El confinamiento tiene costos importantes, algunos de los cuales han sido ampliamente documentados. Se ha difundido mucha información, por ejemplo, sobre los roces familiares en una convivencia que se vuelve forzada, sobre los retos de la educación y el trabajo a distancia, sobre las angustias que generan el temor al contagio y el miedo al desempleo y a quedarse sin ingresos. En los hogares más pobres, el hacinamiento se convierte en el problema principal y hace casi imposible respetar el aislamiento. Pero hay otros costos humanos que no se expresan tan abiertamente. porque su naturaleza es la discreción.
No solo las oficinas están cerradas, también los restaurantes, los bares y los centros de reunión y entretenimiento. No prestan servicio ni los moteles ni los hoteles. Un sinnúmero de amores clandestinos, aquellos que nadie reconoce pero que añaden sazón a las relaciones humanas, están suspendidos.
Supongo que al leer estas reflexiones las ligas de la decencia y los conservadores me lincharán. Las normas de las iglesias y de los moralistas establecen con virtual unanimidad que las familias y los matrimonios deben ser baluarte inamovible de fidelidad y exclusividad. “hasta que la muerte los separe”. La Cartilla Moral de Alfonso Reyes, que el presidente López Obrador ha recuperado, sentencia: “La familia es un fenómeno natural y puede decirse que, como grupo perdurable, es característico de la especie humana. La familia estable humana rebasa los límites mínimos del apetito amoroso y de la cría de los hijos”.
La vida, sin embargo, nos revela otra realidad. Muchos hombres y mujeres buscan la diversidad de forma natural, ya sea en relaciones amorosas o en simples coqueteos, y el confinamiento está volviendo más difíciles, si no imposibles, estos divertimentos.
En El Amor en los Tiempos del Cólera, Gabriel García Márquez narra el caso de una pareja que mantiene en secrecía una relación estable y sólida. Jeremiah de Saint-Amour, refugiado antillano, esconde su relación con “una mulata altiva, con los ojos dorados y crueles”, que “lo había acompañado durante media vida con una devoción y una ternura sumisa que se parecía demasiado al amor”. ¿Por qué eligieron “el azar de estos amores prohibidos”? En parte porque “Era su gusto”, explica ella. “Además, la clandestinidad compartida con un hombre que nunca fue suyo por completo, y en la que más de una vez conocieron la explosión instantánea de felicidad, no le pareció una condición indeseable. Al contrario: la vida le había demostrado que tal vez fuera ejemplar”.
El amor en los tiempos del Covid está lleno de angustias e inseguridades. Algunas parejas se separan, otras se reencuentran, algunas más se extrañan. El confinamiento puede renovar el amor, pero puede también imponer una distancia terrible para quienes se aman y no se pueden ver ni tocar.
En este momento de pandemia no puedo dejar de pensar en esa mulata que pierde a su amante, Jeremiah de Saint-Amour, cuando este decide suicidarse a los 60, con ayuda de ella, porque no quiere ser viejo. Ella “seguiría viviendo en este moridero de pobres donde había sido feliz”, nos cuenta García Márquez, quien reflexiona más adelante sobre otra pareja, Fermina y Florentino, que “habían vivido juntos lo bastante como para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte”.
Volar el ‘Reforma’
El Presidente y su ejército de incondicionales cuestionan al Reforma y a los periodistas que no aplauden. Quizá por eso hay gente que se siente justificada de amenazar con “volar” el edificio del periódico.