El pasado fin de semana, para ser concretos el jueves anterior, se cerró un ciclo en mi vida. Dejo temporalmente la Sala para incorporarme al Consejo de la Judicatura.
Si debiera hacer un balance diría que el saldo el positivo; contra los pronósticos de desastre de hace siete años, la Sala continuó con sus labores como lo venía haciendo en el pasado inmediato. Con altas y bajas, con esta pandemia que nos impuso nuevas reglas de trabajo y de trato, la Sala continúa con su labor y, estoy cierto, lo seguirá haciendo porque así es el abarrote.
Uno no puede saber qué le depara el destino; a veces, me releo y me sorprendo de las esperanzas que encierran algunos párrafos, los temores que me agobiaban, las tristezas que me atribulaban, las alegrías efímeras de aquello que, alguna vez, consideré que sería para siempre; por ello no puedo, ni quiero, predecir qué va a ocurrir o no; solo, ocuparme en algunas líneas de describir mi estado de ánimo actual.
En el transcurso de estos largos siete años, he vivido —como todos— sinsabores y alegrías; de los primeros, el responsable soy yo; de las segundas, no. Hay un montón de gente en el núcleo y en la periferia de mi vida que me han hecho agradecer cada día de trabajo; y de las satisfacciones (que han sido muchas), en primerísimo lugar está la gente que me ha acompañado de cerca en la Sala. No los menciono por su nombre (son muchos y algunos ya no están), pero los llevo en el corazón. Sin ellos, sin su esfuerzo, sin su talento, sin su bonhomía, sin su calidez, sin su generosidad, no habría sido posible esta labor cotidiana que se resume en una noción sencilla, pero contundente: administrar justicia. Por ello, si usted me percibe más repuestito estos días, no se equivoque, no estoy gordo, estoy lleno de gratitud. Gracias, gracias, gracias, porque creo que hemos consolidado un equipo en el que, claro, alguno tiene que dirigir el barco, pero en el que todos somos importantes y necesarios; no imprescindibles, pero definitivamente importantes y necesarios. Que Dios los bendiga.
De los retos por venir, solo repito lo que dije en el Pleno al momento de ser designado: voy a trabajar por el Poder Judicial y para el Poder Judicial; no en favor de grupos ni de personas (excepto una), sino de la institución en su conjunto y, obvio, en beneficio de quienes formamos parte de ella; pero no solo de ella considerada en sí misma, sino de los ciudadanos, particularmente de los justiciables, quienes son, al final de cuentas, a quienes nos debemos.
Lo he repetido muchas veces a lo largo de estos siete años, la razón de ser del Poder Judicial, el Pleno, el Consejo, el aparato administrativo, la judicatura, todo, solo tiene un mero propósito, un único cometido: el servicio público. El servicio público en una de sus variables más trascendentes, la administración de justicia. No estamos aquí para otra cosa ni debemos perder el rumbo pensando que sus empleados somos los protagonistas de esta película; no, los protagonistas son las personas que allá afuera pagan nuestros salarios y confían en nosotros; tanto, que ponen en nuestras manos sus vidas y haciendas.
Por lo que hace a esa excepción que señalé líneas atrás, esa es la Lic. Miriam Hernández; quien puede estar cierta de que —con muchas ganas— todas mis fuerzas, toda mi capacidad de trabajo, toda mi experiencia y menguado talento, están al servicio de su causa: hacer del Poder Judicial del Estado de Chihuahua, el mejor poder que sea posible concebir con nuestros medios y en las presentes circunstancias. No voy a ahorrar ningún esfuerzo, para que ella cumpla su cometido y deber institucionales que son, desde ya, los míos propios. A eso me comprometo públicamente.
Me despido, pues, tranquilo y satisfecho, por una parte; y por otra, comprometido con lo que está por venir. A quienes lo han hecho posible, muchas gracias, de todo corazón.
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