Casi sin darnos cuenta, de alguna manera somos prisioneros de los aromas. Vivimos rodeados de todo tipo de olores, incluso los propios, sean agradables o no, casi no hay manera de evitarlos. Sin embargo, hay olores humanos que pueden resultar desagradables y casi ofensivos. Sin siquiera darnos cuenta, uno trata de evadirlos, pues los malos olores parece ser que hasta en el paladar se queda pegados. Los buenos aromas dejan un ambiente agradable que causan deleite en aspirarlos.
Paris se conoce como la “Capital” del buen olor. Los precios de los perfumes son altamente competitivos. Hoy en día, uno de los perfumes más caro del mundo es el Imperial Majesty. Es un perfume que necesita más de un año de preparación y que solamente usa ingredientes exóticos como el sándalo, rosas de Egipto y de Bulgaria. Se dice que en una sola gota de este perfume están concentradas 170 gotas de rosas.
Esto me recuera la casa de mis padres, cada verano por las noches se puede percibir un aroma agradable que penetra por puertas y ventanas, y no solamente la casa propia, sino el barrio mismo, eso es debido a perfume que expide una planta llamada “huele de noche”
Pero también existen otros aromas no causados por perfumes o cosa alguna. Es el perfume de la vida. El perfume que cada ser humano expedimos con nuestros dichos, hechos y actos de nuestra vida.
En el evangelio de Juan 12:1-8, una humilde mujer presentó un carísimo perfume rodeado del más caro sacrificio, de la más cara gratitud, de la más cara decisión y del más caro amor, fue traído por María la hermana de Lázaro, el hombre recién resucitado. No era rica, sin embargo ahorró el equivalente al trabajo de un jornalero por un año para poder comprar semejante perfume. ¿Qué hizo para adquirirlo?, no lo sabemos. Pero una cosa es muy cierta, ninguna otra historia del NT nos presenta la extravagancia del amor hacia Jesús que la presente. Y es que, cuando comprendemos que Jesús es digno del mejor “perfume”, todos los sacrificios que hagamos para amarle y servirle quedarán del todo justificados.
Cuando el aroma de nuestra vida es grato delante de Dios, Él nos llena aroma de Cristo por medio de su amor, su gracia, su misericordia y sus enseñanzas. Nuestro reto es manifestar esa fragancia en nuestra vida diaria y trascenderla. ¿Cómo nos contagiamos con el perfume de Jesús? Muy sencillo, amándolo, viviendo en obediencia a Su palabra y sirviendo a nuestros semejantes.
¿Ha notado que cada hogar tiene su propia aroma? ¿Se ha dado cuenta que los habitantes del mismo hogar también expiden el mismo aroma? Bueno, de la misma manera si vivimos abrazados a Jesucristo, si aprendemos a vivir con Él y en Él, adquiriremos su perfume y podemos esparcirlo en nuestro andar cotidiano.
El amor de María hacia Él no se quedó en palabras y anhelos. El perfume que ella trajo a Jesús estaba lleno no sólo de “nardo puro” el mejor de los perfumes en los tiempos bíblicos, sino del puro amor, afecto y entrega a Cristo. Ella sentía que había recibido mucho de su Señor y que ahora era tiempo para dar.
Estimado lector, estoy convencido que nosotros al igual que ella hemos recibido mucho de Él, creo que sería muy bueno para nosotros comenzar a expedir con nuestra vida un aroma que sea agradable a nuestro Dios e impregne este mundo, pues lamentablemente hemos de reconocer que el aroma que hoy por hoy se respira en el mundo es un aroma de guerra, muerte, tristeza, hambre, injusticia y maldad.
Tristemente hemos de reconocer que muchas veces con nuestra actitud egoísta estamos diciendo que nuestro Señor no es digno de entregarle lo mejor. Con mucha frecuencia no le damos lo mejor de nuestra vida. En consecuencia no expandimos el mejor aroma ni a Dios, ni al mundo.
María tuvo que “quebrar el frasco de perfume” luego derramarlo sobre su cabeza y finalmente “ungió los pies de Jesús, y los seco con sus cabellos” Quebrar el “frasco de perfume” implica el rendir la vida a Él. No basta con tener un frasco de perfume de buenas intenciones o buenos deseos, hay que “romperlo” y derramarlo delante del Señor.
Estimado lector crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.