamos la palabra durante reuniones sociales, toma mayor trascendencia la capacidad de escuchar.
O también los dispositivos electrónicos han cancelado el abrir las ventanas de la audición al mundo: hay un número muy importante de jóvenes y ya personas mayores que acostumbran el uso de potentes bocinas en las orejas para escuchar música, avisando a los demás que él está en su mundo, que es una sordera voluntaria y que los oídos sólo los usa para él mismo.
Hay quien oye, pero no escucha. Hablamos de personas que sólo tienen en cuenta sus puntos de vista, sin mostrar voluntad ni interés por entender a otros. Hay varios estudios para saber qué hay detrás de esas personas que oyen, pero no saben escuchar.
Destacan que la personalidad narcisista está detrás de muchas de nuestras frustraciones a la hora de comunicarnos. Son perfiles que nunca atienden perspectivas ajenas. La única verdad es la que ellos tienen, y por si esto no fuera poco, toda conversación carecerá de interés si no son ellos el centro de todo argumento, anécdota o referencia. Sólo sus razones y argumentos importan y son verdaderos; descalifican y son intolerantes con quienes no piensan como ellos.
La gente no escucha por las siguientes razones: porque compara o se compara, hace suposiciones, prepara su próximo comentario, sólo le interesa parte de la información, juzga, etiqueta y prejuzga, piensa en otras cosas, da consejos, discute o busca desacuerdos, cambia de tema, o sólo está pendiente de agradar. [1]
Sufrimos una hipoacusia, que es la disminución paulatina para escuchar derivada del uso de audífonos a volúmenes muy altos. Hay muchos ruidos en la vida y en las redes sociales que nos impiden oír. Padecemos una sordera funcional social y colectiva: no nos escuchamos entre nosotros y nos refugiamos en el uso excesivos de audífonos y en las aplicaciones digitales. Y lo que es peor aún, ni siquiera nos escuchamos a nosotros mismos.
Los informes de salud reportan que el 27% de las personas con más de 40 años que acuden a los servicios de otorrinolaringología y audiología de instituciones de salud presentan zumbido en uno o ambos oídos y tienen dificultad para entender palabras o conversaciones.
La exposición al ruido constante, los altos niveles de música, así como el uso de audífonos, pueden ocasionar pérdida auditiva prematura hasta 30 años antes de lo normal, advierte Juan Rosas Peña, otorrinolaringólogo del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
El ruido se mide con decibles y la Organización Mundial de la Salud considera que, hasta 55 decibelios, el oído es expuesto a unas condiciones de salud óptima, pero a partir de ese nivel, la exposición a los mismos puede llegar a resultar nociva para la persona hasta el punto de no sólo provocarle lesiones graves e irreversible en el oído o la pérdida de la audición.
Entre 0 y 10 decibelios es un nivel de presión acústica prácticamente imperceptible. Es algo que puede escucharse solamente cuando no hay más ruido ambiente. De 10 a 30 decibelios, equivale a los que escuchan una conversación tranquila y a un nivel no muy elevado. Por ejemplo, a la presión acústica equivalente en una biblioteca.
Entre 30 y 55 decibelios, es un nivel de ruido bajo, y por lo tanto aceptable. Entre 55 y 75 decibelios, este nivel ya está catalogado como un nivel de ruido considerable como en la calle, el ruido del tráfico puede llegar a alcanzar los 75 decibelios y el volumen de la televisión también puede exponerse a esa cifra.
Entre 75 y 100 decibelios, es un nivel de decibelios bastante elevado y que incluso puede resultar molesto, sobre todo cuando se produce de manera prolongada. En un atasco de tráfico, se alcanzan fácilmente los 90 decibelios; una cantidad de presión acústica muy similar a la de una sirena de la Policía, los bomberos o una ambulancia.
A partir de los 75 decibelios pueden producirse lesiones en el oído. Si sobrepasan los 75 decibelios, hay que dar un descanso al oído para que se recupere de esta sobreexposición.
