“Socialismo significa la elevación y purificación de la conciencia individual, y su implantación será el resultado de una larga serie de esfuerzos”, decía el Benito Mussolini, el dictador socialista que, aprovechándose de la crisis y el tenso clima social en Italia, engendró el régimen fascista.
Lo manifestado por Mussolini el siglo pasado, adquiere actual relevancia porque el presidente Andrés Manuel López Obrador acaba de reiterar (porque lo había mencionado) algo similar; o sea, su determinación para moralizar y purificar la vida pública de México.
Aunque lo dicho por el presidente López Obrador ha sido, principalmente, en torno al combate a la corrupción, llama particularmente la atención que su redentora determinación haya sido reiterada al cuestionado sobre el reciente feminicidio de Fátima Cecilia, una niña de apenas 7 años de edad, asesinada en la Ciudad de México.
Ante tal cuestionamiento, el presidente culpó -en primer lugar, y para no variar- al modelo neoliberal; luego, dijo que encontrar a los responsables del asesinato de la pequeña Fátima no es la solución, la solución es “purificar la vida pública”. Y para purificarla, es necesario apresurar la creación de la constitución moral.
Y es que según el presidente López Obrador, su constitución moral es el instrumento idóneo para lograr la purificación de los pecadores; no obstante, es evidente que se trata de un instrumento de control gubernamental que bien se puede relacionar con el segundo fragmento de lo dicho por Mussolini: “Todos, en realidad, desde el profesional al obrero, pueden poner una piedra en este edificio, realizando un acto socialista todos los días y preparando así el derrocamiento de la sociedad existente”.
En ese contexto, es que ahora -más que nunca- es imprescindible analizar a fondo y visualizar todo lo que la constitución moral de AMLO implica y significa.
Sin duda alguna, es urgente y necesario recomponer y fortalecer el tejido social; sin embargo, no es a punta de discursos (o decálogos) populistas, moralizadores y “terapéuticos” como eso va a suceder. Menos sucederá, si quien dicta esos discursos carece de la autoridad moral, ética, profesional y humana necesaria para contribuir a lograr tal fin.
En esta ocasión, concluyo citando lo dicho alguna vez por el jurista y juez estadounidense, Clarence Thomas: “No creo que el gobierno tenga un papel en decirle a la gente cómo vivir sus vidas. Quizás un ministro sí, quizás tu creencia en Dios sí, quizás haya otro conjunto de códigos morales, pero no creo que el gobierno tenga un papel”.