En la biblia, encontramos la historia de una mujer llamada Ana. Ella tenía buenas razones para sentirse triste y desalentada. Cuenta la historia que ella no había podido tener hijos. En los tiempos bíblicos no tener hijos era considerado un castigo divino, y una vergüenza.
Añadiendo a su estado, era escarnecida por una mujer llamada Penina, considerada su rival. Por su misma condición se convirtió en una mujer muy sensible, solo atinaba a llorar, sin pobra bocado alguno. Tal vez si su corazón hubiera sido más fuerte, hubiera menos lágrimas en sus ojos. Y aunque al parecer su esposo era muy amoroso, eso no cambiaba la situación. Para colmo de sus males, cuando acude al templo a orar, el sacerdote la mal interpreta, y la da por ebria.
Peo la historia da un vuelco, y su condición la trajo al lugar de la bendición. No se quedó en casa encerrada. No devolvió mal por mal, ni injuria por injuria. ¡NO¡ ella se dio a la oración. En lugar de vengarse o desanimarse, ella oró. Llevo sus problemas a Dios con sinceridad. Los azotes de su rival la trajeron al lugar de la bendición.
Creo que todos en algún momento podemos tener malas experiencias como Ana, o peores aún, Pero tales situaciones no deben de apachurrarnos o desanimarnos, sino todo lo contrario. Tales situaciones deben de traernos al lugar de la bendición, a la presencia de Dios. Como escribí en una ocasión en ese mismo espacio, los problemas de la vida pueden ser nuestros enemigos si nos dejamos vencer por ellos, o pueden convertirse en nuestros aliados al traernos a la presencia de Dios, y ver su pode y gloria en un milagro.
Ana, se propuso que si Dios en su misericordia le quitaba el oprobio, ella consagraría su bendición enteramente a su servicio. Este era un poderoso argumento para Dios, y Él acepta la promesa de Ana.
Ahora, al venir al lugar de la bendición deje todo en las manos de Dios y haga un voto, haga una promesa a Dios, y disponga su vida a Él y espere que su mano se abra para bendecirle.
Ana trajo su carga al Señor, y se fue sin ella. Una cosa es hablarle a Dios de nuestros problemas, y otra cosa es dejárselos a El. Ella Había venido a la presencia de Dios con una carga muy grande, y ahora regresaba sin a casa sin ella, contenta y feliz,y con una promesa.
Muchas veces venimos a la presencia de Dios con un problema, y regresamos a casa con el. La cuestión es que venimos y le platicamos a Dios de nuestros problemas pero no los dejamos en sus manos. Estimado lector, aprendamos a dejar todo en manos de Dios y sigamos nuestro camino en paz.
El gran cambio en la historia de esta mujer se debió a tres factores: El primero, su búsqueda y oración sincera a Dios. El segundo, el aliento que recibió: “ven en paz y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho“(1 Samuel 1:17) Y el terceo, su resolución de dejar su problema en manos de Dios.
Después de esto su rostro cambió: “No estuvo más triste…” (1 Samuel 1:18) Y creo mi estimado lector, que cualquier rostro cambiará, con toda certeza, cuando el corazón descansa en Dios.
Estimado lector crea en Dios, sea feliz en este mundo, y un día vaya al cielo.