El dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo,
un símbolo de los tiempos,
que aprueba o desaprueba al instante:
Alejandro Gaviria.
La lectora Rocío García envió una carta a la dirección del periódico El País[1] de Madrid donde hizo una honesta confesión, cargada de sinceridad y preocupación. El texto se hizo viral de inmediato, tal vez, porque muchos lectores se identificaron con el contenido y la preocupación.
Parte de la epístola publicada decía: “Miro mi celular: ayer 4 horas y 24 minutos de uso. No recuerdo haber hecho nada realmente importante en ese tiempo. Solo deslicé el dedo, miré videos, leí publicaciones, salté de una cosa a otra sin darme cuenta. Antes, cuando no existían los celulares ni internet, esas horas se llenaban de vida. Se hablaba sin interrupciones, se leían libros con calma, se escribían cartas. Había tardes de paseo, de juegos, de aprendizaje. Las horas no se evaporaban, se usaban. Si no les regalara mis horas a las pantallas quizás escribiría más, tocaría un instrumento, tendría conversaciones sin mirar de reojo al celular. Tal vez me permitiría aburrirme y, en ese vacío, encontraría nuevas ideas. El tiempo que se va no vuelve. Y cada día, sin darnos cuenta, dejamos que nos lo roben”.
Esa confesión encierra parte de la encrucijada en que nos encontramos donde los días se han convertido en rutinarios y compulsivos por estar pegados por horas y horas al teléfono celular. Una obsesión que brinca de la novedad y sorpresa por ver qué nos ha llegado de mensajes a una tortura de angustia por no recibir la respuesta que queríamos o esperábamos.
La angustia e impaciencia han aprendido a caminar juntas y nos toman de la mano, mientras no nos desprendemos del teléfono. Ahora parece que la única novedad y variedad está en los modelos de teléfonos y sobre todo en los coloridos y estampados de las carcazas que les ponemos, porque los usuarios estamos cortados por la misma tijera: en estado zombótico, mirando fijamente la pequeña pantalla en trance hipnótico y esa imagen se repite a cualquier hora, en cualquier lugar y en todos los países del globo terráqueo.
Ahí está uno de los grandes desperdicios del tiempo. Gradualmente hemos ido migrando el tiempo dedicado a diferentes actividades. Si antes, la televisión nos absorbía el seso y nos mantenía hipnotizados por horas, ahora le entregamos casi la tercera parte de nuestra vida a los celulares.
Si hiciéramos cuentas del tiempo que hemos dedicado a estar pendientes del teléfono celular nos percataríamos de que hemos ido acumulando meses y hasta años de tener la vista fija en una pequeña pantalla que nos tiene hipnotizados. Y la vida y el tiempo que se va, ya jamás se recupera.
Efectivamente, ese tiempo de vida en los celulares se va para no volver. Se ha ido y no volverá. No tendremos ni un minuto u oportunidad para repetir ese pequeño segmento, esa brizna de segundos para enderezar el rumbo a una actividad diferente: podríamos haber aprendido un idioma, escrito un libro o varios, a leer muchas novelas y aventuras, haber practicado deporte, entretenerse en hobbies que promuevan la memoria. Y por supuesto, no tendríamos tantos problemas de depresión, ansiedad y hasta suicidios.
En muchas casos se pretende justificar, hasta la exageración, la razón de mantenerse tanto tiempo en las redes sociales, aunque nos estén robando la vida, pero se dice que se ahorran esfuerzos y recursos.
Aunque no sea fiable, es muy común consultar cualquier duda o curiosidad en los buscadores de las grandes compañías y en aplicaciones. Se buscan consultas en redes sociales sin tener el aval de un especialista, se auto receta, se indaga de lo que dicen nuestros resultados de análisis clínicos y por supuesto se consulta el horóscopo para ver que nos depara el destino ese día.
