*Su soberbia jodío al pías
San Tomas de Aquino define la soberbia como “un deseo excesivo por uno mismo que rechaza la sujeción a Dios”. Para la teología católica es el pecado fundamental, porque motivó la rebelión de Luzbel contra Dios, origen de todos los males, cuya mayor expresión es la rebeldía de Adán y Eva, narrada en el Génesis. Recuerdo a mi papá cuando me aleccionaba sobre los siete pecados capitales y sus respectivas virtudes teologales. Para cada pecado existe una virtud: Contra soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad, contra lujuria, castidad; contra Ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad; contra pereza, diligencia.
Me las aprendí de corridito, lo que después me serviría mucho en las lecciones de catecismo que supervisaba el estricto padre Tarango (Dios lo tenga en paz), pero encontraba resistencias para entenderlas. Pedir caridad al envidioso implica un poderoso acto de voluntad, va contra su naturaleza. Lo mismo que al lujurioso pedirle castidad o al perezoso diligencia, trabajo, acción. Son antídotos que por definición conllevan un ejercicio de voluntad tan grande que, para ser efectivo, necesita ser mayor a la fuerza del pecado que combaten. No pretendo corregir enseñanzas teológicas, pero pienso que contra los siete pecados capitales solo es necesaria una virtud teologal, la voluntad.
Estoy convencido de que la soberbia es el principal problema del México actual. No hablo de una soberbia colectiva inexistente, me refiero a la soberbia del hombre que decidió ponerse por encima de la sociedad, las leyes, las costumbres y la razón, asumiéndose moralmente superior. De su soberbia exaltada se derivan los mayores males del país, por que pudiendo usar su legitimidad social en beneficio del país, la usó intentando construirse una imagen de héroe nacional comparado con Hidalgo, Juárez, Madero. Se quiere más a sí mismo que al país.
Apegados a San Tomas de Quino es pertinente decir que López Obrador tiene un deseo excesivo por sí mismo que rechaza la sujeción a las leyes y a los valores que dice profesar. Lo ha dicho expresamente, “por encima de la ley está mi autoridad moral y mi dignidad”. Con la convicción de ser moralmente superior y estar por encima de las leyes, su primer gran acto de autoritarismo fue cancelar la portentosa obra del Nuevo Aeropuerto, sabiendo que resultaba más caro pagar la cancelación que concluirlo. Se acaba el sexenio y los mexicanos seguimos pagando aquella decisión en doble precio; el monetario a los inversionistas, cancelarlo costó cerca de 400 mil millones de pesos, y la incomodidad de un aeropuerto disfuncional.
Con la misma soberbia que inició está cerrando. En el último mes de su mandato constitucional, septiembre, planea otra gran osadía contra el país; hacer del Poder Judicial un apéndice electorero rendido al Ejecutivo. Esta sin razón implica, además, un acto de venganza personal, pues si la mayoría de los ministros hubiesen aceptado la propuesta de prorrogar dos años la presidencia de Saldívar o después hubiesen sucumbido a sus chantajes, en vez de pedir su salida diría que son los mejores y más honestos ministros y jueces de la historia. Su rechazo al Ejecutivo y la digna conducta de la ministra presidente, Norma Piña, despertaron su apetito de venganza. Vea usted hasta donde la está llevando.
Entre las dos sinrazones que enlazan su administración, Aeropuerto y PJ, existen una serie de decisiones ideológicas orientadas a fortalecer su idea de trascendencia histórica, sin reparar en que la mayoría terminó lastrando las deprimidas finanzas nacionales. Pemex, CFE, AIFA, Tren Maya, Dos Bocas son ahora una carga adicional e insoportable al presupuesto anual. Pero la mayor sinrazón, la más arrogante de todas fue designar por decreto una cuarta etapa en la historia del país, a la que llamó “cuarta transformación” y puso de lema “humanismo mexicano”, sin esperar a ser juzgado por la historia. Empezando su mandato se juzgó a sí mismo y resolvió que su gobierno merecía ser considerado una nueva era nacional y él llevado al panteón de la patria.
Con ese delirio dividió al país en dos, “o se está con la transformación, o se está contra la transformación”. Una sentencia inapelable que hizo de la sociedad mexicana un país de blanco y negro, ignorando la riqueza cultural e ideológica, los tonos grises en toda sociedad compleja. Así gobernó, estableciendo una clara línea de separación entre buenos y malos, donde los buenos son sus seguidores y los malos el resto de mexicanos, en su mente no hay medios. En ese afán separatista improvisó un catálogo de insultos, repetidos mil veces en la tribuna matutina: conservadores, neoliberales, corruptos, corruptazos, hipócritas, racistas, clasistas, déspotas, rateros, ladinos, sabiondos, aspiracionistas, simuladores, rapaces y un largo etcétera. Los suyos, por exclusión, son el contrario: progresistas, honestos, incluyentes, transparentes, humildes…
Ciertos presidentes, incluso gobernadores estatales, suelen ser proclives a instruir o aleccionar al pueblo, olvidando que fueron electos para administrar el presupuesto en atención a las necesidades sociales, no de maestros ni pastores religiosos. Pero ninguno, aparte de López Obrador, se asumió la medida de principios y derechos. Desde el primer día y hasta hoy es arbitro de la honestidad, bondad, democracia, razón, sabiduría. Es el justo medio aristotélico, todo medido en razón de su persona. Con su vara Bartlett es honesto y democrático, Salgado Macedonio ejemplo de castidad y respeto a la mujer, Noroña virtuoso de la paciencia, Lenia Batres modelo de templanza y sabiduría, Javier Corral referente de laboriosidad, Monreal personifica la congruencia, Adán Augusto a los esposos fieles y padres tolerantes.
Y él prototipo indiscutido de humildad. Para que nadie dude, lo reitera; no quiere que las calles lleven su nombre, tampoco que levanten monumentos en las plazas ni tiene apego al poder, lucha por causas. Aparte de soberbio, cínico. Pero deje usted el cinismo, con un gramo menos de soberbia y una pizca de humildad de nuestro presidente, México pudo ser otro país, oportunidades llegaron y siguen llegando copiosas desde el extranjero.
Imposible, pedir al soberbio humildad es como pedir al lujurioso castidad o al perezoso que trabaje. En vez de un país de movilidad social y desarrollo económico, su soberbia y deseo trastornado por pasar a la historia nos colocó al borde de la dictadura. Nunca tuvo voluntad de cambiar. Lo que perdimos el dos de junio fue la posibilidad de decidir nuestro destino, ahora estamos a su merced, puede hacer del país lo que su real soberbia le dicte.