El peligro no es que sea difícil
distinguir lo real de lo falso, sino
que esa distinción deje de importarnos”:
Michel J. Sandel
Una de las teorías clásicas sobre la comunicación, pero por supuesto ya muy rebasada, es la del fundador de la psicología política Harold Laswell, quién tomó como investigación las estrategias y acciones de la propaganda en la Segunda Guerra Mundial y fue bautizada como “bala mágica” o “aguja hipodérmica” para señalar con una metáfora que los mensajes en los medios de comunicación eran como balas que penetran el cerebro o que equivalen a jeringas que van inoculando gradualmente las mentes hasta cambiar la forma de pensar.
Años después se empezó a hablar del suero de la verdad que fue un recurso en interrogatorios para que detenidos o pacientes dijeran la verdad utilizando el fármaco pentotal sódico. En psiquiatría la utilizan como narcoanálisis, o sea, narcotizar a las personas como una hipnosis o de anestesia y suponer que hay una desinhibición para decir cosas privadas o íntimas.
Dicho pentotal también es usado como anestesia general durante breves intervenciones quirúrgicas y para controlar estados convulsivos, en especial en intoxicaciones agudas, pero el llamado suero de la verdad al final de cuentas es la administración de fármacos, con acción inhibitoria sobre el cerebro, durante un interrogatorio. Todavía se creía que para decir la verdad las personas se resistían y recurrían al recurso de drogas para que aflojaran el cerebro, desinhibieran las emociones y soltaran la lengua.
Pues parece que todo eso ha pasado a la prehistoria. La verdad la hemos colocado en un museo y como dijo Michel J. Sandel[1] “el peligro no es que sea difícil distinguir lo real de lo falso, sino que esa distinción deje de importarnos”. La dictadura del relativismo que vivimos ha sustituido el concepto, esencia y sentido de la verdad.
La escritora Michiko Kakutani[2] se arriesga a afirmar que la verdad ha muerto, por “el desplazamiento de la razón por parte de la emoción y la corrosión del lenguaje que están devaluando la verdad” y entre las causas señala las oleadas de populismo y fundamentalismo que se expanden por todo el mundo erosionando las instituciones democráticas y sustituyendo el conocimiento por la sabiduría de la turba. Y recurre a la escritora Hannah Arendt quien décadas antes había visualizado el riesgo de la verdad ante los totalitarismos al señalar que “el sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares del pensamiento) han dejado de existir”[3].
De la devaluación de la verdad a la banalización de la verdad, solo fue el paso a la llamada posverdad[4] y quizás una de las características que nos define actualmente como sociedad es esa posverdad que todavía confunde a algunas personas, por el término, como si se tratara algo más allá y mejor que la verdad, aunque, pero la mayoría la asumimos de manera conchuda, cómoda e irresponsable.
En la revista Telos[5], su director desarrolló en qué consiste este tiempo de posverdad: “se refiere a toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”.
De manera simple, la posverdad es el sustituto de la verdad que queremos por capricho y sentimos que sea real; que nuestras creencias, por el solo hecho de que creamos en fantasías o supersticiones son una “verdad” incuestionable y lo más grave, que nuestros deseos o caprichos, de manera automática y sin discusión suplan a la realidad.
“La posverdad es una distorsión deliberada de la realidad, una mentira verosímil que se difunde con el propósito de manipular al receptor”. Por lo tanto, la posverdad ni es neutra ni inocente, sino que hay personajes, medios y plataformas digitales que las engendran como la manifestación actual de manipulación. Y es un engaño que ha ido permeando como la humedad, que de pronto nos convertimos en actores multiplicadores pasando de manipulados a manipuladores. Esto lo hacemos a cada instante a través de las redes sociales.
“Vivimos en un contexto social en el que la mentira se presenta con rasgos de verdad y cimenta una realidad alternativa a gusto del consumidor”. A estas alturas ha dejado de tener importancia esencial la diferencia entre verdad y mentira, y presumimos que cada quien puede tener su verdad, su realidad, su deseo y sus datos. Y esto solo conduce a la confusión y desinformación.
