Ojinaga Chih. Cuando eran las 6:30 de la mañana ese momento exacto en el que el sol asoma en la línea del horizonte, y la fuerza de su luz lo cambia todo. El amanecer.
Pero el amanecer no sólo es un instante, también es un proceso. Y la observación de ese proceso es uno de los grandes regalos que nos da Dios.
En todos los lugares del mundo amanece, por supuesto, pero hay puntos privilegiados para observarlo. Son los lugares en los que podemos tener una referencia precisa del horizonte, como la cima de una montaña, un acantilado, un valle, el desierto, un lago, el campo abierto y, por supuesto, la playa.
La vista del amanecer encierra una paradoja emocionante y bella que a continuación te describo. Es el momento del día en el que el sol está más cerca de nosotros y lo vemos imponente, perfectamente redondo, anaranjado y en toda su potencia.
Pero, al mismo tiempo, es el momento del día en que lo sentimos más cercano, familiar y accesible. Esto se debe a que, al tenerlo en el horizonte, nuestra vista le da el valor de objetos mucho más cercanos que habitualmente vemos a lo lejos: un árbol, una colina, un barco o, incluso, una nube.
Mirar el amanecer, con concentración y calma, es una de las mejores experiencias que puedes procurarte. Es alentador y benéfico para tu ánimo. Siempre es nuevo, porque ningún amanecer es igual a otro.