Militarismo: dícese la preponderancia de los militares, de la política militar o del espíritu militar en una nación.
El término viene al caso porque describe lo que significa e implica uno de los de los acuerdos publicados en el Diario Oficial de la Federación del 11 de mayo. Es decir, el acuerdo mediante el cual se estipula la intervención de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública.
Con ese “Acuerdo”, que en realidad es otro decretazo del presidente López Obrador, ha iniciado la era del militarismo. Así, el presidente vuelve a contradecir sus propias palabras: “Que ejército regrese a los cuarteles”, exigía hace cuatro años a la SEDENA el entonces presidente de Morena.
“No se resuelve nada con el uso del Ejército y la Marina”, decía en aquel entonces López Obrador. Tres años después, ya como presidente electo de México, cambió su discurso e inició su camino para ir mucho más allá de la estrategia de seguridad que tanto le criticó a Calderón y de la intentona de Peña Nieto para militarizar al país a través de una nueva Ley de Seguridad Interior.
Fue en el 2018, justo después de que la SCJN declarara inconstitucional la Ley de Seguridad Interior impulsada por Peña Nieto, cuando -en materia de seguridad y las labores de las fuerzas armadas- las acciones de López Obrador, presidente electo de México, vs. el discurso de López Obrador, candidato a la presidencia, comenzaron a discrepar clara y notoriamente. Es decir, desde que López Obrador presento su “Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018–2024” ya se visualizaba su intención de militarizar la seguridad pública; intención que ahora, “de manera extraordinaria”, se ha concretado.
Que quede claro que no se trata de descalificar la labor del Ejército y la Marina como instituciones del Estado, el problema es que con la entrada en vigor del citado “Acuerdo”, se está abriendo rápidamente el paso a la total militarización de la seguridad pública (y por ende, del país); cosa que bajo ninguna circunstancia debería pasar en un país cuyo gobierno se autopresume como humanista, ecuánime y sensato.
Es evidente que el plan de los abrazos (y no balazos) no ha funcionado en lo mínimo y que, por lo tanto, se necesita mano firme en materia de seguridad; pero hay un mundo de diferencia e incuestionable contradicción entre no usar las balas y la fuerza pública excesiva para enfrentar situaciones que representan una amenaza a la seguridad pública o interior (según sea el caso específico), y disponer que la Fuerza Armada permanente participe de manera complementaria con la Guardia Nacional en las funciones de seguridad pública hasta que dicha institución policial desarrolla su estructura; o sea, por tiempo indefinido.
Finalizo en esta ocasión, citando lo dicho alguna vez por la escritora estadounidense, Alix Kates Shulman: “Creo que el militarismo, un ejército y una armada permanentes en cualquier país, es indicativo de la decadencia de la libertad y de la destrucción de todo lo mejor y lo mejor de nuestra nación”.
Aída María Holguín Baeza