Alguien nos ha robado
la atención, el tiempo
y… el corazón.
Nuestra atención ya está en otro lado, el tiempo se va diluyendo y el corazón está fuera de su lugar. Todo parece indicar que hemos trasladado nuestras emociones a otro lado. Tal vez, nuestro corazón ya no esté en su lugar que suponemos debe estar y lo sentimos en otro lado, inclusive fuera de nuestro cuerpo. Ahora, el corazón palpita en nuestras manos, entre los dedos, al pulsar y textear en el pequeño teclado del teléfono.
No sabemos si ya sentimos con la mente o pensamos con el corazón. Algún desajuste traemos. Nuestros sentimientos dependen de un click, las emociones las identificamos en un aparato. Amanecemos tristes o alegres según los contenidos de nuestras redes sociales.
Por ejemplo, por WhatsApp, nos afecta emocionalmente cuando nuestros contactos en el celular nos tienen bloqueado, pues solo se ve una palomita que muestra que no les interesamos, no quieren saber nada de nosotros, les caemos mal y asi lo manifiestan. Esos contactos, que es el directorio que hemos creado o que nos han ido “invitando”, es el universo digital que constituye nuestro circulo social, político, familiar, amistades, de hobbie o de trabajo a base de “grupos” de WhatsApp por el que nos comunicamos en cuanto despertamos y antes de cerrar los ojos por la noche.
Nuestro estado emocional depende de lo que veamos o leamos en esa “galaxia” digital. Si manifiestan un malestar, nosotros sentimos desprecio o desdén. Nuestro corazón pende del hilo de un “mensajito”, de un meme, de una fake news, una fotografía o hasta el aviso de una extorsión o “hackeo” por donde nos amenazan de dañar a un “supuesto” familiar retenido si no les depositamos dinero en una tienda de conveniencia. Esos son algunos de nuestros sinsabores y desgracias al que nos hemos sometido voluntariamente.
Sufrimos emocionalmente cuando enviamos algún mensaje, si lo abren (doble palomita azul) pero solo lo dejan en visto. ¿Les interesó o no?, ¿no quieren contestarnos? ¿no nos bloquean tampoco, porque solo quieren saber que enviamos? ¿No me quiere o no me pela? Y nosotros también hacemos lo mismo, desde nuestro lado. La famosa autopista de la información con la que originalmente fue bautizado internet, para entender el flujo incesante y en dos direcciones, ahora es una autopista de emociones, una hoguera de pasiones de donde depende nuestro estado de ánimo, nuestro corazón y voluntad.
En Facebook el sentimiento es más intenso. Si no nos dan like, sufrimos como un fuerte sentimiento de desinterés, pero también la adrenalina sube cuando nos llegan muchos likes.
Para ser aceptados y bien vistos, hemos optado por mentir en las redes y alterar fotos, situaciones, personas para buscar el beneplácito.
Ahora, por las redes sociales sentimos y padecemos, queremos y odiamos, amamos y despreciamos, bloquemos y desbloqueamos (telefónica y emocionalmente), conocemos personas y engañamos, extorsionamos o apoyamos causas buenas.
O sea, el corazón está en internet, en los celulares y en las redes sociales. Ahora, el corazón, nuestro corazón con sus emociones y sentimientos lo tenemos depositado en una máquina, un pequeño robot que nos controla y entretiene del que hemos desarrollado una codependencia.
Como seres humanos tenemos dos partes sustanciales que son la mente y el corazón. En ellos descansan gran parte de nuestras funciones que las interpretamos como la razón y la emoción.
Se supone que tenemos tres facultades de nuestra mente: memoria, entendimiento y voluntad[1]. La memoria es almacén de datos, experiencias, sentimientos y conclusiones que hemos ido registrando a lo largo de nuestra vida. Ahora, cuando mencionamos memoria, de inmediato pensamos en una USB de 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, 512 GB y hasta 1 TB (1024 GB). Hablamos de la memoria en el teléfono o en la computadora, no de la nuestra en el cerebro. La memoria humana, pues, la que por cierto, cada día está menos entrenada.
