Una reflexión personal.
A la típica expresión “clase media” habrá que añadir, ahora, la acuñada por el presidente de la República días atrás y “sin querer queriendo” (El Chavo dixit): “clasefascista”.
Ciego a lo que no se ajusta a su particular visión del mundo, lejos, lejísimos, de comprender que los resultados electorales obedecen a una compleja multitud de factores, entre ellos, el desempeño de su propio gobierno y los yerros en su administración, para el presidente, el único a tener en cuenta es el voto de la clase media; a la que acusó de estar manipulada por los medios de comunicación financiados por oscuros intereses: “La clase media ‘manipulada’ permitió el fascismo de Hitler, el golpe de Estado de Pinochet en Chile y respaldó el asesinato del presidente Madero en México”.[1]
Días antes, había dicho también: “El presidente Andrés Manuel López Obrador sostuvo este lunes que su Gobierno busca constituir una nueva clase media más humana, fraterna y solidaria para que resista campañas de manipulación”.[2]
Ambos dichos, constituyen los últimos eslabones de la cadena de ataques a la clase media que empezó con la insistencia enfática de que:“Sí, sí sí, hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda sin escrúpulos morales sin ninguna índole, son partidarios del que no transa no avanza”.[3]
Como se ve, no se trata de un mero exabrupto. Existe una campaña de descalificación dirigida a debilitar uno de los puntales más activos, más dinámicos y más necesarios en cualquier país: la clase media. La clase media, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), ronda el 40% de la población del país. Medida por sus hábitos de consumo e ingresos, por vía de ejemplo, pertenecer a un hogar con por lo menos un ordenador, “que gasta en torno a 1.500 pesos al mes en comer fuera de casa y donde alguien cuenta con tarjeta de crédito”.[4]
Pues bien, es contra esa clase media que suma decenas de millones de mexicanos —cuyo único “pecado”, según esa óptica maniquea, es querer una mejor calidad de vida para ellos y para los suyos—, que ha decidido el presidente dirigir sus baterías.
Más allá de si se trata de una brillante estrategia distractora (otra) con la que un sagaz AMLO desvía (manipula) la atención de la gente respecto de los verdaderos problemas del país (un montón), lo cierto es que ese conglomerado de más de 44 millones de personas debería estar atento, pues lo que hasta ahora había sido legítima aspiración, esperanza limpia, sueño justo, es ahora un camino pavimentado al infierno de los campos de concentración y hornos crematorios.
Según esa torcida visión de las cosas, desear un televisor, una lavadora, un refrigerador, un automóvil, dos pares de zapatos, agua caliente, ropa limpia e hijos sanos y felices; o trabajar de sol a sol, pagar impuestos y construir a diario un pequeño negocio, constituyen una expresión latente de odio que a la postre nos llevará a montañas de cadáveres en las calles porque ser clasemediero en nuestros días es ser remedo de un asesino envilecido y jactancioso.
Absurdo.
Que se cuide la clase media porque en pocas palabras nos están diciendo que vienen por nosotros; que vienen por nuestros huesos para hacernos, a la fuerza y como dice López: más humanos, más fraternos y más solidarios. Vienen por nosotros porque quieren nubes de pobres hermanados en la hambruna, la enfermedad y la miseria colectivas. Vienen por nosotros porque, y ya lo dijo el presidente, clasefascistas.
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