“Necesito poco, y lo poco
que necesito, lo necesito poco”:
San Francisco de Asís
Si existiera un felizómetro ¿qué numeración cree que tendría? ¿los que tuvieran debajo de 6, estarían reprobados en la materia de felicidad y por lo tanto, estarían condenados a ser infelices? ¿cuál sería la calificación mínima o promedio para ser feliz? ¿existen pruebas o retos para entrar a la escala de un felizómetro? Pero sobre todo ¿qué nos haría felices? ¿quién nos podría dar la felicidad? ¿Cuál sería la vigencia o caducidad de la felicidad?
Asi como hay gente que busca la felicidad en diferentes formas y lugares, también hay personas empecinadas en hacer infelices al prójimo. Disfrutan y son felices haciéndolos infelices. Tal vez sea parte de la condición humana, de la envidia o de la infelicidad que han vivido y ahora quieren que los demás sufran.
Es como cuando traemos una herida y nos arde y para tratar de remediarlo le echamos sal a la herida…pero de otros.
Si recurrimos al diccionario de la Real Academia Española, la felicidad la define como “el estado de grata satisfacción espiritual y física”.
A medida que se ha ido diversificando visiones y enfoques de la vida, también ha repercutido en la forma que sentimos o queremos ser felices. En un mundo pletórico de consumismo y tecnología, la felicidad es comprar y tener, tener y comprar, luego desechar y reponer como un ciclo permanente que nos lleva a la confusión que la felicidad está cuando caminamos por centros comerciales, entramos en tiendas de ropa y zapatos, vemos y nos medimos prendas, recorremos las estaciones de novedades tecnológicas, nos emociona hasta el éxtasis tener la última versión de un celular. Puede también ser en viajar, comer propuestas gastronómicas o una cata de vino con “cuerpo, afrutado o tonos de canela o nuez”.
Por supuesto que cada uno puede tener su gusto y su versión de felicidad, pero no podemos negar que vivimos una tiranía de la abundancia: tener todo, de todo, por sobre todos. Y en todos los sentidos: tener más comodidades, más dinero o más poder.
¿Cuál es el propósito de sufrir? Al sufrir perdemos esperanzas y al creer que todas las puertas se nos cierran, se busca la falsa salida para escapar.
Y entre el sufrir y ser felices se han debatido miles de generaciones que nos anteceden y en cada era se ha intentado dar con la piedra filosofal que nos otorgue como por arte de magia el ser felices.
Al lado de esa búsqueda de la felicidad también se intentaron dos objetivos soñadores e imposibles de lograr: la inmortalidad y elaborar oro que al no lograrlo fueron causa de sufrimiento y dolor.
Esa actitud dio pie para poder elaborar una filosofía de vida para ser felices: la primera fue vivir conforme nuestra naturaleza. Somos humanos y debemos vivir como humanos porque asi es nuestra composición interna y orgánica; amar como seres humanos y pensar como seres racionales. Intentar hacer algo diferente es entrar en conflicto con nuestra propia naturaleza.
Cuando obedecemos a la naturaleza somos felices. Esta fue una de las primeras propuestas de los griegos. Luego la escuela estoica aportó algo también muy valioso que en pleno siglo XXI es socorrido porque establece que la causa de nuestra infelicidad es querer que los demás piensen y actúen como nosotros, sin tomar en cuenta su individualidad. Al no lograr que una persona nos quiera como queremos que nos quiera, nos frustramos y entramos a una etapa de sufrimiento. También nos causa dolor cuando no podemos controlar lo que no depende de nosotros.
El cristianismo aportó mucho al darle sentido a la vida como fuente de felicidad. San Agustín de Hipona creó las bases de la filosofía cristiana donde ubica al amor como centro de felicidad. Ninguna propiedad o bien material es eterno por lo tanto no podemos fundar la felicidad en algo perecedero o temporal, solo el amor es eterno y estamos hecho para amar y ser amados.
Asi como los griegos decían que la felicidad es actuar conforme nuestra naturaleza, San Agustín destacaba la importancia de actuar como seres dotados del libre albedrío y conciencia. No nacimos ni somos seres perfectos, pero si podemos aspirar a la perfectibilidad a partir de la sincronía de la razón y la fe, del sentir y actuar de manera congruente. Entonces una forma de felicidad es ser libres, utilizar nuestro libre albedrío para decidir nuestra voluntad. Cuando combinamos libre albedrio con voluntad y el pensar con el querer, estamos en el umbral de la felicidad.
Eso significa que no hay recetas para ser felices como lo prometen en muchos cursos y libros de autoestima: somos felices cuando queremos ser felices, porque podemos serlo.
El obstáculo actual que enfrentamos es que no podemos concentrarnos en algo y ni en nosotros mismos. El imán del consumismo y el ancla del mercado nos atraen y nos hunden. Queremos estar en todo, saber de todo, meternos en todo, pero no podemos con todo y terminamos agotados. Dicen que estamos en la sociedad de la información y el conocimiento, pero conocemos a través de máquinas y dispositivos electrónicos y digitales y vivimos la época de mayor desinformación como nunca había existido. Las redes sociales han sido utilizadas por personas infelices para engañar y hacer infelices a otras.
Según el psiquiatra Viktor Frankl, muy conocido por su libro “El hombre en busca del sentido” revela como logró sobrevivir a los campos de concentración con la enseñanza de que la existencia humana, desprovista absolutamente de todo -salvo de la propia existencia- es una realidad única que merece ser vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles.
Para él, la felicidad es consecuencia del sentido de la vida, porque “la felicidad no se puede perseguir, debe asegurarse como un efecto secundario de la dedicación a una causa mayor que uno mismo”.
Por ejemplo, entre sus principales propuestas de ligar felicidad con libertad era que “la libertad no es hacer lo que queremos, sino querer lo que debemos hacer”. Asimismo “no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros”. Al final de cuentas, todo lo centra en el sentido de la vida. Si queremos ser felices, debemos tener un sentido de la vida, que es fácil decirlo, pero cada vez se complica más lograr ese sentido, cuando las asechanzas del consumismo y mercado son más sofisticadas y tecnológicamente más atractivas y cómodas.
En la modernidad, el científico Arthur C. Brooks, de la Universidad de Harvard, propuso “tres bases de la felicidad duradera”: el disfrute, la satisfacción y el propósito. El primero se podría confundir con el placer, pero dice que se apela a nuestras reales fuentes de placer que son las personas y los recuerdos. La satisfacción la considera con lo que tenemos, lo hemos ganado con el esfuerzo y el propósito lo define como el “macronutriente más crucial de todos para obtener felicidad”.
Entonces ¿cómo someternos al felizómetro?
Hay una percepción generalizada que el nuevo umbral de felicidad es la tecnología porque nos genera un placer sensorial y visual, aunque temporal lo que nos ha llevado a la confusión de que la nueva felicidad la adquirimos a través de las redes sociales. Creemos que con la inteligencia artificial estamos a un paso de la máxima felicidad. De seguir por esa ruta, dentro de poco pensaremos en una alma artificial.
Si respondemos a nuestra naturaleza seremos felices por congruencia con nosotros mismos; no debemos traicionarnos como especie humana, porque el que se traiciona a sí mismo, traicionará a los demás.
Si tenemos fe en nosotros, en los demás y en un Ser Superior, tendremos esperanza y eso nos hará felices.
Por lo pronto debemos dedicarnos a ser felices, que lo demás llegará del cielo.