La pelea de máscara contra cabellera se fue conformando
en el cuadrilátero del ecosistema digital donde se
armó el “tiro” entre el texto y la pantalla.
Parodiando la famosa frase de René Descartes “pienso, luego existo”, debemos considerar que la lectura es totalmente una acción racional, donde el cerebro se activa. Para leer y escribir usamos el cerebro, ejercemos la función de seres racionales y, por lo tanto, dejamos constancia de nuestra existencia.
“Piedra, tijera o papel” es un juego de reto con las manos, formando con el puño la figura de una piedra, los dedos índice y anular simulando una tijera y la palma es el papel. Al azar seleccionan con la mano una opción. La tijera corta el papel, la piedra quiebra la tijera, el papel envuelve a la piedra.
Cada uno de estos objetos tiene su peso y valor, según cómo lo usemos. En la realidad, nunca se habla de anulación de la piedra o las tijeras, sino del papel. Decimos que va a desaparecer el papel y con ello, la letra impresa.
Hay dilemas llamados maniqueístas, que es una corriente muy antigua considerada herejía por el cristianismo porque descartaba a ultranza una posición diferente a la nuestra. En ese entonces, excluía el bien del mal y ante una afirmación solo quedaba la negación, sin permitir términos medios o intermedios. Un dualismo excluyente y radical: o tú o yo, no hay espacio para los dos.
O eres bueno o eres malo, no había otra. Si no piensas como yo, estás equivocado. Los dilemas eran contundentes y sin dejar espacio para nada: si no eres mi amigo eres mi enemigo. En pocas palabras eso es el maniqueísmo, y su nombre procedía de Manes, de origen persa, líder de la secta.
De un tiempo para acá se ha paseado el dilema maniqueista y excluyente de que, con la aparición de internet, desparecerían los libros. Que con el uso de la tecnología y herramientas digitales ya no requeriríamos de libros y asi como carreras o profesiones relacionadas con la lectura serían consideradas anquilosadas o pasadas de moda.
Esa pelea de máscara contra cabellera se fue conformando en el cuadrilátero del ecosistema digital donde se armó el “tiro” entre el texto y la pantalla.
Los que se resisten a esta lucha son los nostálgicos del papel quienes disfrutan el ojear y hojear las páginas de un libro y hasta ensalivan los dedos para darle vuelta a las hojas. Es una generación que aún no puede iniciar su día sin un café y el periódico disfrutando el olor a tinta y hasta el ruido de darle la vuelta a las páginas. Es un hábito incorporado a la rutina diaria que aceptan los que vivimos nuevos tiempos y que usamos computadora y celular, pero hay la resistencia a dejar de disfrutar un deleite como la taza humeante de café y hasta un cigarrillo.
También son quienes no se pueden concentrar en leer un libro electrónico por la sensación de no hojearlo. Siguen prefiriendo el libro físico, de papel, con pastas duras o la revista y periódico para quedar con la sensación que leyeron.
Sin embargo, la lucha entre texto y pantalla no tiene razón de ser. Mientras se lea, ya sea en papel o en pantalla, el cerebro trabaja y se ejercita. Existe la confusión en que por el solo hecho de estar frente a una computadora hacemos a un lado la lectura, pero debemos considerar que mientras estemos decodificando signos, interpretando significados y haciendo deducciones estamos leyendo. En las pantallas, por lo tanto, también se le lee y bastante. El problema es depender solo de la imagen, que es el grave riesgo de transformar radicalmente nuestra racionalidad.
Eso ha provocado expresiones como la desaparición de periódicos y revistas, el declive de producción de libros ante la omnipresencia del internet. Pero, además, hemos perdido de vista lo más importante de nuestra forma de adquirir conocimientos. Los humanos estamos dotados de sentidos por donde alimentamos de datos al cerebro. Le enviamos colores, olores, texturas, sabores, ruidos que van alimentando la gran fábrica de ideas, pensamientos y lenguaje que llamamos razón.
Ni la inteligencia artificial deberá privarnos de la racionalidad que es una de las esencias naturales de que estamos dotados. Además de los sentidos que son el primer contacto con la realidad, tenemos una estructura de conocimiento basado en la actividad lecto-escritora. Leer no es solo posar la vista sobre un texto, sino es establecer el contacto con el cerebro para que vayamos descifrando los signos o códigos. El abecedario que aprendimos desde niños, con las vocales y consonantes, son la herramienta mágica para crear palabras e ideas y comunicarlas a través de la escritura o la palabra hablada.
