Entre redes
“Hace mucho tiempo que no digo lo que creo,
ni tampoco creo lo que digo, y si en alguna ocasión digo la verdad,
la oculto entre tantas mentiras que resulta difícil de encontrar”:
NICOLAS MAQUIAVELO
¿Por qué mentimos en las redes sociales?
Por la facilidad del anonimato, la expansión e inmediatez de estas y por narcisistas. Mentimos por mentir y como varias conductas que repetimos de manera compulsiva e impulsiva ya hemos desarrollado una adicción.
Las personas que son adictas a las mentiras, se les conoce como mitómanas porque van edificando mitos, uno tras otro, creando mundos o situaciones inciertas o imaginadas. De algunas manera, todos decimos pequeñas mentiras y van aumentando de manera gradual hasta constituir dobles personalidades y otras realidades. Para mentir no hay fronteras ni límites.
Ahora que está en boga la creación de perfiles en las redes sociales, la mitomanía se ha disparado porque existe la facilidad y presión social de crear identidades o “perfiles falsos” en las redes sociales.
Mentimos por simular lo que no somos, simulamos ser otros por vanidad o autoengaño. Antes, una tarjeta de presentación implicaba entregarla en mano a las demás personas, con lo que se demostraba ser nosotros a quien se refería los datos en el pequeño cartoncillo. Se daba de cara a cara sin lugar a confusión o simulación. No había lugar al anonimato ni la distancia.
Esto no quiere decir que las mentiras son invento de las redes sociales, pero las hemos usado de vehículos y somos los creadores, promotores e impulsores de las desinformaciones, exageraciones y falsas noticias.
Las redes sociales son plataformas o aplicaciones dotadas de datos y funciones que analizan la información que les alimentamos y de manera aleatoria, van “diseñando” posibles soluciones o respuestas. Si las alimentamos con falsedades y mentiras, lo más probable es que arrojen esas imprecisiones.
Hay amor a la mentira y fobia por la verdad. Mentir es más fácil que intentar decir la verdad, porque la mentira se acomoda y circula más rápido, mientas la verdad por molesta e incómoda se queda arrumbada.
En la era de las redes sociales, de imposición de minorías ruidosas y activistas sobre mayorías calladas e indiferentes, la espiral del silencio va dejando el camino libre a los que se posicionan y posesionan en trincheras digitales para imponer su visión. Algo asi como la mexicana frase de quien tiene más saliva traga más pinole: quien manipula más las redes sociales, logra más ventajas. El problema es que cuando se “sube” información a las redes sociales, por lo general, no hay categorías para diferenciar la verdad de la mentira y entra al torrente enloquecedor de información que fluye por las arterias de la red a la que miles de millones de personas abrevamos en la enorme fuente.
La rapidez impide meditar o reflexionar sobre los contenidos; el anonimato nos impide conocer el origen; el desdén por saber la intención y el canal nos ciega en este mundo hiperconectado. Tantas horas al día y en cualquier lugar de estar prendidos en Instagram, Facebook y WhatsApp nos ha anulado la capacidad de discernir o distinguir. Solo vemos, vemos y querer ver más.
Sea cierto, falso, media-verdad, invento, comprobado o mentira, todo lo consumimos. Es como un molino donde ingresamos todo lo que nos llega y muchas veces, ni el tiempo de leerlo, porque ya tenemos encima más información, más fotos, más datos, más memes, más de todo. Y al final, tanto de todo, solo queda poco de nada.
Esto ha sido parte de la adicción a la mentira. Creamos falsos perfiles para obtener un reconocimiento o beneficio inmediato: ponemos fotos de años atrás como si a través de las redes quisiéramos regresar el tiempo y las arrugas e intentamos jugar con el tiempo, presentando el pasado como presente.
Y esa adicción se contagia como epidemia e iniciamos el juego del tío Lolo a hacernos pendejos nosotros solos. Subo una foto de años atrás y sé que mis contactos hacen lo mismo. El trastorno de creer lo falso de otros alienta la mitomanía. Si el otro miente o exagera, yo también miento para estar iguales y la carrera nos lleva a una ansiedad, a distorsionar la realidad para ser aceptados y admirados, se reduce la autoestima y desarrollamos trastornos mentales.
Nicolás Maquiavelo escribió en 1521 “hace mucho tiempo que no digo lo que creo, ni tampoco creo lo que digo, y si en alguna ocasión digo la verdad, la oculto entre tantas mentiras que resulta difícil de encontrar”. Y posteriormente, en 1710, Jonathan Swift, hizo famosa la frase que “la falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella”.
Al hacer un esbozo de la verdad, Tom Phillips (2022) parte de que todos mentimos y nos mienten, que, como seres humanos, nos pasamos nuestra vida nadando en un mar de sandeces, medias verdades y falsedades descaradas e internet ha transformado nuestra vida social en un campo de batalla de desinformación. El caso del expresidente Donald Trump, como otros mandatarios. Mienten a diario “o puede que ni siquiera mientan, quizás simplemente ignoren la verdad y no les importe descubrirla, pero el efecto viene a ser el mismo”.
Phillips sostiene que corren tiempos de disparates a mansalva donde todos contribuimos a ello en alguna manera, ya sea grande o pequeña. Todos hemos transmitido -por cualquier medio o canal- algún rumor infundado y todos hemos hecho clic en el botón de compartir o retuitear sin verificar los aspectos básicos, porque lo que quiera que fuese apeló a nuestros prejuicios personales.
El mismo escritor explica el proceso de una falsa información que aparece en las redes sociales cuando se repite insistentemente pro diferentes canales y la información no tiene fuente ni responsable, pero en lugar de verla con desconfianza, a pesar de que alguien hizo una copia y la compartió y alguien más hizo lo mismo, eso lo tomamos como si fuera una confirmación de algo falso.
El otro problema es que vemos a la verdad como una señora aburrida, sosa y retórica, cada vez más arrinconada en anaqueles, mientras que los embusteros y charlatanes, los memes, las falsas noticias deslumbran como falsas láminas de oro. Los chismes y rumores fascinan al público que ahora los tienen a la mano. Si, literalmente en la mano porque circulan por los celulares móviles que cargamos a todos lados.
Hay varios aforismos desde hace tiempo para retratar la relación entre verdad y mentira. Por ejemplo, se dice que una mentira puede recorrer medio mundo mientras la verdad todavía se está poniendo las botas. O que cuando la verdad apenas va por la leche, la mentira ya viene rodando los quesos.
El escritor Thomas Dekker, se lamentaba en 1606 de que “la verdad siempre ha tenido un solo padre, pero las mentiras son hijas bastardas de un millar de hombres y son engendradas por doquier”, lo que parecía avizorar la fenómeno que se vive con internet.
Siempre hemos mentido por necesidad, protección o placer. Lo hemos hecho por deformación o adicción y si el rumor funcionaba de boca en boca, el proceso era efectivo, pero más lento.
La tecnología digital, la magia cibernética, las benditas redes sociales son incubadoras de enormes camadas de rumores donde los usuarios somos los actores del doble papel de prosumidores, de producir y consumir de manera anónima, simultánea, super veloz y sobre todo, sin asumir responsabilidad alguna.
Mentimos por mentir mientras jugamos al juego del tío Lolo.