Otras ideas del director de la revista Telos es que “la posverdad es un estado social que atenaza el diálogo social y amenaza a las democracias, se rompe con transparencia y propósito de bien común”.
Esta amenaza a la democracia se da porque la política ha encontrado en las redes sociales un argumento eficaz para banalizar los contenidos y desatender las formas y el fondo que exigen las democracias plenas. Por su parte, medios de comunicación se han dejado arrastrar, privilegiando contenidos escandalosos que apelan al sentimiento y la emoción, abandonado hechos y relatos racionales.
En las redes sociales se incuban aberraciones racionales despreciando la verdad y la realidad por la llamada percepción que es el conjunto de creencias, impulsos emocionales y pasionales que de forma mágica las queremos convertir en realidad. Lo asombroso es que las aceptamos, compartimos y festejamos. En muchos ámbitos políticos y sociales se dice con el mayor desparpajo que no importa la realidad, sino la percepción de las personas; no importa lo que es real, sino lo que la gente cree o siente que es o aún más absurdo, lo que la gente quiere que sea realidad.
La posverdad se manifiesta en “la manipulación informativa, las noticias falsas, la desinformación, las falsedades que hoy se disfrazan de fake news, viralidad, pero su propósito es el mismo: condicionar la toma de decisiones de lo que compramos, lo que leemos, pensamos y cómo votamos.
Para ello, “la tecnología amplifica y extiende los mensajes, facilita la falsificación y veracidad de los engaños, pero sus responsables son humanos”.
En la psicología de los rumores, equivale a patear el bote, pasar más adelante la desinformación sin molestamos si es veraz o no. “Es muy frecuente que en WhatsApp y redes sociales compartamos noticias de una manera muy automática e irreflexiva. No olvidemos que los likes y los compartí suceden muy rápido, como fruto de una lectura bastante diagonal. A menudo compartimos contenidos que nos parecen interesantes, independientemente de que nos parezcan bien o no. De hecho, la mayor parte de las veces simplemente compartimos, damos por hecho que la información es veraz o sabemos que no lo es, pero confiamos en que nuestros contactos captarán igual que nosotros que se trata de un chiste o de una tontería. Otras veces sospechamos que quizá no es una información del todo fiable, pero nos gusta sentirnos parte del flujo incesante de información, ser portadores de titulares, formar parte del llamado ruido mediático”[6].
La era de la posverdad en que vivimos nos ha vaciado el alma por la codependencia de las redes sociales como si fueran el soporte de nuestras convicciones, argumentos, creencias y sentido de la vida, convirtiéndose en el ombligo de nosotros: todo depende de las redes, todo va y viene del centro de nuestra existencia y actividad.
Ya lo dijo el periodista editor del Proyecto Comprova, Sergio Ludtke que “todos sabemos que la mentira es más sexy que la verdad”.
Efectivamente el sexo es sensual, emotivo y pasajero, es pasional e impulsivo, como la mentira. La mentira es provocadora y sugerente, morbosa y lujuriosa. Produce placer mentir y eso la hace más atractiva y emocionante que la verdad.
[1] BENITEZ, Rafael (2023) Michel Sandel, Telos no. 122, Fundación Telefónica, España
[2] KAKUTANI, Michiko (2019) La muerte de la Verdad, 12 de abril 2019, https://ethic.es/2019/04/la-muerte-de-la-verdad/
[3] ARENDT, Hannah (2006) Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial, España
[4] CONTRERAS, Javier H., (2020) La banalización de la verdad, Premio Nacional de Periodismo 2018, editores UACH y UAA, México
[5] ZAFRA, Juan Manuel, (2023) Datos, hechos y razones frente a la posverdad, revista Telos, No. 122, junio 2023, Fundación Telefónica, España.
[6] https://ethic.es/2020/05/la-psicologia-del-bulo/
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