La lectura es el acceso natural y lógico de conocimiento y asi está diseñado el cerebro. Si no leemos nuestro lenguaje y uso de palabras se empobrece, aplicando el dime qué lees y te diré cómo eres o ahora aplica el si no lees, no aprendes.
El cerebro es un contenedor y a medida que lo abastecemos de palabras, ideas, datos, números y conocimiento a través de la lectura, responde y reacciona ante situaciones del mundo interior y exterior.
Una vasija de agua vacía nunca dará agua si no la llenamos.
Ciertamente que hay una crisis de lectura que arrastramos de varias generaciones atrás y que se ha complicado por el abuso inmoderado de algunas herramientas digitales. Por ejemplo, hay luces rojas en el exceso de uso de algunos videojuegos que dicen agilizar la mente, pero representan horas de imágenes, el escaso lenguaje que se usa es altamente agresivo y violento y el objetivo es acumular muertes y sobrevivir.
Son pantallas que estimulan reflejos de respuesta ante una hipotética y virtual agresión. La función lectoescritora no funciona para nada y solo se ve, como en casi toda pantalla movimientos, efectos de luces y sonidos. Es como la televisión que, para verla, solo hay que verla, pero no razonar. Cuando vemos la televisión es como desconectar el cerebro y ponerlo a un lado del sillón, mientras disfrutamos los anuncios, ofertas, programas zonzos, mentiras de políticos, espectáculos a base de la vida íntima de los demás y juegos absurdos que se burlan del sentido común. Entre el show, el mal gusto, el morbo y ahora la vulgaridad, acabando con lo poco que quedaba del lenguaje, todavía dicen que con el internet los libros y el periodismo desparecerán.
Por supuesto que los medios impresos están pasando por una crisis provocada, en parte, por la pandemia que con más de 2 años de encierro fueron suficiente para afectar un producto destinado a circular por las calles, cuando las calles, por prescripción sanitaria, estaban vacías.
Pero no caigamos en la tentación de soberbia tecnológica que descarte la actividad lecto-escritora argumentando que ahora todo el mundo es digital. Debemos tener la humildad -vaya, a lo que hemos llegado- de leer para ejercitar y enaceitar nuestro cerebro, de respetar a las personas que aun sientan más certeza y deleite cuando tienen entre sus manos un libro y no etiquetarlo de anquilosado o atrasado.
No olvidemos que la ley física de que todo órgano que no se usa, se atrofia, sigue teniendo vigencia. Si no leemos no usaremos el cerebro para crear, imaginar y diseñar mundos posibles e imposibles.
Los hemisferios cerebrales están dotados para recibir información y datos y se activan cuando posamos los ojos sobre texto. Se recrean y funcionan con destreza porque los ejercitamos a decodificar -o deletrear- y luego lo expresamos a través de la escritura.
Escribir, no consiste solo en tomar un lápiz en nuestras manos y como pinceles mágicos se muevan creando poesía, escribiendo un cuento o una novela.
Cuando tomamos el lápiz, hay un conexión desde el cerebro que nos va diciendo qué letra escribir, qué palabra poner, qué idea inventar. Es la maravilla que tenemos en nuestros ojos y manos para leer y escribir. ¿Por qué ahora los queremos desechar como actividades del pasado predigital?
Giovani Sartori se atrevió a decirlo de manera cruda, pero real. Dejar de leer es arriesgarnos a quedar idiotas. Al no leer dejamos de usar el cerebro y si lo sustituimos por una pantalla de televisión, peor, porque ahí nos transformamos en homo videns, hombres que sólo vemos, y abandonamos al homo sapiens, el lejano y anquilosado hombre de sabiduría.
Por eso el dilema maniqueista de texto o pantalla es muy riesgoso y temerario.
El papel del papel o del texto, es ayudarnos a mantener la racionalidad. Dejemos a un lado las expresiones tontas de que con internet ya desaparecerán los libros, revistas y periódicos.
Decir eso, significa apostar a que perdamos nuestra racionalidad, dejar de ser seres racionales e incorporarnos a un mundo nuevo de idiotas. Con el perdón por la palabra, pero ese es el riesgo.