Ni modo, en un asunto respecto del cual parece que ya se dijo todo: ahí voy yo también a echar mi cuarto a espadas.
A mí no me gusta Chumel Torres. Me desagrada su estilo y punto. Sin embargo, desde hace años, escucho a mis hijos hablar con entusiasmo de “El Pulso de la República”. “¿Qué es eso?”, preguntaría yo en alguna ocasión y ¡zaz!, llegó contundente la respuesta en un video de Youtube y tan tán, ahí estaba Chumel. Repito: no me gusta su estilo y nada más; le admiro, en cambio, el talento para abrirse paso en un universo saturado de contenidos, de imágenes, de figuras. Algún mérito debe tener quien nada más a fuerza de ingenio, descuella en los terrenos de la comunicación sin una gran producción detrás.
Creo además que a quien no le gusta tendría que hacer lo mismo: no verlo y ya. Pero de ahí a empezar a hablar de los contenidos de su programa en ese tono imbécil (imbécil por lapidario) haciéndolo reo de todos los males de la comunicación en México, me parece grotesco.
“Clasista”, “racista”, “sexista” y un amplio etcétera, han servido para adjetivar su labor; el problema es que vivimos en una sociedad hipócrita cada día más estúpida en donde, de un tiempo a la fecha, está muy bien decir algunas cosas y está muy mal decir otras; cualquier idiota puede descalificar la religión, burlarse de la noción de Dios, destruir patrimonio histórico, ensalzar el aborto (sí, ese mecanismo a través del cual las mujeres asesinan a sus hijos) o defender preferencias sexuales incluido el sexo con menores (enfermos de porquería) y en cambio, no se le puede llamar por su nombre a algunas cosas porque “no vaya a ser que alguien se ofenda”.
Recuerdo el caso de una amiga con una hija “pachoncita” (por no decir gorda) a la que sus compañeritos le hacían bullying; preocupada, la directiva del colegio la mandó llamar para ver qué medidas deberían tomarse; mi amiga, un pozo de sensatez, los mandó al carajo; no había que hacer más de dos o tres cosas: hablar con la niña y dejarle en claro el amor incondicional de su familia, explicarle las consecuencias de comer como cerdo, castigar de manera ejemplar a los chamacos autores del acoso (y de paso a sus respectivos progenitores porque la manzana nunca cae lejos del árbol y si los chamacos son unos patanes es porque sus padres lo son) y dejarle en claro a la lepa que la felicidad y el éxito en la vida no dependen de la opinión ajena. Vivimos en una sociedad con mocositos de cristal, donde voltear a ver feo a alguien constituye un abuso y en virtud a las “buenas maneras” debemos someternos a un intercambio dialéctico para ver si se legaliza la pedofilia. Imbéciles.
Igual ocurre con el asunto de Chumel; mientras un montón de idiotas se congratula porque salió del aire, no se dan cuenta que lo único importante, significativo y trascendente es la criminal intromisión del gobierno en un asunto que debería serle del todo ajeno.
Todo empezó porque a su hijito, “El Chocoflan”, le llamaron precisamente “Chocoflan”. En un México donde millones de personas nos hemos dedicado, por décadas, a mofarnos los unos de los otros con remoquetes de toda índole (algunos más merecidos que otros) y donde ningún Presidente de la República, ni miembros de su familia, se ha escapado de dicha carnicería, vienen el par de mamones presidenciales a señalar con dedo flamígero a un comunicador. Ellos, sí ellos, que se han burlado de todo y de todos; ellos, que han satirizado, escarnecido, vituperado, vilipendiado, agredido, insultado u ofendido a medio país, se sienten víctimas de violencia. ¡Por Dios! ¡Es de locos!
Si tuvieran vergüenza, si tuvieran memoria, si tuvieran poquitita decencia se habrían callado el hocico y mantenido sus sucias manos fuera de esto que, véasele como se le quiera ver, es una intromisión del hombre políticamente más poderoso de México (y su vieja) en contra de la libertad de expresión. Nada más y nada menos.
Tolerar, consentir, transigir o minimizar ese exceso es pavimentar el camino a la dictadura. Quien no vea ese hecho, ni lo entienda, ni lo valore en su justa dimensión es tonto, muy tonto, o es chairo (que es casi lo mismo). Y sí señor: #TodosSomosElPulso
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Luis Villegas Montes.
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