Al echar una mirada al mundo, podemos ver en el corazón de las personas mucho sufrimiento, y no son pocas las que experimentan en su interior tristeza, dolor y soledad. Por esto, hoy más que nunca, debemos volcar nuestra mirada al Dios consolador que es el único capaz de sanarnos integralmente, espíritu, alma y cuerpo. Este actuar de Dios consolador, bien descrito en las páginas de la biblia, tiene una base preciosa para consolar, se trata de su gran amor. Él es el único que puede aliviar la pena y el dolor. Es una consolación que recibimos por medio de la fe. Fe, es un don divino tan potente que, permite trascender el dolor, transformarlo en fuente de paz descansando en Dios. La segunda bienaventuranza, presenta una idea que puede sonar absurda, puesto que declara felices a los que sufren: “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados” No está hablando del dolor en sí mismo, sino que, el dolor es una bienaventuranza, porque abre una ventanita para vislumbrar la luz de la esperanza en la que Dios se manifiesta con todo su amor y poder.
¿Por qué son bienaventurados los que lloran? Porque Dios los consolará, es decir, Dios vendrá a ellos y Él mismo se convertirá en consuelo y les dará paz: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma” (Sal. 94.19)
Si nos detenemos un momento, miramos hacia atrás en nuestras vidas y reflexionamos un poco, descubriremos que tantos acontecimientos dolorosos de nuestro pasado que en su momento nos parecieron desgracias, hoy, al cabo del tiempo comprobamos que la desgracias, se convirtió en hechos en nuestras vidas, donde Dios manifestó su poder dando consolación.
Por lo general, cuando alguien se encuentra de repente con el sufrimiento, su primera reacción suele ser la rebeldía, “¿por qué?” y la protesta es lanzada en el fondo contra Dios, sin tomar en consideración que Aquel a quien se dirige la protesta estuvo en la cumbre del dolor, clavado en la cruz. Y la respuesta al “¿por qué?” viene siempre de allí mismo, de lo alto de la cruz.
Pero para poder tener un consuelo real, es imprescindible cumplir con una condición: vivirlo todo en la fe, que quiere decir que quien sufre, debe venir a Cristo, que llevando con amor las cargas que nos afligen, el dolor, la tristeza, inquietud y preocupación, ganó allí, en la cruz, nuestro consuelo y paz. Dice Isaías poéticamente: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores…” (Is. 53:4ª)
Cuando nuestra atención y fe son fijadas en Cristo y le adoramos en espíritu y verdad, entonces hacen su aparición el consuelo y la paz de Dios. En este momento el dolor y el sufrimiento son vencidos y quien confía en Cristo es vestido de alegría y la paz, y es entonces que es bienaventurado. Dice el salmo 30:11: “Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría”
Es seguro que, en la tristeza, en la enfermedad, en el duelo, en la preocupación, tenemos necesidad de ánimo y consuelo. Cristo es es fuente de toda consolación: “El cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor. 1:4) Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo, y un día vaya al cielo