El entendimiento se considera como una facultad de pensar en general, de captar y comprender racionalmente lo que se nos dice o vemos. La estrategia del negocio de la atención en redes absorbe gran parte de nuestra capacidad para entender procesos y aplicaciones digitales.
Y el objeto del entendimiento es la verdad “cuyas propiedades son una, absoluta, objetiva e inmutable, porque la verdad no puede ser contradictoria consigo misma, no hay grados de verdad, es una adecuación de su contenido a la realidad y lo que es verdadero en un momento dado es verdadero para siempre”, según Rivera Solorio.
Ese mismo autor cataloga a la voluntad como una facultad espiritual que el hombre posee de afirmar o tender a los valores intelectualmente conocidos y asi, la voluntad se convierte en el centro de mando de la persona. Sin embargo, el problema de las adicciones a sustancias, conductas y tecnologías anulan, precisamente, la voluntad.
Si la memoria, entendimiento y voluntad han dejado de ser facultades humanas y si el corazón receptáculo de sentimientos ya no está en su lugar podemos deducir que nos han robado la atención, el tiempo y el corazón. Algún ladrón, alguna gran empresa, algunas aplicaciones entretenidas y gratuitas. Alguien nos ha vaciado el pecho y su lugar ha quedado vacío y sin sentido. Hemos mutado el corazón a un pequeño aparato por el cual contratamos un plan, le abonamos en descargas o compramos tiempo y datos.
Ahora, nuestro corazón está en ese pequeño aparato portátil en donde sentimos las penas y las alegrías, donde están las emociones y sentimientos. Ahí desembocamos angustias y ansiedades, lavamos penas y lagrimeamos, reímos a carcajadas y nos enamoramos.
El corazón itinerante ha cambiado de su original lugar del pecho. Por más que cargamos el celular en la bolsa izquierda del saco o de la camisa muy cerca del corazón, ahí solo hay un hueco.
Cuando iniciamos el día, lo empezamos con el celular para darnos ánimo y que nos diga que tenemos o debemos de hacer. Salvo que la batería esté baja, no tengamos saldo o no lo tengamos a la mano, sentiremos una punzada como esos piquetes que a veces son preludio de infarto. Y entonces sentimos dolor por la ausencia de la prótesis del cuerpo. Caemos en estado de depresión digitalis, asi, por no tener a la mano la tecnología.
Si tenemos buenos mensajes, con buenas noticias o respuestas deseadas, empezamos a generar endorfinas, las hormonas de la felicidad, que ahora nos la desencadena una máquina, ya no seres humanos.
Nuestro tiempo ahora lo dedicamos -casi la tercera parte del día y su noche- al dispositivo electrónico que ya es parte de nuestro cuerpo y nuestra vida. A ese aparato inseparable e ineludible que le entregamos horas, sacrificando tiempo libre para los demás y para nosotros mismos. Hasta la meditación y reflexión la hemos acondicionado a un minúsculo robot de bolsillo.
Y la atención, interés y los cinco sentidos tiene una nueva morada, de la cual no queremos ni pensamos salir. Al contrario, cada día nos introducimos más y más conociendo nuevas distracciones, anzuelos y adicciones.
La expresión “me robó el corazón” se utilizaba antes para aceptar que una persona nos había cautivado, que su presencia nos daba placer y alegría, que su plática nos despertaba el deseo de estar más tiempo juntos.
Hoy, el celular nos ha robado el corazón. Sólo queremos estar a su lado, dormir juntos y abrazados, no separarnos ni un momento en todo el día, masajearlo a cada instante, traerlo en nuestro bolsillo o en la mano.
Siempre juntos….
Nos han robado la atención, el tiempo y el corazón. Y sin darnos cuenta, lentamente, como un hurto de terciopelo: suave, agradable y placentero.
[1] RIVERA Solorio, Jesús (2022), Entre la mente y el corazón, ed. Buena Prensa, México