Hemos confundido conectividad con
felicidad y la infelicidad equivale
a estar desconectados de wifi.
Los cinco sentidos humanos nos sirven para captar señales que también llamamos datos. Tanto la vista como el oído funcionan como radares que buscan identificar un ruido o una imagen. Al captar la señal registramos datos para enviarlos al cerebro donde se procesa y elaboramos ideas, palabras o pensamientos.
Por ejemplo, la radio emite señales que son “bajadas” o captadas por aparatos receptores y es así como podemos escuchar música, noticieros y anuncios. La televisión tiene un sistema similar y actualmente ya se usan satélites para tener mayor cobertura.
Con internet, primero alámbrico y ahora inalámbrico funcionan a través de lo que en radio o televisión serían como repetidoras que son al final de cuentas una cobertura de señal.
Esa cobertura es lo que llamamos wifi.
Se trata de un “término extranjero que lo hemos incorporado al lenguaje cotidiano tan común y normal como tener señal para comunicarnos. El wifi sirve para conectar dispositivos entre sí o a un punto de acceso a internet, a lo largo de distancias cortas, tales como las que hay en nuestro hogar, o en el interior de un vehículo, o en cada piso de un edificio pequeño”.
Y como ahora el uso de internet es tan extendido y normal como consumo de primera necesidad, ese artículo tan cotizado y causa de uno de los principales síntomas de ansiedad es el wifi.
Llegamos a un lugar, privado o público, a un restaurante, hotel o instalación comercial y lo primero que buscamos afanosamente es la señal de wifi. Con wifi somos todo, sin wifi no somos nada.
Es la nueva esclavitud de nuestro tiempo: una señal para conectarnos o enchufarnos, la buscamos y anhelamos; si no la encontramos, estamos perdidos y desorientados.
¿Y por qué esa obsesión por la señal del wifi?
Porque ya no sabemos estar con uno mismo, que es diferente a estar solo. Porque hemos querido ser felices dependiendo de la tecnología. Hemos confundido la conectividad con felicidad y, por lo tanto, la infelicidad equivale a estar desconectados de la señal de wifi.
Y lógicamente al cambiar el sentido de la felicidad, hemos cambiado también conceptos como valor o fortaleza. Dicen que ahora el valor o fuerza de voluntad se mide cuando una persona al salir de casa olvida su celular y la prueba es vencer la “tentación” de regresarse por el aparato. Es como un adicto que enfrenta el reto de no consumir alguna sustancia “sólo por un día” y apela a su fuerza de voluntad. Ahora la prueba está en no regresarse por el celular, ignorar por una hora los mensajes en el teléfono, resistirse a la tentación de no ver durante la noche el teléfono o no dormir con el celular a un lado y apagarlo mientras dormimos.
Cuando Aldous Huxley publicó la novela Un mundo feliz, en 1932, publicó que la “sociedad vive en una felicidad artificial gracias al soma, una droga sin efectos secundarios que sume en un estado de bienestar a quienes la toman, pero también anula su voluntad y sus ideas.
Soma es una droga capaz de evadir al ser humano de toda sensación de infelicidad. Una droga eufórica, narcótica, agradablemente alucinante que no produce ninguna secuela en quien la toma. Y los habitantes de Utopía, el mundo feliz de Huxley, tienen acceso a ella sin ningún tipo de control, más allá del de quien desea que la sigan consumiendo para mejor poder controlarlos.
Con la dispensación libre de soma, los poderes totalitarios que gobiernan Utopía previenen cualquier tipo de inadaptación o inquietud social y, por supuesto, eliminan cualquier idea subversiva. Todos iguales en una felicidad autoimpuesta que anula los impulsos naturales del ser humano. Si nunca se desea lo que no se puede tener, la felicidad se plantea como un estado alcanzable. Sin sufrimiento no se precisa consuelo y ni siquiera la religión se plantea como opción.
Soma abole la voluntad, el individualismo y la diversidad logrando, de esta manera, construir esa sociedad utópica libre de guerras y pobreza en la que cada uno ocupa el lugar previamente asignado. Soma encumbre lo banal, lo trivial, lo vulgar, incluso haciendo creer a sus consumidores que todo está en orden y que, simplemente, son felices a cada instante. Al más mínimo indicio de flaqueza, una dosis de soma y todo vuelve a ese estado de felicidad artificial .
Esa droga, soma, puede equivaler al efecto que ahora experimentamos con wifi. Constituye una felicidad artificial, inmediata y temporal y a pesar de ello, la buscamos de manera obsesiva. Encontrar la señal de wifi es el nuevo bálsamo que nos brinda una pax digital que no tiene antecedente. Ahora buscamos señal o wifi para poder comunicarnos y platicar, ver fotos, mensajes, memes y contenidos que llegan por internet.
Sin wifi estamos perdidos en la nada, nos sentimos en el desierto en medio de un ruidoso conglomerado y andamos penando por encontrar la anhelada señal que nos regrese a la vida.
Nuestra vida depende de una señal electrónica. Como si fuéramos una parabólica que buscamos a donde girar en busca de esa señal que nos permita tener internet. Así era los primeros platos para bajar “señales”.
La solución al famoso problema irresoluto de cómo encontrar la felicidad, la pretendemos encontrar en el wifi como paliativo. La libertad la hemos sacrificado en aras de la tecnología y somos dócilmente esclavos. Es la nueva codependencia sin condiciones ni resistencias. Psicológicamente estamos expuestos e indefensos.
Lo dice Ariadna Romero, que “estar solo” es diferente a “estar con uno mismo”, porque ahora las redes sociales hacen la diferencia.
Creemos que estar conectados al wifi nos regresa la vida o tiene sentido la vida y lo único que estamos haciendo es aislarnos en una soledad espantosa con una teléfono permanente en nuestra vida y con el obsesivo afán de estar conectados o tener a la mano la señal de wifi y con la compulsión de estar viendo a cada momento que hay en la pantalla del celular.
Cosas raras o inexplicables: ante el fenómeno del hiperindividualismo y de aislamiento por las redes sociales, pretendemos resolverlo conectándonos a través de wifi con una máquina y tener señal.
Esas son nuestras prioridades actuales: señal, wifi, datos, aplicaciones, planes, cobertura, conectividad, saldo, etc.
Y por lo pronto, lo demás y los demás, pueden esperar.