*Samuel, un elogio al cinismo
En la era donde la vida privada del ser más ordinario es pública, cuando los desayunos son incompletos sin tomarles foto y compartirla, así sean huevos fritos acompañados de frijoles sin queso, y los hombres públicos son acechados por mil cámaras digitales que los siguen a cada momento y a donde sea que vayan, uno pensaría que la exposición mediática obliga a comportamientos, ya no digo decorosos, pongamos estándar. Pues no, esta época de sobreexposición pública la marca una tendencia creciente al me vale, actitud social que tiende al cinismo y deja en desuso el sentimiento de verguenza.
No es que los políticos de ayer tuviesen un alto sentido del honor y la decencia, sólo por citar a un cínico de la primera mitad del siglo pasado menciono el nombre de Gonzalo N. Santos, corrupto y asesino exgobernador de San Luis Potosí, y la frase ominosa que dejó para la historia: “la moral es un árbol que da moras”. La frasecita forma parte de un catálogo donde también destaca un anónimo familiar: “el que no tranza no avanza”, que hizo escuela en el viejo PRI y desde ahí trascendió a toda la clase política del país.
En política como en la vida el cinismo no es nuevo, sólo que en nuestra era lo hemos normalizado y en algunos casos patológicos, ciertos personajes encumbrados hacen de él un elogio: Ebrard jura que “no me someteré a esa señora” y al tercer día está sometido, a Monreal lo desprecian durante dos años y al primer llamado sale presuroso a rendirle vasallaje, en el Estado de Guerrero Salgado no puede ser gobernador por acusaciones de violación pero gobierna a través de su hija, López Obrador decide no ver el desastre de Acapulco con sus propios ojos porque “mancha su investidura”.
Un nerd acucioso tiene material para una enciclopedia de cinismos sin saltarse ni una letra de la A a la Z, entreverada con frases que mueven a chascarrillos en lugar de escandalizar: es pendejo el que no roba y más el que roba poquito, me voy del partido por que ya no me representa, sí lo dije pero cambié de opinión, yo tengo otros datos, ayudando a los pobres va uno a la segura, la fuerza del presidente es moral, con los abrazos y no balazos vamos muy bien. Son parte de la cultura popular, presumidas por los peores como si fuesen virtud.
Pero nada o muy poco supera al insustancial y frívolo Samuel García, sus estándares son muy altos incluso en un mundo de políticos cínicos y desvergonzados, está en otro nivel. Ese joven encumbrado de la noche a la mañana por la profusión de los recursos modernos de comunicación “masivo-personalizada” (Que ironía, mientras más masiva es la comunicación también alcanza mayores grados de personalización), encarna lo peor de la decadencia política. Dice representar al futuro y se conduce con las peores prácticas del pasado y el presente: corrupto, irresponsable, abusón, cínico, mentiroso, caprichoso, violador de las leyes y, su coronación, farsante. En la era de los cínicos, el pequeño Samuel alcanza tonos de escoria.
El cinismo e hipocresía del Claudia Sheinbaum es calculado, en el sentido que necesita mimetizarse con López Obrador para mantener esperanzas de triunfo. Sin él, Claudia no es nada y ella lo sabe inequívocamente por eso cumple a satisfacción su papel de Juanita; Habla y actúa como él, repite sus frases, imposta la voz, pondera sus disparates. Pero la mueve un propósito personal, ser la primera mujer presidente del país, motivo en el cual se afana intentando parecerse al guía moral y no solo eso, traslada las mentiras del gobierno a su campaña sin que le importe llegar al ridículo. En el gobierno más corrupto de la historia, está documentado, los primeros spots oficiales de su campaña destacan que “antes había mucha corrupción”. Mentira tras mentira, tras mentira hasta que los electores no devotos acaben por aceptarlas como verdad, pero miente para su proyecto, en razón de interés personal y de partido.
El cinismo de Samuel García es peor en tanto que miente a partir del propósito mismo para el cual está en campaña y lo hace por interés de otros. Intenta engañar a los mexicanos con que su aspiración presidencial es legítima, sabiendo que su postulación va con la encomienda de restar votos a una tercera opción y favorecer a la candidata del régimen. Su cínica subordinación no conlleva interés personal, al menos no el que pregona en campaña; ser presidente del país. Conscientemente y feliz, por lo que vemos en las imágenes, trabaja para el régimen del que reniega y condena en público. En el barrio de las Chivas dirían que se hace pendejo y quiere hacer pendejos a los demás.
Encima pretende imponer en el camino a un interino de su agrado, con la certeza y el conocimiento pleno de que pisotea la Constitución del estado que gobierna y el agravante de ser uno de los diputados que aprobaron las reformas al articulado que desconoce. Es traumático, arriesga la gobernabilidad de la entidad cuya sociedad votó por él bajo el ofrecimiento público, mil veces reiterado, de que no sería como el bronco, que cumpliría los seis años de gobierno.
Sumir a Nuevo León en la ingobernabilidad no le importa, ¿porqué le importaría, sólo es el gobernador?, tampoco traicionar su palabra, traicionar a sus electores y pisotear las leyes. Está obsesiva y cínicamente concentrado en la prioridad objetiva; satisfacer los intereses electorales de López Obrador. Observe hasta donde llegamos, ese muchacho cínico y cagón, quiere convencer al país de ser la opción contra el populismo. ¡Es un farsante, es de los mismos, está entregado¡.
Los gitanos no dan la verdad porque, están convencidos, si la dan la pierden. Con absoluta desvergueza, el régimen de López Obrador alimenta la mentira, la hipocresía y el cinismo como instrumento preponderante de campaña porque si dice verdad pierde las elecciones. ¿Quien votaría a sus candidatos sino fuese por su capacidad de cubrir con un denso manto de mentiras el fracaso estruendoso de su gobierno? Nadie, absolutamente nadie aparte del puñado de abyectos hasta la ceguera.