Entre gurús, brujos, adivinos, cirujanos plásticos, cardiólogos e ingeniería aeroespacial, dermatóloga o endocrinólogo se pretende sintetizar una visita presencial, una consulta seria y formal e informal. Clases para reducir el volumen del estómago, consulta legal para divorciarse, cómo producir más cosechas y de todo, como la panacea que nos hará autodependientes para sentirnos que el tiempo que le dedicamos al celular lo reponemos en ahorro en otras actividades.
Escribió Alejandro Gaviria[2] que “para usar una frase de Michel de Montaigne, el creador de la modernidad, pareciera que estamos entrando a una etapa de locura de humanidad. Crecen los nacionalismos. Se cierran las fronteras. Se alimenta el odio. Se denigra la razón. Y los mismos aparatitos que ofrecen una ventana al mundo facilitan la acción de las grandes maquinarias de desinformación y mentiras.
Actualmente compartimos por redes sociales de manera más o menos inadvertida, todos los detalles de nuestras vidas. Les entregamos a unas grandes empresas información que dudaríamos en compartir con nuestros mejores amigos, incluso con nuestros hermanos. Esas empresas, a su vez, comparten la información privada con otras tantas interesadas en vendernos chucherías o alimentarnos con pasiones innecesarias y odios artificiales. Somos animales hackeables, nuestros cerebro está siendo hackeado por charlatanes de todas las marcas y colores. Vivimos, en últimas, en un atolladero ético”.
Y remata afirmando que “en el mundo de la mentira, no hay diálogo, hay polémica. La conversación humana se convierte en una competencia entre ideologías exaltadas que no buscan la verdad, sino la adhesión: el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, un símbolo de los tiempos, que aprueba o desaprueba al instante”.
Hay un cambio abismal del tiempo que se dedicaba a las actividades lúdicas y productivas en comparación a lo que se gasta hoy en las redes sociales. Por un lado, nos roba el tiempo y nos ocupa el tiempo en nuevas banalidades ridículas y absurdas como tomar fotos de los platillos antes de ingerirlos, captar con el celular cualquier mosca que se mueve y luego, sin vergüenza o rubor, compartirlas fotos a medio mundo. ¿Ese tiempo perdido cuando se recupera? Nunca.
La mujer que envió la carta al periódico tiene mucha razón. Simplemente en un solo día de uso del teléfono que puede ser entre 3 a 6 horas diarias, sumando minuto a minuto de lo que leemos y contestamos mensajitos en WhatsApp, lo que “dedeamos” en Instagram, leemos y contestamos en Facebook o en X, y por supuesto lo que vemos y escuchamos en Youtube, al mes serían entre 90 a 180 horas.
Si bien, cada uno es libre de usar y gastar su tiempo en lo que más le guste, pero es momento de una pequeña reflexión para reconocer que la vida se nos ha ido en nada.
El uso del “ratón” en las computadoras de escritorio fue el primer “mal” en casa y centros de trabajo conocido como síndrome del túnel carpiano (CTS) que provoca una serie de síntomas característicos, como entumecimiento, hormigueo, debilidad y dolor en la mano y los dedos, especialmente en los dedos pulgar, índice y medio.
Posteriormente con los teléfonos celulares empezaron diferentes lesiones. El uso excesivo del teléfono móvil, tabletas y las nuevas tecnologías se manifestaron lesiones diversas, principalmente en la zona de la mano, la muñeca y el codo. Es lo que se ha denominado recientemente como “whatsappitis”[3], eso sin contar las torceduras en el cuello y malestar en la espalda.
En deslizar el dedo durante varias horas al día, se nos ha ido el tiempo… se nos está escapando la vida y ésta jamás volverá.
[1]CARRANCO, Rebeca, (2024) EL PAIS, https://elpais.com/opinion/2025-02-25/albiol-sonia-y-los-predicadores-de- .html?sma=newsletter_tecnologia&utm_medium=email&utm_source=newsletter&utm_campaign=tecnologia_2025.02.27
[2] GAVIRIA, Alejandro (2021) En Defensa del Humanismo. Reflexiones para tiempos difíciles, editorial Ariel, Colombia
[3] https://mitrestorres.com/whatsappitis/