¿Estamos perdiendo el control
de nuestras vidas
por culpa de las redes sociales?
ALEJANDRO CENCERRADO
Lo que en un tiempo era normal y lo que hacíamos porque los demás también lo hacían o porque estaba incluido como parte de una cultura, de pronto dejó de ser como tal y cambiamos a otras actitudes y acciones. Teorías o percepciones aplicadas sin cuestionar, pero con un gran efecto porque nos servían para resolver dilemas o avanzar en el conocimiento.
Normalmente era lo que se llama paradigma. Un paradigma es un modelo explicativo compartido por una comunidad científica en un momento determinado. En un sentido simple, se utiliza el término a modo de “ejemplo” o “modelo”. Esto se debe a que el significado original de la palabra viene del griego parádeigma, que significa “molde” o “patrón”.[1] También era para explicar las formas de pensar en determinadas épocas.
Y cuando fracasa o cambia un modelo para entender o explicar determinada situación, se dice que hay cambio de paradigma. Por ejemplo, hace décadas existían dos ejemplos de paradigmas muy socorridos como eran los relojes suizos y los objetos chinos. Tan solo mencionar reloj suizo era suficiente para referirnos a exactitud en el tiempo por la fama que habían construido de que para marcar hasta los segundos eran precisos y no se concebida la posibilidad de una falla. Luego, al mencionar que un objeto o mercancía eran de procedencia china, lo identificábamos como algo muy barato, de mala calidad y por lo tanto desechable en poco tiempo.
Se dio entonces un cambio paradigmático y surgieron muchas marcas de relojes en otros países que igualaron o superaron a los relojes suizos y los chinos se propusieron entrar en competencia con otras economías creando, sobre todo, en tecnología, dispositivos altamente competitivos en el mercado dejando atrás el paradigma de que lo chino ya no era sinónimo de “chafa”.
En Tiranía de la Comunicación[2] el director de Le Monde Diplomatiqué, versión española, sostiene que durante muchos siglos la humanidad se rigió por dos grandes paradigmas: el tiempo y el progreso, donde el primero regulaba nuestras actividades. Las acciones y decisiones estaban pautadas por el tiempo: todo lo veíamos a través del tiempo y lo mediamos en función del pasado, presente y futuro y nuestra vida estaba ligada a la medición cronométrica de todo. El tiempo era el regulador -paradigma- de nuestras vidas.
El otro era el progreso. Los padres de familia hacían un esfuerzo para que sus hijos pudieran asistir a la escuela, prepararse, ir a la Universidad a estudiar una profesión porque de eso dependía su progreso. Y conforme iba ascendiendo laboralmente, formando un patrimonio o adquiriendo bienes, iba progresando.
De pronto, esos paradigmas fueron sustituidos o desplazados. Según Ramonet, el paradigma del tiempo fue sustituido por la comunicación y el progreso por el mercado.
Si antes el tiempo regulaba nuestras vidas, la comunicación toma su lugar y desde ese momento consideramos que cualquier conflicto o crisis se resuelve a través de comunicación. ¿Tiene problema en su hogar?, ¿hay un conflicto con sus hijos?, ¿tenemos problemas en el trabajo? ¿los gobiernos enfrentan crisis de gobernabilidad? ¿hay riesgo de quiebra en una empresa? El paradigma o varita mágica para resolver todo eso se centraba en falta o deficiencia de comunicación. El bálsamo o llave mágica de solución era la comunicación a lo que dimos por nombrar como la era de la comunicación.
Luego, el progreso fue suplantado por el mercado que se constituyó como el enaceitado de todo. Si antes nos movíamos con la expectativa del progreso, se pasó a que el mercado fuera el nuevo regulador o controlador de todo. La ley de la oferta y la demanda fue el nuevo paradigma para entender todo, desde problemas de salud, educación, producción o de adicciones. Todo conflicto se explicaba y por supuesto se resolvía a la luz de las leyes del mercado. Y todos bailábamos al son del mercado.
