El chiste del oso y del conejito dice así:
Un día, estaban en el bosqueun oso y un conejo haciendo caca sentados uno al lado del otro. De pronto, el oso le pregunta a su improvisado compañero de necesidad:
—Oye, conejo, ¿a ti te molesta que la caca se te quede pegada en los pelitos?
—No —le respondió el conejito muy ufano—. Para nada
Entonces va el oso, agarra al conejo de la pancita y se limpia con él.
Si Javier Corral es coherente e inteligente, poquito aunque sea, debe entender el chiste anterior como una fábula, cuya moraleja le brinda una dorada oportunidad para hacer las paces con Maru, con el PAN, con la ciudadanía, con la dignidad y la vergüenza
Javier Corral debe, de inmediato, limpiarse sus propios pelitos con los nombramientos de Fernando Mesta, Carlos Olson y cuanto funcionario, del nivel que sea, guarde la más mínima relación con el caso del Pablogate; y luego, salir a medios y poner cara de yonofui —mezclada con Omaigod—, a decir: “¿Cóooomo? ¿De veras? ¡Bendito sea el Señor! ¡Yo no sabía!” y limpiar la porquería que a sus armas y blasones le acarrea la presencia nefasta de estos mequetrefes.
En bandeja está, servido, el platillo de la contemporización, de la reconciliación y del festejo porque, si a alguien le acarrea desprestigio e ignominia la presencia infame de esa caterva, es al propio Gobierno del Estado y al titular del Ejecutivo.
Porque Javier le puede caer gordo a algunos… bueno, a muchos —ya, total, a la gran mayoría de los chihuahuenses—, pero lo que sí es seguro es que él no puede estar al tanto de lo que sus achichincles hacen, o deshacen, en su nombre. Yo no veo a Corral redactando las acusaciones, ni fabulando, ni fabricando pruebas. Eso lo hicieron quienes le sirven, y le sirven mal, creyendo que sus deseos son órdenes puntuales y exactas. El primer deber de esa bola de espantajos era prevenirlo sobre los riesgos que corría al amenazar, sin ton ni son, con presentar denuncias que carecían de pruebas. Y luego preguntarle si estaba dispuesto a la maquinación y al fraude procesal con tal de ver colmados sus emponzoñados anhelos.
Y ahí sí, me dispensan. Yo, que me asumo como parte de una gran mayoría, estoy seguro que su respuesta puntual, breve y tajante habría sido: “no”. Y no porque Javier Corral sea el epítome del Estado de derecho, no señor; sino porque el individuo podrá ser cualquier cosa menos estúpido.
No me imagino a Corral revolcándose en la inmundicia, muy contentito, sabedor de que a la vuelta de la esquina sus infundios, prendidos con alfileres, iban a terminar por desplomarse sobre su cabeza y la de toda esa ópera bufa llamada pomposamente: “Justicia para Chihuahua”.
A estas alturas, el Gobernador debe tener claro que a sus afanes persecutorios se los acaba de llevar el carajo. Lo que es peor, si continúa empeñado en que prosperen, lo único que va a conseguir es incrementar la popularidad de Maru pues, quiéralo o no, con las torpes pesquisas de sus fallidos cazadores, lo único que logró fue catapultarla a nivel nacional en calidad de víctima —que además sí lo es y está mutiprobado— y, de paso, ahorrarle millones de pesos en publicidad.
En este momento, Maru está más cerca de la gubernatura que en cualquier otro de toda su trayectoria pues, a su condición indiscutible de política consumada —y de carácter—, deben agregársele ciertas condiciones imposibles en omitir en estas circunstancias: la de mujer íntegra, víctima de la misoginia… en el año de la paridad de género.
Mañana, deben estar esperando en el despacho del Gobernador —y de la piedra preciosa—, las renuncias de todos y cada uno de los involucrados en este esperpento de investigación, ni más ni menos.
Por cierto, ya que estamos en el asunto de los conejitos propicios, de Rocío Reza mejor ni hablar, ¡a qué oportuno COVID que le vino a caer —AMLO dixit— como anillo al dedo! Y Maderito, ¡ay! Pobrecito Maderito con aires de caudillejo, no va a tener de otra que sepultar su desmedida ambición debajo de ese sombrerote que le ha dado por vestir.
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Luis Villegas Montes.