La selfie es ahora el espejo. Ahí nos vemos, arreglamos, componemos o usamos filtros para modificar el semblante, el gesto y la arruga
“Tenemos ricos falsos (con hipotecas de puros intereses y pilas de deudas), belleza falsa (con cirugía plástica y procedimientos cosméticos, atletas falsos (con drogas para mejorar su desempeño), celebridades falsas (en los reality shows televisivos y en You Tube), estudiantes geniales falsos (por una inflación en las calificaciones), una economía nacional falsa, sentimientos de ser especiales falsos (por la crianza de los niños y la educación concentrada en la autoestima) y amigos falsos (con la explosión de redes sociales)”, es con lo que inician los autores del libro Epidemia del Narcisismo[1] para centrar el tema del momento.
Entre los indicios que señalan es la expansión del materialismo partiendo de la idea de que uno merece todo lo que se le ocurre, el deseo de ser excepcional y exhibirlo donde se pueda y de las consecuencias son cuando en una cultura cuando se dan altos niveles de narcisismo, hay menos confianza, cada uno se enfoca en sí mismo y una cultura requiere confianza o se deshace en pedazos.
Las alarmas de la psicología se han encendido por esa grave enfermedad que ha resultado más contagiosa y letal que epidemias o enfermedades crónico-degenerativas. Es altamente contagiosa y viral porque es a través de las redes sociales que con atractivas aplicaciones, filtros y retoques nos han convertido en adictos a nosotros mismos. Es la era del yo mismo. Lo mío, mi, yo…
Y es letal, porque mata el alma.
La fascinación por vernos durante horas en una pequeña pantalla que tiene la capacidad de tomarnos un número bestial de fotos. En diferentes poses, lugares, situaciones, solos, acompañados, con mascota o sin mascota, con un platillo a un lado, en fiestas, trabajo, reuniones familiares. Pero todo gira en torno a nosotros mismos.
Ya todo los vemos a través de una pantalla y nos vemos en esas pantallas.
¿Realmente captamos y asimilamos el mundo en un espejo? Cómo nunca hemos reducido nuestra capacidad de conocer, dejándole todo a la vista y a la vanidad. Nos vemos, no para conocernos de manera introspectiva o intentar llegar a la esencia del interior, sino como fórmula de “pensar”.
El pensamiento visual ha sustituido al pensamiento racional. Pensamos por lo que vemos y actuamos por lo que sentimos.
Ese espejo somos nosotros. La verdad la buscamos en un espejo, sin necesidad de recurrir a otros elementos, aparte de la vista, y menos a la razón o a la fe. Nos basta con vernos a nosotros mismos y las redes sociales nos han desatado esa pasión. Hay estudios que lo califican de epidemia, y por lo tanto de una seria enfermedad mental que distorsiona la realidad, y por lo tanto, a nosotros mismos.
La razón, emoción y pasión que nos caracterizaba como seres humanos las hemos reducido a emoción y pasión. De la codependencia a personas, que es una seria y peligrosa adicción para someternos a personas manipuladoras y controladoras que pueden ejercer violencia física, verbal o psicológica, hemos cambiado de grillete: ahora somos dependientes de una máquina.
Estamos sometidos en la gran marea digital que se lleva y arrasa todo lo que encuentra a su paso, para ahogarnos como le pasó a Narciso de tanto verse reflejado en el agua cristalina, pero ya no es necesario una laguna de agua cristalina: las pantallas son suficientes para quedar prendados y absortos de nuestra figura y morir en ese gran espejo.
Como en las eras y epidemias de la humanidad donde se van reflejando querencias y carencias, así como características y prioridades, hoy nos encontramos en una etapa muy centrada en nosotros mismos.
El ser humano inició la búsqueda del origen del cosmos a través de la mitología como una explicación fantástica ante la incapacidad de comprender con lógica y sentido común lo que le rodeaba. El primer paso fue a través de los elementos naturales para encontrar el principio en el agua, aire o fuego.
De ahí dio el salto a buscar en el interior del hombre un sentido y razón de la vida que seguirá con el idealismo, realismo o empirismo y racionalismo. Así se fueron dando las etapas del conocimiento.
Paralelo a ello, se pueden identificar también fases sucesivas de preocupaciones en las que el ser humano se empeñó en desarrollar con pasión y en ocasiones, con obsesión, acciones que le llenaban y daban felicidad. Tal vez con rituales, ejercicios y tiempo practicaron diferentes cultivos: el culto al mito, con miedo y asombro de lo desconocido trató de acomodarse en un mundo limitado y primitivo; al saberse poseedor de una fuerza interior, pasó al culto del espíritu, ligándose a un Ser Superior con la relación de creatura y creador.
El siguiente paso fue el culto a la razón, dando acceso a la ciencia y al conocimiento con método para explicar y llegar al origen de las cosas buscando la verdad.
El común denominador de los cultos anteriores era muy concreto: conocer o llegar a la verdad. El faro que guiaba permanentemente era la luz de la verdad, saber y conocer. En ocasiones la fe y la razón se entrelazaban, otras veces la fe, el sentido común o la razón servían para lograr el fin último.
Hoy estamos en la fase del culto al cuerpo, enfocando el interés y potencial en nosotros mismos, conformando la gran era del yo mismo. Lo que importa ahora es la apariencia, la careta y, por lo tanto, lo externo o lo que se ve.
La cirugía plástica o estética es la que rifa como una nueva religión a la que se presta atención, dedicación y mucho dinero. Hemos abandonado la búsqueda de la verdad a través de la razón o la fe, del conocimiento o la investigación, porque es imposible que en nuestro rostro o en nuestro espejo la encontramos.
En el mencionado libro de La Epidemia del narcisismo, los autores comparan el origen del narcisismo con un taburete de cuatro patas. “Una, la educación permisiva en la que cada uno aprende a ocupar su lugar sin preocuparse por los demás; la segunda, la cultura de la celebración instantánea; la tercera, internet y las redes sociales, y, la última, el consumo y dinero fácil, que llevan a pensar que todos los sueños pueden hacerse realidad”.
El narcisismo es un alto grado de egoísmo y egocentrismo, de sentirnos el centro del universo, de desgastar las pestañas de tanto vernos, de pensar que sólo nosotros somos importantes e ignorar a los demás.
El problema es que el dispositivo disparador de ese narcisismo lo cargamos en nuestras manos, día y noche. Pagamos y nos refinamos en tener celulares de última generación para mejor calidad de las fotos, de nuestras fotos, de nuestras selfies, de nosotros mismos. Verme, tomarme fotos, compartirlas con el “mundo”. Que me vean y me manden likes.
Esta generación es la que se ha tomado, en muy poco tiempo, cientos, miles de fotos digitales. El engaño o gancho ha sido que sirve para elevar la autoestima, pero el resultado ha sido terrible: somos individualistas, engreídos, soberbios e insolentes.
¿Qué hacer? ¿Ante el egoísmo o soberbia?
El antídoto, es el amor. Amar a los demás y dejarnos de estar observando tantas horas al día como divas. El desgaste del alma es notorio de tanto tomarnos fotos.
[1] TWENGE, Jean M. y W. Keith Campbell, (2018) La Epidemia del Narcisismo: vivir en la era de merecer todo, ediciones Cristiandad, España