En noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, tres años después Francis Fukuyama propuso una teoría romántica sobre la nueva era global; “El fin de la historia y el último hombre”, tituló su libro. Argumenta que el colapso del bloque comunista canceló la confrontación ideológica iniciada entre oriente y occidente tras la Segunda Guerra Mundial. En adelante, pronosticó, será el liberalismo económico y político quien mueva al mundo, teniendo a los Estados Unidos como su motor principal. La teoría del mundo unipolar y democrático permanente.
En esa época de los noventas predominaba una sensación mundial de euforia colectiva, el comunismo había sido derrotado para siempre, nos esperaban tiempos de paz. Llevaron el alucine a la literatura, la academia se ocupó de darle explicación científica, lo recogió el cine, la música, el deporte. Era un renacer sin el horror de las guerras, a la humanidad le esperaban tiempos bondadosos de crecimiento económico, progreso, democracia, seguridad. Hasta Joaquín Sabina, de vocación zurda, entró a la euforia con una canción, “El Muro de Berlín”, festinando el “suicido de la ideología”.
Había motivos para el optimismo, la demencia del comunismo expansionista y genocida que durante décadas esclavizó a miles de millones había colapsado en sí mismo. En la vieja historia quedaban las purgas de Stalin que mataron a más rusos de los que murieron por las armas alemanas durante la Gran Guerra, calculan cincuenta millones, y la revolución cultural de Mao que mató de hambre más de 30 millones y a cientos más llevó a la miseria. En general, las atrocidades contra una tercera parte de la población llegaban a su fin.
También empezaron a caer los dictadores de la derecha. En España había muerto Franco y transitaban hacia la democracia, Pinochet perdió el plebiscito y aceptó la derrota, cayeron las dictaduras militares de Brasil, Argentina, Uruguay. Para sostenerse, el PRI hegemónico de nuestro país hizo concesiones democráticas que finalmente lo llevaron a caer en la elección del 2000. Nada podía salir mal, el mundo entero estaba entrando en una nueva era dorada donde los regímenes asesinos quedarían en la historia como ejemplo de lo que nunca debió ser.
Fukuyama, los académicos de entonces y toda la generación que nos tocó vivir y celebrar la caída del Muro estábamos engañados, embobados en un espejismo de humanidad que ocultaba una realidad siniestra. No asistíamos al fin de la historia ni al sepelio de las ideologías, los años de jolgorio sólo fueron un remanso social que nos hizo creer, ilusos, en la nueva utopía mundial del bien común asentado en valores democráticos de solidaridad humana.
La realidad nos despertó de a poco. Rusia sólo tuvo una elección democrática, la de 1991 con Boris Yeltzil. Después llegó Putin y otra vez la dictadura con afanes imperialistas. En su tercer periodo el dictador tiene al país en un puño y va por las antiguas repúblicas soviéticas, empezó en Ucrania. China guardó en el sótano el libro rojo de Mao, pero mantuvo la dictadura política y entró en el más salvaje capitalismo. En América Latina Cuba siguió esclavizando en la miseria a su pueblo, Venezuela, Argentina, Brasil y otros países cayeron en el populismo al que México se sumó en 2018. Nicaragua entró en una dictadura asesina.
¿Y Europa, la vieja Europa? Ha dejado de ser referente mundial, convertida en un gigantesco museo chantajeado por la dictadura de Putin, hoy amenazada por su aliado de siempre, los Estados Unidos, y superada ampliamente por el impulso arrollado de China. Se pensó que la unidad monetaria y política sería el nuevo motor económico del mundo, pues no, el dragón asiático los devoró. Alemania es la mayor economía europea, China la supera cinco veces y en poderío militar ni se comparan.
Cuando mañana Trump asuma el poder, podría ser la fecha que la historia defina como el inicio de una era global de regreso a las dictaduras expansionistas, de líderes autócratas, narcisistas enfermos de poder, movidos por el rencor y muy ambiciosos. Líderes que se arrogan la facultad de hablar por el pueblo con una narrativa maniquea de buenos contra malos expresada en los conceptos más básicos y primarios. Charlatanes bribones con la desfachatez de asumirse moralmente superiores, presentarse con la solución inmediata a los problemas más complejos, provistos con la capacidad y el cinismo de engañar a millones de crédulos hartos del corrupto y agotado establishment.
Ni en sus peores pesadillas hubiesen pensado los norteamericanos que un día tendrían de presidente a un delincuente sentenciado con fama pública de misógino, tramposo habitual que atenta contra la democracia de la que siempre han presumido frente al mundo. No lo digo yo, lo dijo Biden hace tres días: “Hoy está tomando forma en Estados Unidos una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que realmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos básicos y nuestras libertades”. Si la democracia del país líder del mundo libre está en riesgo, qué podemos esperar el resto del mundo con lideres demagogos convencidos de encarnar al pueblo.
Los europeos tenían la esperanza de que Estados Unidos contuviese a Rusia y de cierta manera la contuvo hasta hoy. Bien, pues a partir de mañana con Trump les pinta fatal, existe afinidad entre los tiranos, ahora su gobierno está más cerca de Rusia que de la Unión Europea. Ponga también en esa canasta las amenazas a Dinamarca queriendo quedarse con Groenlandia. Las pocas y debilitadas democracias del mundo están temblando con el arribo del sátrapa que mañana asume el poder, símbolo de una era regresiva que atenta contra los derechos más elementales de la humanidad.
La historia no se detuvo como propuso Fukuyama, cayó el muro, quedó derrotado el comunismo, pero la confrontación permanece, ahora entre demagogos populistas sin convicciones ideológicas. Unos se dicen o definen de izquierda, otros de derecha pero todos son iguales; aspirantes a tiranos perpetuos que usan los medios democráticos para escalar al poder y una vez allí socavarlos, pretendiendo quedarse hasta su muerte.
Poco nos duró el gusto, está cayendo una democracia tras otra. Si los demagogos con aires de dictadores prevalecen y en su paso arrastran a las sociedades democráticas, una era de oscuridad nos abrazará pronto. Contra ella, sólo tenemos nuestro espíritu libre, hagámoslo valer.