Según el ACNUR, la solidaridad es un valor humano fundamental que debe trascender fronteras y diferencias para demostrar nuestra naturaleza como seres humanos.
Este valor, dice la ONU, se identifica -por su trascendencia- en la Declaración del Milenio como uno de los valores fundamentales para las relaciones internacionales en el siglo XXI; es decir, uno de los valores en los que deben basarse las relaciones entre los pueblos, las culturas y las personas.
En ese sentido, la misma ONU enfatiza que, en el contexto de la globalización y el desafío de la creciente desigualdad, los problemas mundiales deben abordarse conforme a los principios fundamentales de la equidad y la justicia social, para con ello promover la paz, los derechos humanos y el desarrollo integral de las naciones.
Es pues en ese y con ese espíritu de solidaridad que, en diciembre del 2005, la Asamblea General de la ONU decidió proclamar el 20 de diciembre de cada año Día Internacional de la Solidaridad Humana. Día que debe servir para promover la cultura de la solidaridad y cooperación en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario.
Y así, con ese y en ese contexto, queda claro por qué Juan Pablo II afirmaba que la solidaridad no es un sentimiento superficial. Y no lo es -decía Juan Pablo II- porque se trata de la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos.
Dicho con palabras de Gioconda Belli, la solidaridad es la ternura de los pueblos. Ternura -entiendo yo- que se manifiesta en actos de generosidad empática y desinteresada (o sea, desprendidos de todo provecho personal, próximo o remoto) para resolver o mejorar situaciones problemáticas en la sociedad.
Por supuesto que, para resolver o mejorar situaciones las problemáticas de la sociedad, es necesario que los actos de generosidad empática y desinteresada provengan de todos y cada uno de los sectores de la sociedad, incluyendo a los actores políticos, partidistas y gubernamentales porque he ahí donde radica, de acuerdo con el ilustre humanista, Andrés Bello, la grandeza de las naciones: Sólo la unidad del pueblo y la solidaridad de sus dirigentes garantizan la grandeza de las naciones.
Entonces, a propósito del Día Internacional de la Solidaridad Humana, lo que procede es -entre otras cosas- recordar a los gobiernos que deben respetar sus compromisos con los acuerdos internacionales y, por supuesto, tomar y crear conciencia sobre la importancia de la solidaridad.
Que el sentimiento y el espíritu de la solidaridad se apoderen pues de las naciones, sus gobiernos y sus pueblos.
A modo de llamado corresponsable, concluyo citando lo dicho por la médica, educadora, política, defensora de los derechos humanos y de la mujer, periodista y escritora argentina, Alicia Moreau de Justo: Que la humanidad deje de estar dominada por el deseo de alcanzar ganancias inútiles. Que se renueve entre los pueblos el sentimiento internacional de la solidaridad.
Aída María Holguín Baez
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