“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”
José de San Martín
Los que tienen poder también se pueden enfermar y sufren con la distorsión de la realidad. Solo creen lo que ellos ven, no aceptan otra visión y alteran su percepción por el síndrome de hubris que proviene de la palabra griega hybris que significa desmesura y según los estudios de psicología la identifican como un trastorno mental al convertirlos en personas antisociales, narcisistas e histriónicas.
La desmesura, por lo general, se da por el ejercicio del poder. El poder enloquece al ser humano, lo transforma y hace que cometa errores, excesos y aberraciones. Y al estar intoxicado de soberbia, queda incapacitado para tener conciencia de la enfermedad, además del desafío a la realidad porque ven lo que quieren ver, rechazan la realidad si no va conforme a sus deseos o caprichos. De ahí, la peligrosidad.
Ahora enfrentamos una hybris digital que se ha desencadenado al promover la vanidad y narcisismo. El espejo permanente que traemos en la mano nos ofrece una imagen nuestra que hemos ido puliendo de manera paulatinamente. Nos vemos más y nos creemos más.
Es el desafío a la realidad. Las redes sociales nos están llevando a esa conducta o percepción errónea: creer por soberbia y arrogancia que podemos cambiar la realidad a nuestro antojo, o si la enfermedad ya es grave, pensar que la irrealidad es la realidad.
Los griegos consideraban que era un don divino, que se adquiría por herencia y que no podía ser enseñado ni adquirido. La hybris es un concepto helénico que se puede traducir al castellano como “desmesura” o “soberbia”.
Según los diccionarios, hybris que significa desmesura, soberbia, orgullo, transgresión o exceso. Es lo opuesto a la moderación y la sobriedad. En la mitología griega, Hybris era la diosa de la insolencia, la arrogancia, el orgullo temerario, la falta de moderación y el ultraje. Además, en la tragedia griega, la hybris era un concepto básico que se refería a la exageración, la transgresión de la medida, arrogancia, avaricia y abuso del poder.
Ahora, se aplica por lo general como la enfermedad del poder. La hybris se puede definir como el síndrome del poder, que se traduce en una persona que cree saberlo todo. Y recurriendo a la filosofía, para Platón la hybris era como un deseo que gobierna a las personas arrastrándolas irrazonablemente a los placeres. Luego, su discípulo Aristóteles sostuvo que era el placer que se busca para “mostrar nuestra superioridad sobre los demás”[1]
En 2008, el neurólogo David Owen[2] estudió el comportamiento de varios líderes mundiales y presidentes de grandes naciones y determinó la existencia de un trastorno bipolar como un trastorno reversible en personas sanas. Por lo general, cuando se les termina el poder, vuelven a la realidad.
Y entre varias, detalló los síntomas psicopatológicos relacionados con ese poder como la confianza exagerada en sí mismo, imprudencia e impulsividad, un sentimiento de superioridad, desmedida preocupación por la imagen, lujos y excentricidades, que la pérdida del mando o de la popularidad termina en la desolación, rabia y rencor, desprecio por los consejos de quienes lo rodean y el alejamiento progresivo de la realidad.
Los generales del Imperio Romano después de sus victorias eran recibidos con coronas de laurel, pero también iba a su lado un esclavo que entre los vítores de los ciudadanos, hablandole casi al oído repitiendo la frase “memento mori” que significa recuerda que eres mortal, no se te olvide que morirás, para que tuviera presente la fragilidad humana y que no sucumbiera a la soberbia.
Para René Jara[3] “los medios sociales reinauguran un viejo simulacro: el de un espacio público total. Pero lo hacen a sabiendas de que la promesa de inclusión, de participación y deliberación no puede sino verse defraudada. Una sociedad que juega en estos bordes puede seguir sigilosamente un camino oscuro hacia el autoritarismo. En ese sentido, quizás la mejor forma de representar este momento sea la vieja figura de la hybris, ese sentimiento violento, inspirado por la pasión y el orgullo, que augura malas noticias.
Parte de este declive se explica por el surgimiento de nuevos formatos de comunicación, que han venido a revolucionar los hábitos informativos, de crítica y de consumo cultural. Dice que las mal llamadas redes sociales —Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, WhatsApp o TikTok— o los bien llamados medios sociales (social media en inglés) representan uno de los mayores termómetros que permiten estimar la capacidad expansiva de los dispositivos sociotécnicos, sobre todo cuando se atreven a cruzar la cada vez más delgada frontera de lo privado. Los medios sociales reinauguran un viejo simulacro: el de un espacio público total. Pero lo hacen a sabiendas de que la promesa de inclusión, participación y deliberación no puede sino verse defraudada. Una y otra vez. Una sociedad que juega peligrosamente en estos bordes puede seguir un camino oscuro hacia el autoritarismo, repleto de significantes carentes de sentido”.
Las redes sociales han desatado los demonios de la arrogancia y soberbia para enaltecer el ego. Centran su interés en magnificar figuras e imágenes, han fomentado la vanidad, que es la columna vertebral de la estrategia del vacío.
El francés Gilles Lipovetsky[4] desde años atrás se había adelantado a visualizar lo que se esperaba de los cambios culturales y tecnológicos partiendo de lo que se bautizó como era posmoderna con la característica de estallido de lo social, disolución de lo político donde el individuo es el rey y maneja su existencia a la carta. El individualismo ha fabricado un ser vacío, que durante horas solo se ve el ombligo, que primero piensa en él, luego en él y finalmente en él. Estamos en el reinado de los vanos, vacíos o huecos de cabeza.
Entre las nuevas actitudes que delata Lipovetsky están “la apatía, indiferencia, deserción, el principio de seducción que sustituye al principio de convicción y generalización de la actitud humorística”.
La apatía e indiferencia por no interesarle lo que sucede en su país: no quieren complicaciones y ni se atreven a pensar en el futuro, no de ellos, sino de sus hijos y nietos. Ese es un gran pecado de individualismo irresponsable y valemadrista. La deserción a principios, valores o cosmogonías está a la orden del día, y se van cambiando de partido político según convenga y les garanticen otros años de sobrevivencia con una increíble pérdida de la memoria, que antes lo que decían era negro hoy lo consideran blanco, sin pudor ni vergüenza.
Pero, el humor y el ingenio no se pierde para banalizar y festejar ocurrencias, aberraciones de gobernantes y políticos. Todo se quiere resolver con un meme y una sonrisa y a compartirlo con los contactos en las redes sociales, como si con eso fuera a cambiar el país.
Así estamos en donde el individualismo es como el reinado del individuo que se cree y siente rey.
[1] GONZALEZ, J, Belda Bilbao (2019) Med. Fam. Andal, vol. 20, No. 2, mayo-diciembre 2019, España
[2] OWEN, David (2009) En el poder y en l enfermedad, ed. Siruela, España.
[3] JARA, René, (2023) Hybris, https://palabrapublica.uchile.cl/hybris/
[4] LIPOVETSKY, Gilles (2002) La era del vacío, editorial Anagrama, Barcelona