Es más fácil manejar
la emoción que la razón
Mucho se ha escrito de la degradación del sistema político conocido como populismo que arrastra a las sociedades a ser rehenes de un personaje que aprovecha circunstancias o coyunturas, con el agregado del don de palabra y de enrutar a los ciudadanos a sendas desconocidas bajo la promesa y engaño de un mundo mejor. Son los flautistas del siglo XXI que como el cuento de Hamelin convenció a los habitantes de un pueblo invadido de ratas de que si lo contrataba se llevaría todas las ratas del lugar.
Quedaron esperanzados de esa propuesta y lo contrataron, con la promesa de pagarle más de la cantidad solicitada de dinero por si cumplía su ofrecimiento de exterminio. El flautista sacó de su bolsa una flauta de madera y empezó a tocar una música armoniosa. Las ratas salieron de todos los rincones y lo siguieron hasta las afueras del pueblo donde había un rio y ahí se ahogaron. El flautista regresó a reclamar su pago, pero ya se les hizo muy alto y consideraban que había sido muy simple tocar la flauta para sacar las ratas.
Se negaron a pagarle la cantidad pactada y entonces el flautista volvió a tocar su flauta y ahora empezaron a seguirlo todos los niños del pueblo, callados e hipnotizados, y nunca más volvieron a saber de ellos.
Su emoción por resolver la plaga de ratas, su incumplimiento por el pago por considerarlo muy alto y descalificar al flautista, la música que deleitó el oído de las ratas y luego la reacción por no cumplirle el pago terminó en satisfacción y tragedia de Hamelin que se quedaron sin ratas, pero también sin los niños del pueblo.
Algo similar está sucediendo en varios países con sistemas populistas, tanto de izquierda como derecha. Con un tono desenfadado, coloquial y directo hipnotizan como el flautista. Una de las palancas o técnicas del populismo es el uso de la emocionalidad a través del lenguaje y la imagen, de posturas falsas y estudiadas, de mentiras completas o verdades a medias con gran desparpajo y cinismo.
La emocionalidad del populismo es que los políticos le hablan al estómago y a la emoción, a la necesidad y percepción de los ciudadanos, creando mundos inexistentes o estados irreales. La pregunta lógica es ¿cuál es la razón de que sigan teniendo éxito o aparezcan bien posicionados en encuestas a pesar de muchas medidas incongruentes y absurdas o de decisiones que afectan a la gran mayoría?
Obvio es que le hablan a la emoción de la personas, le configuran el bolsillo haciéndoles creer que es un regalo personal, pero, sobre todo, a través de redes sociales y de la televisión principalmente, son como el flautista que seduce y lleva al matadero a quienes lo siguen.
Y ¿quiénes son los culpables del populismo?, ¿quién los alimenta con ideas y propuestas descabelladas, necias y tercas? ¿en qué medios o plataformas se sostienen y quiénes son sus seguidores?
Una respuesta nos la ofrece de manera directa Quintana Paz al señalar que criticamos el populismo político, pero olvidamos que todos nosotros echamos gasolina a ese fuego al sustituir el juicio racional por la emoción. Dice que solemos acusar a nuestra clase política de todos los males: la corrupción, la ineptitud, la falta de valores, la ignorancia y la polarización, pero esa clase política no es más que el reflejo de la sociedad a la que sirve y se sirve. La ciudadanía es quien siembra el fruto del populismo y la degradación institucional. O, dicho de otro modo: el populismo existe porque lo hemos ido regando año a año en las urnas. Para un creciente grupo de filósofos y politólogos, la semilla de ese populismo tiene nombre propio: emotivismo social.
¿Qué será más fácil: manejar la razón o la emoción?
Por supuesto que la emoción, en especial, en una época donde a veces, al salir de casa dejamos descansando la razón, para no gastarla o perturbarla. Es más fácil conducirnos con la emoción. Nos subimos al auto y vamos rechinando llantas, gritando al otro conductor, recordando el diez de mayo con el claxon, desesperados porque no nos dejan rebasar ni avanzar los autos de adelante. En el autobús vamos extraviados con los audífonos instalados como nuevas prótesis o ampliaciones de las orejas, clavados en el celular haciendo callo en las yemas de los dedos de tanto “dedear” en la pantalla, ofreciendo a diestra y siniestra likes de cada video ocurrente, ridículo, oportuno o dramático.
