En México los
narcotraficantes reciben
abrazos y dan balazos
Con la teoría de la cultura del esfuerzo muchas personas lograban tener éxito en la vida salvando carencias económicas en el seno del hogar con una actitud de aspirar a una mejor posición que le permitiera crear un patrimonio para dejarlo a los hijos o de trabajar para procurar una carrera profesional como herencia y herramienta de vida a los hijos era considerado como un paradigma, que llamábamos progreso. El otro paradigma era el tiempo.
Esos paradigmas ya fueron suplantados: el progreso, por la comunicación y el tiempo por el mercado. Ahora, comunicación y mercado regulan todo en tiempos de las redes sociales.
Sin embargo, la cultura del esfuerzo resultó ser apaleada y mal calificada de “aspiracionista”. Y aspirar a tener mejores condiciones de vida, a construir un patrimonio superior al que tuvimos en pasadas generaciones, a proporcionar mayores oportunidades a los hijos de las cuales nosotros no pudimos tener, o el sueño de elevar el nivel académico pareciera ser un “pecado social”. Absurdo, pero real.
No es lógico ni justo que a una persona que no le gustó estudiar ahora quiera someter y descalificar a los que sí quieren estudiar.
Pero esa cultura se ha mantenido y para quitarle lo parsimonioso de cultura, se le conoce por lucha en lugar de esfuerzo: se trata de madres “luchonas” o mujeres “luchonas” que contra viento y marea cada día enfrentan los retos del mercado y la falta de oportunidades. Lo hacen para sacar adelante a sus hijos, para salir de una situación adversa y para triunfar en la vida. Son las aspiracionistas de la calle, de la colonia o barrio, de la fábrica y la oficina. Son heroínas y equilibristas en la cuerda floja del desempleo y la inseguridad. Una madre luchona o madre leona, sale adelante sola o sin necesidad de un compañero.
Y el otro paradigma del mercado, la otra cara de la moneda ha arrojado una figura que fue hilvanando la cultura del narco. El mundo de una vida rápida y veloz, cómoda y acomodaticia a lo fácil, caro, ilegal que ese ambiente las dotó del término de buchonas que en un principio se identifican como novias o parejas de narcotraficantes. Independientemente de la relación sentimental, real o aparente, con esos personajes, el problema es que fue un subproducto de la narcocultura. Fue el reflejo fiel de lo que estaba pasando en varios sectores de la sociedad y brotó como evidencia de una sociedad permeada y cada vez más violenta de México.
Por ejemplo, en el mercado, que nada perdona y todo aprovecha, este 14 de febrero, se ofrecieron por redes sociales “ramos buchones” de rosas, para referirse a arreglos florales elaborados con 100, 200 o hasta 300 rosas rojas, muestra de la exageración, derroche de dinero o expresión ostentosa y llamativa de poderío económico que se dilapida cuando cuesta muy poco o es muy fácil obtener dinero y sin ningún esfuerzo.
La figura de buchonas es el retrato de una sociedad que ha tolerado, aceptado e incorporado a comportamientos y costumbres de mafiosos. Y en muchos casos, han ido desdibujando a las luchonas que aspiran mejores condiciones para sus hijos y en cambio se han ido convirtiendo en nuevos modelos o figuras a imitar en algunos sectores de la sociedad. E inclusive surgieron nuevas clasificaciones como las de “buchifresas” para referirse a chicas fresas que se quieren sentir buchonas. Algo parecido al fenómeno hace años de los narco juniors. Realmente el panorama es preocupante.
Parte de ese ambiente que de años atrás ha marcado a México, donde los narcotraficantes reciben abrazos y dan balazos, indudablemente, influirán en las elecciones. Por más que quisiéramos que fuera una ficción o una simple percepción de la violencia que tiene atrapada a México, es una realidad que padecemos.
El problema es que el gobierno evade la realidad y ha creado sus propias percepciones lo que también se conoce como posverdad. Minimiza hechos y los califica de seudoacontecimientos. Se irrita y molesta si se insiste en comentar lo que todos los días están pasando en el país con una cuota diaria de decenas de asesinatos.
Los rumores, temores y humores son de las principales actitudes que privan en las próximas elecciones y especialmente cuando el ambiente es tenso y polarizado como hemos vivido estos últimos años. La polarización a través de etiquetar a los ciudadanos mexicanos tan solo por su forma de pensar diferente o no coincidir en la percepción oficial de que no hay violencia ha convertido a la realidad en una percepción y propaganda política.
Lo preocupante parece ser que la violencia ya la estamos incorporando a la vida cotidiana sin el menor atisbo de preocupación. Nos vamos mimetizando a los hechos de violencia con un corazón de teflón que no nos conmovemos ni reaccionamos ante el México que se desangra cada día.
Vemos pasivamente los reportes de diferentes partes del país donde los cárteles son los nuevos poderes fácticos. Disponen hasta del control de producción de alimentos, imponen, ponen o quitan candidatos y jefes policiacos incómodos. Y retan impunemente hasta al Ejército Mexicano.
Por lo pronto, se iniciaron las campañas del 2024 con un promedio de 78 homicidios diarios que han acumulado hasta este momento más de 180 mil asesinatos, más de 50 mil personas desaparecidas en los últimos 5 años, 78 periodistas asesinados y una cantidad desconocida de amenazas. A cinco días de iniciadas las campañas ya van 17 candidatos asesinados. ¿Y no pasa nada en el país? O perdimos la capacidad de asombro, nos autoengañamos, nos hicimos cínicos o ya padecemos de amnesia.
Pero ¿no pasa nada, no hay riesgo de que la vorágine de la violencia propiciada por el crimen organizado aproveche para influir, controlar e impedir los comicios en paz en varias zonas del país porque los candidatos o probables resultados no les convengan a ellos?
¿Qué nos está pasando? ¿Con estos números fríos y descarnados seguimos creyendo que la estrategia de “abrazos, no balazos” es la solución? Debemos tener muy en claro que los narcos viven felices porque reciben abrazos y dan balazos
No podemos negar la violencia inédita en México ni permitir que se nos vaya convirtiendo en una situación endémica como parte del paisaje. La amnesia y desmemoria de un pueblo es el peor presagio de su destino.
Ni debemos permitir que nos etiqueten como pueblo sabio o adversarios, como chairos y fifís y enfrentarnos en posturas maniqueístas de buenos y malos. Todos somos mexicanos que con nuestro trabajo y esfuerzo aportamos impuestos para generar riqueza y beneficio a los que tienen menos. El dinero no sale del gobierno ni lo crea, no sale de los bolsillos de un alto funcionario, sino que es dinero de millones de mexicanos que todos los días trabajamos.
Las redes sociales y algunos medios de comunicación, especialmente la televisión, los han estado utilizando para dividirnos y enfrentarnos. El ambiente tenso e irritado solo beneficia a quienes lo propician: dividen para vencer.
Nuestro compromiso no es con un gobierno, funcionario público o partido político, sino con nosotros mismos, con nuestros hijos y descendencias, con las futuras generaciones para que progresen, tengan mejores condiciones y oportunidades de vida y, sobre todo, para ser felices.
Estamos en una cuerda floja que es la violencia. El crimen organizado cada día ahorca más a los mexicanos. Controla sectores de la economía aparte del trasiego y comercio de la droga, extorsionan, secuestran, trafican humanos, controlan rutas de migrantes, roban transportes de carga, cobran derecho de piso, roban auto, asesinan y todavía se les responde con abrazos.
Ese es el abrazo de la muerte.