Quienes nacimos y vivimos en el desierto estamos muy acostumbrados a implorar a Dios por la lluvia, cantarle a la “virgen de la cueva” para que nos la traiga. Nacemos y morimos hablando de sequia, regocijados ocasionalmente por “años llovedores”. Es el ciclo eterno de la naturaleza en los paralelos que comprenden los desiertos más grandes del mundo; Sahara, Gobi, Arábigo, donde está ubicado geográficamente Chihuahua. Tiempos traen tiempos, hoy es peor con el mundo deteriorándose aceleradamente por prácticas depredadoras del humano, que consume los recursos naturales no renovables como si fuesen eternos. El calentamiento global trastorna todo, obligándonos a cambiar nuestro concepto de sequía, ahora toma dimensiones de alarma.
Hoy que Chihuahua recibe la Convención Anual de la Asociación Nacional de Entidades de Agua y Saneamiento, en su 36 edición, es pertinente hablar sobre la profunda crisis hídrica que sufre la entidad, como gran parte del sur estadounidense y el resto del norte mexicano. En las zonas urbanas seguimos sin percatarnos de la emergencia en puerta, incongruentemente habituados a consumir agua como si abrir el grifo y ver que sale fuese cosa de magia, algo que jamás faltará, un bien que damos por seguro. Es así porque nunca ha faltado por obras como las de Fernando Baeza que construyó el acueducto “El Sauz-Chihuahua” y las de gobernadores siguientes, quienes también abrieron nuevas fuentes de abasto.
Pero el recurso es finito y nos lo estamos acabando. ¿Hasta cuando tomaremos conciencia, ciudadanos y gobierno, de la urgente necesidad de adoptar medidas eficientes para un mejor uso?. En cada crisis hay una oportunidad, creo que la sequia nos hará reflexionar cuando volteemos hacia el campo y veamos en tiempo real las graves consecuencias. Según viejos agricultores, empezará por reducir drásticamente la superficie cultivable (ya la redujeron el pasado ciclo agrícola), los nogaleros en distritos de riego estarán resignados a perder parte de sus árboles y los que irrigan con pozos profundos bombearán más hondo, lo mismo que productores de alfalfa. La ganadería perderá por lo menos el 30 por ciento de sus vientres, diezmando significativamente el hato y desaparecidos los pequeños ganaderos.
Las consecuencias de la depresión agrícola provocarán una crisis social y económica en las comunidades de los distritos de riego, especialmente la región centro-sur. Familias enteras querrán desplazarse hacia ciudades como Chihuahua, Cuauhtémoc, Juárez o trasladarse hacia los Estados Unidos, al menos el jefe de familia. Harán por la vida en formas ingeniosas o buscando nuevos acomodos. Será entonces cuando los “citadinos” empezaremos a sentir la sequía de manera personal, renegando con restricciones y tandeos en colonias ricas y pobres de la ciudad. Saldremos de las distracciones diarias para sentir el golpe macizo de la sequía en nuestras propias casas y jardines, obligados por convicción personal a modificar los hábitos dispendiosos de uso.
En los tempranos noventas, Patricio Martínez, un presidente municipal muy chihuahuita, hizo campaña personal invitándonos a cuidar el agua. En su celo de custodio hídrico ensayó una oración y pidió a los ciudadanos que la dijeran a manera de jaculatoria antes y durante la regadera. Me gustaría recordar aquella ocurrente oración, pero entonces no estábamos para sugerencias de tipo espiritual y menos si venían del gobierno. Debimos escucharlo pero no lo hicimos, colectivamente asumimos que nos enfrentamos a una sequía más, otra de tantas sufridas durante siglos en estas regiones de precarios recursos naturales y veranos rigurosos. No fue una sequía menor, hubo niños que conocieron la lluvia a los cuatro o cinco años, sorprendidos en su inocencia de ver como del cielo caían gotas de agua y no entendimos.
La sequía de los tempranos noventas se nos resbalo como las anteriores y seguimos, en el medio rural y en las ciudades, consumiendo agua sin temor a la próxima. Pues llegó y sólo Dios sabe cuando tendremos nuevos años llovedores, pues ahora que la ciencia permite establecer pronósticos creíbles, es aterrador saber que el año próximo pinta devastador y el 2026 pudiese ser igual. Solo imagine el verano del 26, si la sequía permanece. Da escalofrío, nos veríamos implorando a San Isidro labrador como última esperanza. Ojalá fallen meteorologos y científicos de la atmosfera, pero yo no me confiaría, las herramientas actuales son muy precisas, les permiten ser bastante más acertados que Don Ángel Álvarez, quien hacía mucho con su voluntarismo y modestos instrumentos. Fue un meteoreólogo pionero, hacen falta hombres con su pasión.
En previsión de la emergencia en puerta, la gobernadora Campos, quien se ha mostrado muy sensible al tema, y los presidentes municipales deberían ordenar una eficiente campaña que mueva la conciencia de los ciudadanos, haciéndolos reflexionar sobre la importancia de cuidar el agua. Y la gente tomar las providencias que dicte su sentido común, sin esperar a que le impongan nuevas reglas de uso. Del gobierno no dependen las lluvias, pero sí tomar la iniciativa con medias preventivas frescas, prácticas, ingeniosas. Han mostrado sincera preocupación, no tengo duda que lo harán, nos alcanza el verano en babia y ni cantando el “que llueva que llueva la Virgen de la Cueva” nos salvamos.