Cuando López Obrador oficiaba de campeón opositor, los presidentes del país eran responsables de todo, según sus enérgicas amonestaciones. Zedillo de Aguasblancas, Calderón de la fallida guerra contra el crimen, Peña de Ayotzinapa y así mil ejemplos. Nada se movía en el país sin la voluntad del presidente o su instrucción.
Hoy que la responsabilidad es López Obrador, cualquiera tiene culpas menos él, siempre la llevan otros. Ya sabemos, si fuese sorprendido golpeando el rostro de una niña con sus puños, se llamaría víctima diciendo que la niña lastimaba sus puños con las mejillas. Es la condición del cobarde, nunca es responsable cuando algo va mal.
De la violencia en Culiacán primero responsabilizó a los medios, acusándolos de amarillismo, luego intentó restarle importancia con la insensata ocurrencia de que en Guanajuato morían más, como si esa noble tierra fuese de Guatemala u otro país en la que carece de autoridad.
Dado que la violencia sigue incontenida en Sinaloa (de Culiacán ha ido escalando), con la entidad paralizada hasta el grado de que sus habitantes sufren desabasto alimenticio, elevó la mira y al no encontrar más responsabilizó al gobierno de los Estados Unidos, por acordar con narcotraficantes el secuestro de El Mayo.
A unos días de que termine su mandato quedó atrapado en Culiacán, atónito por la crudeza de los hechos sangrientos producto de su criminal negligencia con los abrazos, y la impotencia de las fuerzas nacionales para contenerlos, frenadas por ordenes del Comandante Supremo.
Está batido en la trampa que él mismo construyó con la cínica e impúdica complicidad de su gobierno con los grupos criminales, a quienes da trato de amigo dejándolos obrar con sevicia frente a los ojos del país, amparado en el ruego de que actúen con responsabilidad, «para no lastimar al pueblo».
Así como no se percata que al dirigirse a los sicarios del mal desde su tribuna matutina, desde donde gobierna y a través de la cual gira ordenes a sus acólitos y amonesta a opositores, les concede calidad de interlocutores legales (“les hablo por que se que me escuchan”), tampoco se da cuenta que responsabilizando al Imperio de la violencia en Culiacán abre la puerta para justificar una intervención. Si nos hacen responsables, vayamos a solucionar el problema, concluirán los radicales al otro lado de la frontera.
A estos extremos de verguenza, patéticos, llegó “el mejor presidente en la historia del país”, cuando está por entregar el cargo. Es indignante ver como la seguridad nacional se va como agua entre sus manos y él sigue concentrado en evitar que las consecuencias sangrientas manchen su plumaje, orgulloso de pasar por el pantano y mantenerlo limpio.
No señor presidente, usted puede presumir de pureza pero su plumaje quedó tan manchado como la tierra bajo los cuerpos sangrientos de los caídos por balas sicarias. La realidad es otra y apesta: Entregará el gobierno con casi 200 mil muertes, más de las que suman los dos gobiernos del PAN, con un tercio del territorio nacional controlado por el crimen, según informes del Ejército Norteamericano, con los señores del mal involucrados activamente en política y millones de mexicanos productivos pagando impuesto doble; el que cobra el SAT y el que cobran las organizaciones delictivas.
Acepte o no, señor presidente, ese también es su legado. En vez de ponerlo en la cuenta de los que ya pasaron por la silla que pronto dejará, tenga la mínima decencia de hacerse cargo usted mismo, pues como dijo al principio del sexenio, en el país nada pasa sin que lo sepa el presidente.
Rompeolas
Mientras el presidente López Obrador responsabilizaba al gobierno de los Estados Unidos por la violencia en Culiacán, reclamando acuerdos para llevarse ilegalmente a El Mayo, el embajador Ken Salazar viajaba a la entidad del “conservadurismo terracista”, conviviendo en armonía casi familiar con la gobernadora Campos, top cinco en los desafectos presidenciales. Ni a Salazar ni a Maru pareció importarles el “qué dirán en Palacio”, se dispensaron halagos uno al otro como viejos conocidos. Muy plena la gobernadora, sintiéndose protagonista estelar; muy coloquial el embajador, hasta el cielito lindo pidió mientras lo escoltaba Santiago de la Peña. No tengo duda, los reportes llegaron hasta Palacio Nacional. ¿…Y?, preguntarán los protagonistas socarrones. Maru si tuvo cuidado de mencionar a Sheinbaum, pues López Obrador ya se va pero la gobernadora quiere construir una buena relación con la presidenta. Está en lo suyo, seguro tendrá éxito, sabrá manejar bien una relación de mujer a mujer.
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La Guardia Nacional era civil sólo en la ley, pues desde que nació quedó militarizada para todo efecto práctico. Antes de que se vaya López Obrador quedará legalmente militarizada, otro regalo de los súbditos en las cámaras legislativas. Pero está muy bien, se trata del gobierno más humanista y de izquierda que ha tenido el país, ¿que de extraño tiene militarizar al país?. El discurso es uno, los hechos otros, ¿porqué debemos conocerlos, según la biblia?.