¿Tenemos memoria fundida, inteligencia inhumana o delegamos los recuerdos a una máquina?
Cada vez vamos cediendo y depurando las funciones de nuestro cerebro. La capacidad de retener datos en la memoria se complica más por la falta de uso y entrenamiento a pesar de la ley natural que dicta que órgano que no se usa se atrofia. Esa deficiencia avanza de manera galopante en el cerebro.
La historia nos documenta que unas capacidades relevan a otras, que mientras unas se afilan y son más sofisticadas el costo es que otras se desdibujan. El caso más concreto es la memoria humana como la capacidad de retener, archivar y traer del pasado al presente datos, emociones y conocimiento. La memoria es la capacidad mental que posibilita a un sujeto registrar, conservar y evocar las experiencias (ideas, imágenes, acontecimientos, sentimientos, etc.). El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española la define como la facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado.
Es una de las facultades esenciales del cerebro aparte de razonar, es la memoria porque retiene historia y pasado, orígenes y raíces que nos ayudan a comprender el presente y darle sentido a la vida. A nosotros mismos la memoria nos aporta datos y fechas, nombres y emociones que nos da identidad.
Aprendimos de memoria las tablas de multiplicar, las letras del alfabeto, las reglas gramaticales, como llegar a determinados lugares, los números telefónicos de nuestros familiares, pero al utilizar de manera permanente un dispositivo electrónico como el celular donde hemos depositado esas funciones, simplemente suplimos la memoria por el teléfono porque ya no tenemos que saber esas tablas de multiplicar al tener a la mano una calculadora integrada al teléfono; las fechas de cumpleaños de nuestros amigos y seres queridos los hemos olvidado porque las redes sociales se encargan de recordárnoslos, incluso con un día de anticipación y hasta nos dan opciones de felicitarlos con frases cortas y hechas, dibujos de globos, confeti y regalos.
No se digan los números telefónicos porque lo que antes anotábamos en un “directorio” manual que era nuestra base de datos, ahora están grabados en lo que llamamos “contactos”. Lo más común es que cuando nos preguntan nuestro número telefónico, recurrimos a revisarlo en el aparato con la ridícula explicación de que “no me lo sé, porque nunca me marco…”
Por eso, sin celular somos hombres muertos y vacíos. Si lo perdemos, perdemos nuestra memoria, perdemos nuestra historia y con ello, nuestra vida.
Desde el punto de vista médico, el perder la memoria puede ser un síntoma de demencia. En las personas ya muy grandes, se le califica como demencia senil. Esa demencia afecta, obvio, a la memoria, al razonamiento, a la forma de reaccionar y discernir y en caso extremo es la enfermedad de Alzheimer.
En el caso del posible daño a la memoria por el inmoderado uso de celulares, lo que le llaman demencia digital, es defendida por varios estudiosos del impacto del teléfono móvil y argumentan que lejos de dañar, ayudan a mejorar la memoria a la hora de recordar cierta información.
Mientras, neurocientíficos muestran preocupación por el daño a las facultades cognitivas (de conocer) por el abuso de la tecnología digital e implementaron ese término de “demencia digital” para dar una idea de consecuencias. Los archivos ya son llamados “memorias” ya sean fotos, documentos, videos y son móviles. En las máquinas se pueden intercambiar “memorias” de diferentes formas: USB, Drive, discos duros, portátiles, etc. Hay memorias de corto plazo o temporales que se pueden abrir y hay memoria de largo plazo y luego se puede enviar o colocar en una “nube”.
No se puede dudar de la utilidad de celulares o sus aplicaciones que nos sirven de “memoria” para recordarnos pendientes, citas o agendas que muchos defienden como forma de “liberar” memoria de nosotros, como si fuera mucha la que usamos. El efecto puede ser a la inversa, al usar menos la memoria, menos la ejercitamos y por lo tanto se disminuye.
Cuando estamos conectados a diferentes dispositivos o recurrimos para varias cosas a la tecnología digital le decimos hiperconectividad lo que puede considerarse que nos impacta en la falta de atención o dispersión por tantas “ventanas” abiertas. El otro fenómeno es el llamado “hipertexto” que nos lleva de un lugar a otro y de pronto ya no sabemos donde empezamos, donde estamos, qué andamos buscando y porque entramos en un determinado portal. Nos perdemos en la galaxia virtual. El otro elemento es la pérdida de la memoria porque lo que nos llega a interesar lo archivamos ahí mismo en la computadora o en el teléfono sin hacer el mínimo esfuerzo por tenerlo en nuestra memoria humana.
Hemos mutado de la memoria humana a la memoria tecnológica o de una máquina.
¿Qué es muy cómodo y práctico? Claro, la clave y el negocio de la tecnología es esa: que nos facilite la vida para que sigamos conectados e hiperconectados, que sigamos siendo clientes cautivos para la extracción de datos que luego venden a grandes compañías. Al ir perdiendo nuestra memoria vamos edificando una dependencia de todo, una sensación de comodidad porque tenemos todo lo tenemos guardado.
Por eso, el aprecio emocional a los celulares. Ahí tenemos ya radicada nuestra memoria corta o extensa. En los pequeños aparatos que guardamos cerca del corazón, fajados en la cintura, en el bolsa trasera del pantalón, en la mano o donde sea traemos toda nuestra vida, aunque nosotros nos vayamos quedando vacíos.
Ante el avance impresionante y apabullante de la llamada “inteligencia artificial” la inteligencia humana es menos humana, menos capaz de retener y más dispuesta a ir vaciando los datos, conocimientos, claves, nips o contraseñas a un teléfono que se ha ganado el nombre de “teléfono inteligente” -smartphone- que en poco tiempo ya pensará y actuará por nosotros.
Hemos ido cediendo la capacidad de nuestra memoria humana para vaciar toda nuestra “base de datos” a dispositivos electrónicos, que si bien, tiene mucha mayor capacidad de memoria que la memoria humana, el siguiente paso podría ser la sustitución.
Acaso, ¿estamos ante un cerebro desmemoriado, una memoria fundida, con muy pocas megas o ante el riesgo de una inteligencia inhumana?
Nuestros recuerdos los estamos depositando en una máquina, nos vamos deshaciendo de lo nuestro para no tener el reto de memorizar, abandonamos el trabajo de organizar nuestros archivos mentales, de intentar aumentar la capacidad de memoria humana y nos echamos a los brazos de que alguien lo haga por nosotros, aunque ese “alguien” sea una máquina, un robot, un dispositivo, una computadora o una celular.