He cubierto elecciones desde 1988, cuando el fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas, y las he reseñado políticamente desde Vicente Fox, aquella épica campaña que movilizó a millones de mexicanos para “sacar al PRI de los Pinos”, y nunca sentí la necesidad de involucrarme personalmente, el trabajo de un analista profesional es interpretar los hechos y procesarlos en un texto coherente. Hoy es diferente, cuando menos pensé ya estaba involucrado en la campaña, especialmente desde que Xóchitl se impuso a la nomenclatura partidista de lo que ahora el oficialismo llama despectivamente PRIAN.
Me involucré porque estoy sinceramente convencido de que nuestro país está frente a un momento relevante de la historia, reducido a una disyuntiva elemental: Dar un paso hacia la consolidación del régimen dictatorial o regresar al punto donde construíamos la democracia. Ni la de López Obrador es una dictadura plena, ni la otra era una democracia madura. Lo delicado del momento actual es que nos encontramos en periodo de transición y el domingo decidiremos hacia donde queremos ir. Planteado así es obvio, supongo que una mayoría robusta elige democracia. El problema es cuando una parte importante de mexicanos tiene percepción diferente, creen que los valores democráticos los represente el gobierno de hoy.
Los mexicanos somos resilientes, en décadas de sufrir engaños y desilusiones aprendimos a lidiar con gobernantes soberbios, incompetentes, abusones, corruptos. Yo también puedo soportar en ellos esos vicios del espíritu, incluso la corrupción que tanto daño nos hace como país. Lo que no puedo soportar y no soportaré jamás, es la mera idea de vivir en un país donde una sola persona decida sobre el resto, un país donde los valores democráticos están atados al concepto de “pueblo”, siempre que ese pueblo sea yo, el iluminado, el investido, único autorizado en interpretar los deseos populares. ¿Que tipo de país sería ese? López Obrador nos ha dado una probadita. En lo que a mi respecta, es una experiencia muy amarga.
Estoy convencido que la narrativa mañanera nos lleva, por lo menos, hacia la consolidación de un régimen de partido único parecido al viejo PRI, con una enorme diferencia de fondo: aquel PRI era constructor de instituciones, promovía el desarrollo económico y la movilidad social; el Morena de hoy celebra la miseria usándola como instrumento de permanencia, “con los pobres va uno a la segura” y demoniza los legítimos esfuerzos de quienes aspiran a mejorar su vida, “individualistas sin escrúpulos”. Si no quiero volver al viejo PRI antidemocrático del pasado que procuraba desarrollo, menos quedarme en una versión que promueve decadencia, subdesarrollo y miseria.
Por supuesto puedo, millones de mexicanos podemos estar equivocados en la percepción. Es una posibilidad, pero mi rechazo al populismo autoritario no lo inspiran motivaciones ideológicas, me mueven los hechos del presidente y líder absoluto del “movimiento”, no sus dichos matutinos (por sus obras los conoceréis). Su gobierno es una contradicción flagrante a la vista de todos mexicanos imparcial con sentido de responsabilidad: En la mañanera se proclama demócrata y acto seguido presenta un plan para destruir los órganos garantes de la democracia, ¿cómo?. Se dice pacifista y al rato, en el mismo contexto narrativo, justifica los asesinatos del crimen con que “combatimos las causas”, ¿es incompatible combatir las causas y al mismo tiempo combatir a los criminales”?. En los hechos no hace una ni la otra. Promete acabar con la corrupción barriéndola “de arriba hacia abajo”, pero solapa un desfalco multimillonario por él reconocido, al tiempo que justifica la opacidad en contratos y compras por montos contados en miles y miles de millones. Opacidad y corrupción van de la mano.
Atenido a lo que dice, López Obrador es demócrata, pacifista y honesto a carta cabal. Si observo los hechos es autoritario e intransigente, cómplice de los criminales a quienes abraza tolerando sus actividades criminales y respeta “sus territorios”. Es también un gran corrupto en tanto que promueve o por lo menos justifica el saqueo de las arcas nacionales. Esa es la realidad de nuestro Presidente, dice una cosa y hace otra exactamente contraria, con el cinismo de hacerlo pidiendo además que le creamos. ¿Cómo puedo aceptar la instalación permanente de un régimen que postula una verdad y actúa negándola? Es demencial, va contra todo sentido de interés ciudadano, atenta contra nuestra inteligencia, nuestro derecho a ser respetados y tomados en cuenta como ciudadanos con criterio independiente.
Puede que muchos consideren sinceramente que no es para tanto, que soy exagerado, que México nunca será la dictadura que millones tememos y que López Obrador sólo quiere ayudar a los pobres, olvidados durante décadas de malos y elitistas gobiernos. En esa posibilidad nada me gustaría más que estar equivocado, dar la razón a quienes piensan así. Pero, atentos al pero, ¿Qué tal si no y si el domingo gana Sheinbaum y un mal día de noviembre (ese mes habrá relevo de un ministro de la Corte) propone en su lugar a una ministra como Lenia Batres, sometiendo a la Corte como no pudo López Obrador?. ¿Qué tal si la Corte secuestrada valida las reformas legales del fallido Plan B y desaparecen los organismos electorales tal como los conocemos hoy?. En ese momento el país cambiaría para siempre con predecibles consecuencias catastróficas.
¿Ocurrencias, suposiciones delirantes?. Como dije, podría ser. Pero si la posibilidad de ver a mi querido México así fuese únicamente del uno por ciento, sería suficiente para negar mi voto a quienes representan esa “minúscula” amenaza. Sin embargo, otra vez los tercos hechos, no es el uno por ciento, Claudia Sheinbaum ha prometido consolidar la cuarta transformación, ponerle segundo piso a lo que inició López Obrador. En el mejor de los casos la apuesta significa un volado. ¿Quién se atreve a jugarlo, conociendo sus implicaciones? Yo no, está demasiado en juego para lanzarlo y esperar que caiga águila. ¿Y si cae sello?. Esta elección no es otra más, es la elección que definirá el futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos, de toda una generación de mexicanos que podría ver canceladas sus aspiraciones y sueños, obligados a vivir sin esperanza.