Las mujeres no pueden creer lo que ven: la tumba de Jesús parece estar vacía. Enseguida, María Magdalena corre a ver a “Simón Pedro y al otro discípulo, a quien Jesús quería”, el apóstol Juan (Juan 20:2). Entonces, las otras mujeres que se quedan allí ven a un ángel. Y, dentro de la tumba, hay otro ángel, que lleva puesta “una túnica larga blanca” (Marcos 16:5).
El fenómeno de la resurrección hasta el día de hoy deja sentimientos encontrados; gozo, miedo, incertidumbre en cuanto a lo que paso dijo ayer el pastor de la Iglesia Lirio de los Valles Armando Rubio, durante su sermón dominical, que al final de cuentas fue la victoria de Jesús sobre la muerte.
Uno de los ángeles les dice: “No tengan miedo; sé que buscan a Jesús, el que fue ejecutado en el madero. No está aquí, porque ha sido resucitado, tal como él dijo. Vengan, miren el lugar donde estaba tendido. Y ahora vayan rápido y díganles a sus discípulos: ‘Ha sido levantado de entre los muertos y, fíjense, va delante de ustedes camino a Galilea’” (Mateo 28:5-7). Al instante, “asustadas pero rebosantes de felicidad”, las mujeres corren a contárselo a los discípulos (Mateo 28:8).
Cuando eso ocurre, María ya se ha encontrado con Pedro y Juan. Casi sin poder respirar, les dice: “¡Se han llevado de la tumba al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!” (Juan 20:2). Entonces, Pedro y Juan salen corriendo hacia la tumba. Como Juan es más rápido, llega antes. Mira desde fuera y ve las vendas, pero no entra.
En cambio, cuando llega Pedro, este entra en la tumba sin pensárselo. Allí ve los paños de lino y la tela con la que le habían envuelto la cabeza a Jesús. Después, Juan decide entrar, y entonces cree lo que les ha contado María. Pero, a pesar de lo que Jesús les había dicho, ninguno de ellos entiende que ha resucitado (Mateo 16:21). Desconcertados, Pedro y Juan regresan a casa. Sin embargo, María, que acaba de volver a la tumba, decide quedarse allí.
Mientras tanto, las otras mujeres corren a contarles a los discípulos que Jesús está vivo. Por el camino, Jesús se encuentra con ellas y les dice: “¡Hola!”. Ellas caen a sus pies y le rinden homenaje. A continuación, Jesús les dice: “No tengan miedo. Vayan, avisen a mis hermanos para que vayan a Galilea; allí me verán” (Mateo 28:9, 10).
Antes de eso, cuando tuvo lugar el terremoto y se aparecieron unos ángeles en la tumba, los soldados que hacían guardia “se pusieron a temblar y quedaron como muertos”. Cuando se recuperan, entran en la ciudad y les cuentan a los sacerdotes principales todo lo que ha pasado. Entonces, después de consultar con los ancianos de los judíos, los sacerdotes deciden pagar una cantidad de dinero a los soldados para que no cuenten la verdad y para que digan: “Sus discípulos vinieron de noche y robaron el cuerpo mientras nosotros dormíamos” (Mateo 28:3, 4, 11, 13).
Los soldados romanos pueden ser ejecutados si se duermen mientras están de guardia. Así que los sacerdotes les prometen: “Si esto [la mentira de que se habían quedado dormidos] llega a oídos del gobernador, nosotros se lo explicamos. Ustedes no tendrán de qué preocuparse” (Mateo 28:14). Los soldados aceptan el soborno y hacen lo que los sacerdotes les indican. De modo que entre los judíos se extiende la mentira de que han robado el cuerpo de Jesús.
María Magdalena sigue llorando junto a la tumba. Cuando se agacha para mirar adentro, ve a dos ángeles vestidos de blanco sentados donde había estado el cuerpo de Jesús: uno a la cabecera y el otro a los pies. Entonces ellos le preguntan: “Mujer, ¿por qué estás llorando?”. Y ella les responde: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Después de decir esto, se vuelve y ve a alguien más. Este le hace la misma pregunta que han hecho los ángeles y añade: “¿A quién buscas?”. María, pensando que es el jardinero, le dice: “Si tú te lo has llevado, señor, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré” (Juan 20:13-15).
En realidad, María está hablando con el mismo Jesús, pero en ese momento ella no lo reconoce. Sin embargo, cuando él le dice: “¡María!”, se da cuenta de que es Jesús, pues lo reconoce por su modo de hablarle. Muy emocionada, María grita: “¡Rabbóni!” (Que significa “maestro”). Pero, como tiene miedo de que Jesús suba al cielo en ese mismo momento, se agarra a él. Así que él le dice: “Deja de agarrarte de mí, porque todavía no he subido al Padre. Vete adonde están mis hermanos y diles: ‘Voy a subir a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes’” (Juan 20:16, 17).
María le hace caso y corre adonde están reunidos los apóstoles y otros discípulos. Las otras mujeres ya les han explicado lo que ha ocurrido. Ahora, María les dice: “¡He visto al Señor!”, y les cuenta lo que él le ha dicho (Juan 20:18). Sin embargo, a los presentes les parece que sus palabras son solo tonterías (Lucas 24:11).