Ulises es el hombre moderno y la filosofía es el
mástil al que se agarra para
resistir la atracción de las sirenas
MARIO DE LAS HERAS
La ansiedad y estrés que asimilamos y sufrimos todos los días como algo ya normal nos ha “atiriciado”, como decían en los ranchos chihuahuenses. Ese adjetivo era usado para describir a las personas que se sienten tristes y melancólicas, que ni el sol los calienta ni la noche les da cobijo.
Ahora se le llama coloquialmente depresión, inestabilidad o no encontrar su lugar ni la paz y tranquilidad. El sentido de la vida, desde hace tiempo, ha perdido su sentido, a pesar de medicamentos, ansiolíticos y tranquilizantes para buscar la calma del cuerpo. Tal vez, no se pueda resolver porque hay algo más adentro y profundo que no lo puedan resolver el prozac o un tafil
El afán por desestresarse o buscar la calma se han convertido en un nuevo ideal de una sociedad apresurada, inmediatista y neurótica, cada día más encerrada en el individualismo y terca por imponer dogmas ideológicos alimentando la intolerancia y violencia.
Hay varios escenarios ante esa situación. Existe una corriente que busca en la antigüedad soluciones a la vida moderna, retomando valores y principios que se han ido deslavando en el siglo XXI. Por ejemplo, se está recurriendo a filosofías de antes de Cristo como el estoicismo basado en Epicteto, uno de sus principales representantes quien en su Manual de Vida decía “no son las cosas las que nos perturban, sino nuestra interpretación de su significado”.
Mario de las Heras dice que “el estoicismo está mucho más que de moda. No es una prenda que se vuelve a llevar, sino una forma de pensar que nunca se fue y ahora se extiende silenciosa y también ruidosamente bajo otros nombres y otras formas. Es una filosofía que contagia de pensamiento en pensamiento y de obra en obra. Es la teoría en la que muchos atisban el secreto de la felicidad, del bienestar de la vida, en el trabajo, en las relaciones o en el propio ser”.
El estoicismo, ese pretendido retorno a la antigüedad, lo califica como el mástil al que se agarra Ulises en La Odisea para resistir la atracción de las sirenas, siendo Ulises el hombre moderno y el mástil la filosofía. Esa metáfora podría sintetizar uno de los dramas que vivimos en el siglo XXI.
La palabra estoicismo proviene de la palabra Stoa, que significa pórtico o portón en Atenas, punto de reunión de los seguidores del filósofo Zenón en el siglo III antes de Cristo. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define estoico en su primera acepción como “fuerte, ecuánime ante la desgracia” y lo mismo sucede con el diccionario de Oxford que lo viene a definir como una persona que sufre dolor o problemas sin quejarse o sin mostrar lo que siente.
Actualmente el término estoico se usa para las personas que son indiferentes al dolor y la pena, pero también al placer y la alegría. Ser estoico es evitar que nos perturben las sirenas del mundo actual, que lucen atractivas y provocativas, porque al ceder a sus encantos, somos devorados. Ser estoico es conservarnos imperturbables ante las desgracias o contrariedades externas que no dependen de nosotros. En este mundo sufrimos por las decisiones de otros, sin aceptar que no está dentro del ámbito de nuestra voluntad que reaccionen como nosotros quisiéramos. La propuesta estoica es ser virtuoso a pesar de lo que digan o hagan los demás. Nos angustiamos porque los demás no sienten ni piensan como querremos nosotros.
Pero también hay corrientes filosóficas que niegan principios, proponen eliminar todo lo pasado y deconstruir -o destruir- lo edificado por el solo hecho de ser del pasado. Hay corrientes que hablan de principios como el llamado nihilismo que es la negación de todo principio social, político y religioso. La palabra nihilismo, procede del latín nihil, que significa nada. Por lo tanto, esa doctrina considera que al final todo se reduce a nada y por lo tanto nada tiene sentido.
Esta es una paradoja de la vida moderna: nos quejamos de la pérdida del sentido de la vida, pero vivimos inmersos en el nihilismo, donde nada tiene sentido ni hay valores.
La otra epidemia mental y moral es el relativismo, que elimina la posibilidad de una verdad y se esconde en la promoción de que cada uno tenga su propia verdad, por lo tanto, hay tantas verdades como cada persona lo considere. Y entre la diversidad y dispersión se pierde la esencia, por eso, ha florecido la llamada posverdad, como propuesta para armar una supuesta verdad en base a lo que pensamos u opinamos, sin aportar evidencias e ignorando la realidad.
Aunque el psicólogo francés Gustavo Le Bon, autor de Psicología de las Masas (1895) desde muchos años atrás, había sostenido que las masas nunca han sentido sed por la verdad y se alejan de los hechos que no les gustan y adoran los errores que les enamora. Quien sepa engañarlas, será fácilmente su dueño; quien intente desengañarlas, será siempre su víctima.
En la filosofía se reflejan, por lo general, esquemas pendulares que van de un extremo a otro, como el ser humano. De la mentira a la verdad, de lo bueno a lo malo, de la verdad a la posverdad, de lo santo a lo profano, del mal al bien. La filósofa e historiadora alemana (1906-1975) Hannah Arendt dijo que “una mentira constante no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea ya nada. Y las personas que ya no pueden distinguir entre la verdad y la mentira no pueden distinguir entre el bien y el mal…. por lo tanto, un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira”.
Ese dilema está también en amar u odiar la verdad. Desde las tribunas de la filosofía resuenan porras de un lado a otro porque la filosofía está hecha por y para seres humanos, con sus grandezas y miserias, sus glorias y bajezas. Ha dado lugar para ateos y santos filósofos, para idealistas y realistas, empíricos y racionalistas, locos e iluminados.
Al final de cuentas, todos somos filósofos, tenemos algo de sentido común, lógica, virtudes y vicios. Tenemos una visión del mundo, creemos que tenemos “nuestra” verdad y confundimos ideologías con imposiciones, dictaduras con democracias.
La palabra filosofía proviene de filos, amante o amigo y sophia, sabiduría, por lo tanto, la filosofía es amor a la sabiduría, acercarse a la verdad y al conocimiento. No es ser sabio ni intelectual, simplemente es acercarse con humildad del ignorante a buscar el conocimiento, la luz de la sabiduría.
Hace días se celebró el día mundial de la filosofía y la reflexión que se antoja se reduce a dos preguntas: ¿amamos a sophia o la odiamos? ¿amamos a la filosofía o la odiamos?
Nuestra postura ante la vida y la realidad es nuestra filosofía, todos tenemos una forma de pensar y razonar, de evaluar y reaccionar, de entender y comprender, de tolerar y acariciar.
Todos somos filósofos y debemos ser amantes de sophia.