Hasta aquí la teoría propuesta por Ignacio Ramonet: los paradigmas de tiempo y progreso fueron relevados por los paradigmas de la comunicación y el mercado….
Sin embargo, considero que ya entramos muy rápido a una nueva generación de otros paradigmas que durante mucho tiempo fueron modelos y fundamento de nuestra sociedad y cultura: la libertad y la democracia.
De manera temeraria o suicida hemos dado la espalda a nuestra libertad y la hemos cambiado por la tecnología para que en las plataformas digitales se tomen decisiones por nosotros. Las cientos o miles de aplicaciones que bajamos “gratuitamente y sin costo” de tiendas digitales equivalen a grilletes que aceptamos para ser cautivos del negocio de datos.
Hemos perdido la libertad de seleccionar o decidir libremente porque hay “alguien” que nos sugiere, presenta y oferta mercancías atractivas como casi diseñadas exclusivamente para nosotros.
Ese “alguien” misterioso que nunca vemos ni sabemos quién es, son los famosos algoritmos fantasmagóricos que controlan todas las redes sociales y deciden por nosotros. Creemos ilusamente que Google o las plataformas digitales nos auxilian a tener información al día o nos satisfacen cualquier duda, pero lo que hacemos es proporcionar datos de nuestros gustos, intereses o deseos y nos van ofertando conforme sus convenios comerciales donde somos clientes sin que nos hayan consultado.
Nos ofrecen hoteles, restaurantes, tiendas, vuelos y una gran variedad de objetos en el mayor tsunami consumista virtual que a cualquier hora del día podemos adquirir con la facilidad de solo poner el número de nuestra tarjeta y nos llega al domicilio. Nos ofrecen y engañan sobre candidatos y gobiernos y nuestra libertad queda supeditada a la tecnología.
Desde la incursión modesta en la década de los sesenta nunca se llegó a pensar que internet pudiera ser la incubación de pérdida de la libertad debido a que nació y sigue hasta nuestros días sin ningún tipo de regulación que lejos de ser un punto de encuentro libre, responsable y respetuoso de ideas, conceptos, principios o propuestas se ha convertido en el espacio masivo de odio y linchamiento. No pensar como determinados colectivos o grupos ideológicos representa la condena y estigmatización con el deseo de desparecerlo de la faz de la tierra[3].
Los algoritmos o robot digitales deciden por nosotros. Hemos dejado nuestra libertad enganchada en las púas de las aplicaciones digitales.
Y el otro valor paradigmático que fue tan preciado en Occidente, desde la antigua Grecia, la democracia la hemos abandonado por el paradigma del dinero.
El comportamiento electoral, la preferencia de recibir dinero de un gobierno, disfrazado de becas, apoyos o despensas va sepultando el interés de vivir en un clima democrático.
La libertad la hemos cambiado por la tecnología, que decide por nosotros y de manera placentera y conformista lo aceptamos sin vergüenza alguna. Hemos caído en niveles serios de adicción y dependencia de tecnologías que han limitado la decisión libre y la voluntad como toda adicción que nos ciega y domina.
La democracia va perdiendo sentido y valor, mientras los gobiernos recaban impuestos de todos los ciudadanos y los reparten como si fuera de ellos, haciendo caravana con sombrero ajeno, mientras se hacen filas enormes para recibir la dádiva, ya sean necesitados, clase media y muchos hombres de negocios que acuden de manera subrepticia por su “ayudita”.
¿Y la democracia? Puede esperar hasta que las arcas de los gobiernos se queden vacías, pero entonces será muy tarde.
[1] https://concepto.de/que-es-paradigma/#ixzz8m2pNi1CZ
[2] RAMONET, Ignacio (2003) Tiranía de la Comunicación, ed. Debate, España
[3] LOPEZ Noriega, Saúl (2023) El futuro de la libertad de expresión, ed. Grano de Sal, México