Quienes me conocen, saben de la pasión biensana que me habita desde la niñez: la lectura. En otros espacios he contado cómo me gané a pulso ese mote tierno de “Melés” cuando iba por el mundo hablando con voz de pito y poco más de un metro de estatura (sí, ya sé, no he crecido mucho desde entonces y la voz no mejoró) pidiéndole a inermes conocidos o azorados desconocidos: “¿melés?”.
Pues una de las historias (¿Fábula? ¿Mito? ¿Leyenda?) que más me gustaba era la de Robin Hood. No me pregunten cómo, porqué, cuándo, pues, como cantaba Lucha Villa: “por Dios, por Dios, que no, que no, que no me acuerdo”, pero a Robin Hood lo tengo muy presente desde chiquito.
Es así, el tenerlo muy presente, porque antes de oír hablar de él ya conocía yo a un célebre personaje, también de folclor nacional,[1] que “robaba a los ricos para dárselo a los pobres”: Chucho “El Roto”; contarles las peripecias del singular personaje escapa al propósito de estas líneas, baste saber, gentil lectora, amable lector, que había una radionovela que duró como mil años y que en aquellas épocas —mi abuela Esther era invidente además— la radio era nuestra nave espacial; claro que, como escribió Borges, por definición, “todo viaje es espacial”,[2] entonces, toda nave lo es también.
La radio, pues, fue el vehículo que me llevó de uno a otro sitio, como me llevaron los libros años más tarde, de una aventura a otra, de un personaje a otro; de tal suerte que, cuando oí hablar de Robin Hood, yo entendí muy rápido de qué iba la cosa o, como luego se dice, por dónde iban los tiros, aunque en aquella época quedaría mejor decir por dónde iban las flechas, pues Robin de los Bosques (como también se le conoce) era arquero de profesión, ladrón por gusto y habitante de los bosques de Sherwood por necesidad porque el sheriff de Nottingham y el príncipe Juan sin Tierra lo traían de la cola al pobre.
Así las cosas, yo tenía muy buena opinión de Robin Hood, y de Chucho “El Roto”, hasta que leí La rebelión de Atlas, un libro que ya he citado en algún otro lugar, donde puede leerse lo siguiente: Robin Hood es “el símbolo de la idea de que la necesidad, y no el logro, es la fuente de todo derecho; de que no tenemos que producir, sino sólo necesitar; de que no es lo ganado lo que nos pertenece, sino aquello que no hemos ganado. Se convirtió en justificación de los seres mediocres que, incapaces de ganarse el sustento, exigen el poder para disponer de la propiedad de los mejores, proclamando su voluntad de dedicar la vida a los que están por debajo de ellos, al precio de robar a quienes están por encima. Es esta criatura, la más corrupta de todas, el doble parásito que vive de las llagas del pobre y de la sangre del rico a la que se ha llegado a considerar paradigma de moral. Y eso nos ha llevado a un mundo donde […] todo le es permitido, incluso robar y asesinar, todo lo que hace falta es tener necesidad”.[3]
Y no. No todo el que no tiene es víctima de un difuminado “otro” ni todo el que tiene es un verdugo. Hay gente que no tiene por díscola, por móndriga, por güevona; y existe cantidad de gente que lo mucho o poco que tiene se lo ha ganado con sudor de su frente y hasta del alma.
La visión de Andrés Manuel López Obrador y su discurso demagógico de “primero los pobres” —que además es mentira, pues su gobierno los fabrica como pan caliente (conste que con esta alusión no me refiero al dios griego de pastores y rebaños)— es muy parecida a la de ese personaje, auténtico zángano, que considera, a priori, que cualquier persona propietaria o poseedora de cierto peculio o industria, de cualquier tipo, es candidato para la expropiación o el expolio.
No toda la prosperidad económica es mal habida ni toda indigencia es loable o gratuita; hay quienes, muchos, que viven en el desamparo porque así lo han decidido, porque no han hecho nada por mejorar su condición o simplemente porque han optado por vidas muelles y plácidas donde no existen afanes, ni sobresaltos, ni zozobras, ni temores fundados por la empresa en marcha.
No toda la pobreza es digna, ni loable, ni necesaria. Diría AMLO en alguna Mañanera: “Si ya tenemos zapatos ¿Para qué más? Si ya se tiene la ropa indispensable, sólo eso. Si se puede tener un vehículo modesto para el traslado, ¿por qué el lujo?”. La pregunta aquí, en una sociedad libre, es sólo una: “¿Y por qué no, si quiero y puedo y lo merezco conforme a mis méritos?”.
El asunto es muy simple: este patán quiere pobres. Es más, los necesita. Él mismo lo ha dicho: “Ayudando a los pobres va uno a la segura porque ya saben que cuando se necesite defender, en este caso la transformación se cuenta con el apoyo de ellos […] No así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad, entonces no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”.[4]
¿Lo ven? No hay nada de laudable, ni ético, ni moral, ni decente, en las poses que asume el presidente; lo que está haciendo es intentar mantenerse en el poder a cualquier precio y para eso no le importa sacrificar a millones de mexicanos: destruir o exiliar a las clases altas, empobrecer a las clases medias y aumentar el número de pobres porque los necesita. Por favorcito, no la haga el caldo gordo al presidente.
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[1] Robin Hood o Robin de Locksley es un arquetipo de héroe o bandido propio del folclor inglés medieval. Robin Hood o Robin de Locksley es un arquetipo de héroe o bandido propio del folclor inglés medieval.
[2] BORGES, Jorge Luis. “Utopía de un hombre que está cansado”, en El libro de arena, Alianza Editorial, España, 1998, pp. 38-42, p. 41.
[3] RAND, Ayn. La rebelión de Atlas, Ariel, México, 2019, p. 608. Énfasis añadido.
[4] Artículo de la redacción titulado: “Ayudar a los pobres es una ‘estrategia política’, dice AMLO sobre el respaldo a su gobierno”. [En línea] visible en el sitio: https://www.animalpolitico.com/politica/ayudar-pobres-estrategia-politica-amlo-gobierno Consultado el 7 de agosto de 2023 a las 19.00 hrs.