Una semana de perro amarillo vivió la presidente Claudia Sheinbaum, con apenas mes y medio en el gobierno. Los fantasmas de Palenque, las voces amenazantes del Imperio y advertencias del mercado hicieron presencia, uno tras otro, exhibiéndola como una presidenta débil, incapaz de poner agenda, desacomodada. Malo para el país, malo para ella, pero es lo que hay; la conjunción de factores diversos que anuncian la formación de una negra masa nubosa con energía suficiente para desencadenar la tormenta perfecta.
La pesadilla inició con la elección de Rosario Piedra, una mujer ostensiblemente incompetente, como presidenta de la CNDH. El tema, antes rutinario, generó una crisis política en la cámara de senadores que dejó ver un diferendo entre el ex presidente y CSP, con saldo negativo para ella. Usualmente serena, al otro día no pudo procesar correctamente el momento incómodo e intentó cerrarlo con lacónica expresión: “Es una elección del senado que se tomó ayer y hasta ahí”, dijo al ser cuestionada en la mañanera.
Ella o sus asesores se percataron de que la brusca y fría respuesta permitió asomar su inconformidad. En la mañanera siguiente, sin que nadie le preguntara, retomó el tema en términos retadores: “Ahora resulta que desde Palenque, López Obrador está dictándole a los senadores quien va a ser la presidenta de la CNDH. Ya se retiró de la vida pública, está escribiendo su libro, está en otras tareas de la transformación” y para dar énfasis a la explicación remató preguntando “ustedes creen que le interese estar pensando quien va a ser la presidenta de la CNDH”, y con dejo de impotencia pidió a comentócratas y analistas pruebas que justifiquen sus dichos.
El cambio de versión en solo 24 horas confirma lo que pretende ocultar; su frustración por la presencia del ex actuante. Encima, senadores y diputados firmaron la humillación cantando a coro el “es un honor estar con obrador”, estribillo de abyección en el sexenio anterior, entonado también en su propia mañanera. Esas expresiones no son espontáneas, están perversamente dirigidas por el núcleo más duro del “líder amadísimo” al que siguen teniendo como jefe absoluto. Saben que faltan al respeto de la presidenta y les da igual.
Los rumores de la humillación seguían escuchándose en todo el país, cuando recibe un amenazante recado del Imperio. Ken Salazar, embajador de los Estados Unidos, sorprendió con una declaración destemplada: “la estrategia de abrazos y no balazos no funcionó, porque el presidente anterior se negó a cooperar en el último año y rechazó apoyos hasta por 32 millones de dólares para seguridad”. La intromisión de Salazar sirvió a manera de distractor sobre la humillación con Rosario Ibarra, pero trasladó un desencuentro doméstico hacia una crisis diplomática con el arrogante vecino, cuyo presidente electo mantiene la narrativa contra el país.
Y ahí está otra vez la presidenta, ocupada en descalificar al diplomático acusándolo de hablar con “disparidad”, porque así como dice una cosa dice otra y aclarando que México va por coordinación, no subordinación. Sin faltar, desde luego, la nota diplomática de inconformidad.
Había más, al otro día la noticia que no querían recibir. Moodys, una de las calificadoras más influyentes, cambio de positiva a negativa la calificación de la nota soberana del país, entre otras razones por “el debilitamiento del marco institucional y de la formulación de políticas que puede socavar los resultados fiscales y económicos”, es decir por la reforma judicial y las decisiones financieras tomadas con criterios ideológicos.
Oooootra vez Claudia aclarando: “muchas veces estas calificadoras tienen sesgo. No se porque hay un debilitamiento institucional, tendrían que dar más argumentos o pruebas para ello. Todos sabemos que en 2018 el modelo económico cambió, es un modelo basado en austeridad republicana”. Es la presidenta reactiva bailando en dos ritmos que no le sientan; el son de Palenque y la polka texana, cuándo el suyo.
Todos los presidentes lidian con “las herencias del pasado”, unas más pesadas que otras pero todas gravosas: Miguel de la Madrid con las pésimas decisiones de López Portillo al final de su gobierno, que terminaron con el desastre de la nacionalización bancaria. Salinas con la inflación que no pudo contener De la Madrid. Zedillo padeció los errores de diciembre, por la soberbia de Salinas que se negó a devaluar el peso. Zedillo con la crisis política del fraude que dejó Salinas. Fox y Calderón recibieron sin trastorno, pero Calderón entregó el país sangrando y Peña dejó la crisis de los 43 y la corrupción extendida.
Claudia Sheinbaum recibió en herencia un alineamiento de varias crisis: El crimen metido en política y con amplias franjas del territorio nacional tomado; la promesa de una crisis financiera de potenciales consecuencias catastróficas: la imposición del llamado Plan C cuestionado nacional e internacionalmente; el descrédito internacional del país, por la regresión política; y, probablemente la más grave, la fundada sospecha de que manda él, no ella. Sobre lo anterior ponga las condiciones globales que dejaron al país en medio de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, obligándonos a soportar los desplantes de Trump con los temas de narcotráfico, migración y aranceles.
Los anteriores presidentes tenían una ventaja, ganaban tiempo responsabilizando al anterior. López Obrador se la pasó culpando a Calderón hasta el último momento y así cada uno miró hacia atrás resbalando responsabilidades. CSP no goza de tal prerrogativa, al contrario, la perdió cuando asumió la tarea de hacer suyo el plan trazado por su antecesor. En vez de limpiarse con él, lo defiende hasta el grado de negarse a sí misma, sabiendo que compromete su legado personal de ser la primera mujer presidenta del país. Es demencial, se traga completitos los sapos heredados y parece disfrutarlos.