Las emociones las llevamos a flor de piel. Respiramos, vemos y sentimos emociones. Y los políticos lo saben muy bien, por eso ingresan a las redes sociales con la plena certeza de que es más fácil llegar por la emoción que por la razón.
Viva la emoción, muera la razón, es el grito de guerra y rebeldía.
La emoción está ya por encima de la política en las campañas electorales; arriba de las preferencias de compra en productos comerciales; en las reacciones en las redes sociales que son el nuevo nervio de una sociedad. Lo que pasa en las redes son como las cuerdas de un violín que vibran de manera aguda porque nos gusta seguirla como el sonido de las flautas.
El imperio del emotivismo es parte de un proceso donde el relativismo y el narcisismo hacen su papel de justificación. Nos decimos emocionados de todo y por todo, sin mayor argumento del “me gusta” o “no me gusta”, “me cae bien”, “bien chido” o “me choca”. Esos son los “valores” del emotivismo que alimenta el estar de acuerdo en todo sin someterlo a la razón, porque se nos haría “muy gacho” o de mal gusto no coincidir con otras personas. Le llamamos tolerancia a aceptar lo que sea para no incomodar a las personas; tenemos miedo de sostener un principio o convicción porque podríamos “lastimar” a alguien más.
Y el resultado es un narcisismo galopante donde al no llevar la contraria a otros, les alimentamos el ego y los convertimos en seres intolerantes. No permiten que nadie los critique o que no estén de acuerdo con ellos. Se encierran en su caparazón, en su “verdad” y quien no coincida con ellos, es una intolerante.
El emotivismo también se refleja en lo que se llaman generaciones de cristal o mazapán, porque se rompen por cualquier adversidad en la vida o se desmoronan ante cualquier movimiento brusco. El problema es que como en otras crisis, buscamos culpables y hacemos sentir a los hijos adolescentes o jóvenes como prototipos de las debilidades de su generación.
Solo que no pensamos en que si hay hijos “de cristal” vienen de papás “de cristal” o hijos “mazapanes” provienen de padres “mazapanes”. La misma sociedad ha creado y alimentado ese ambiente de emotivismo, permisividad y de perezosos de leer, escribir y razonar.
Hemos cedido al embrujo de las redes sociales donde con solo expresar “me gusta”, quiero, tengo o deseo esperamos que todo se nos facilite y nos llegue a la puerta de la casa, como ya vivimos asi. Cada deseo o capricho está a la puerta de la casa.
En ese trascurrir se va la vida, todo es líquido, corre como el agua. No hay nada sólido.
Y todo está a la mano: deseo chatarra, como frituras y antojitos que encontramos en cualquier tienda de esquina o de conveniencia: cargados de azúcar y de sal. O en supermercados. Las góndolas están rebosando de antojitos: asi la vida la hemos cubierto de góndolas con deseos “chatarra” que vamos avanzando y las vamos tomando porque nos “gustan” y se nos antojan. Las comidas y las bebidas son light, ligeras y sin esencia y el resultado es una vida y pensamiento light: por encima, superficial y sin compromiso
Ese “me gusta” es el lema de nuestra sociedad porque es la nueva medición de lo que somos y valemos. Una persona entre más cantidad de “me gusta” tenga en su celular es más respetado e influyente
Ahí están los llamados influencers que muchas veces sin el menor estudio, experiencia o madurez, los hemos convertido en “lideres de opinión” a los que seguimos como modelo
Mientras que pienso, luego existo que era el principio del racionalismo, el lema del emotivismo es: siento, luego existo.
Entonces, ahora es más fácil un paño de lagrimas que un argumento de sentido común o racional.
Es más fácil y cómodo actuar con emociones y los políticos populistas lo saben muy bien y apelan a eso. Fácilmente influenciables e impresionables; nos manejan con palabras que descalifican a los contrarios, se burlan e ironizan del pensamiento de los que no piensan como ellos. Y luego sacan sus flautas para que los sigamos ciegamente al matadero.
O nos activamos como sociedad, dejamos de escuchar el canto de las sirenas en las redes sociales o nos tapamos los oídos como hizo Ulises para no caer bajo la seducción de unas creaturas de la mitología que con sus cantos penetraban por los oídos hasta el cerebro y los atraían para ser devorados por las sirenas.