Entre 100 y 120 decibelios, el nivel de decibelios es realmente alto. Es al que se está sometido en una discoteca, en un concierto de música o en una obra con taladroras.
En las fiestas y viales nos ponen el sonido de las bocinas entre 90 y 100 decibeles, creyendo que entre mayor es el sonido, mayor es la diversión. El resultado es que la personas permanecen sentadas, con la tortura en los oídos y se refugian en los celulares para acallar las penas y el sonido.
A partir de 120 decibelios, el oído humano entra en el umbral del dolor si sobrepasa esta cantidad de decibelios y el riesgo de sordera es bastante alto. Se pueden sobrepasar los 120 decibelios si se está a menos de 25 metros del despegue de un avión o justo al lado de un petardo que estalle.
Gozamos de cinco sentidos que nos sirven para conocer el mundo. Con ellos captamos la realidad, son los accesos básicos y elementales para adquirir conocimientos. Con los sentidos escaneamos las cosas y las personas, pero entre sentir y usar los sentidos hay una gran diferencia, porque usando los sentidos no podemos amar por los oídos ni odiar por los ojos. Captamos datos amables o incómodos que enviamos al cerebro y al corazón, lo que pueden generar juicios racionales o emociones sentimentales.
Teóricamente es el proceso natural. Nuestros cinco sentidos nos alimentan con datos de textura, colores, sabores, sonidos e imágenes y eso nos ayuda a procesar información y elaborar enunciados. Nos provocan satisfacción, pero no nos convierten en sensibles.
Usamos los sentidos, pero nos hemos convertido en insensibles a muchos motivos de la vida. Hemos perdido el sentido de la vida al desubicar la trascendencia del ser humano y en su lugar vivir en una corta inmediatez, en un simple y temporal hoy que nos impide tener la vista de frente y de vez en cuando voltear al cielo. Sólo es la inmediatez del momento, que lo hacemos sin reflexión y luego queremos justificarnos en que no sabemos de dónde nos surgió el deseo, adicción o placer de hacerlo.
Sin embargo, “hemos perdido los sentidos, dice Amadeo Cencini[2], y los hemos perdido casi sin darnos cuenta, cuando todo alrededor de nosotros parecía indicar su triunfo: culto al cuerpo, exaltación de la sensualidad, en un frenesí de consumos, de viajes y de experiencias exóticas”.
Y luego, “el hombre moderno soñó con sustituir los sentidos con instrumentos tecnológicos, con centrales de información precisas, listas para conectarse a su necesidad o a su mando. Así se ha realizado la fantasía de vincular directamente la mente humana al mundo, dejando aislado el cuerpo, fardo siempre abultado y, luego del abandono de los sentidos, coto de caza de la cosmética y de la cirugía estética”.
Con este planteamiento se llega dramáticamente a que nos volvemos insensibles, perdiendo otra dimensión o componente típico de nuestra humanidad que es la sensibilidad y así, pasamos del homo sapiens al homo insensatus, en sentido literal. O sea, un hombre sin sentidos: de homo sapiens -de sabiduría- al homo insensatus, -hombres sin sentido-.
Nos hemos convertido en sordos sociales, en sordos convenencieros y conchudos.
Volteamos a otro lado ante los problemas o como escondemos la cabeza como la jirafa para no ver ni oír y que con eso desaparezca el problema.
Y, por otro lado, nos abandonamos a ruidos extremos que nos ensordece y que nos impide platicar. Restaurantes, fiestas, bodas, en los autos, antros y ahora hasta en la calle, se instalan bocinas potentes que nos enmudece porque no trae caso intentar hablar, ya que no escuchará nadie.
Tenia razón Paquita la del Barrio, de gritarle fuerte al inútil para destapar los oídos de cerilla, rumores, mentiras y desinformación.
Vivimos en un mundo de inútiles sordos…
¿Me estás oyendo inútil?
[1] MCKAY, Davis y Fanning, www.justificaturespuesta.com
[2] CENCINI, Amadeo (2014) Hemos perdido los sentidos, editorial Bonum, Buenos Aires, Argentina
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