¡Oh, qué sorpresa! resulta que el gobierno de los Estados Unidos, ese mismo que inventó la libertad, pero sólo para los blancos y los millonarios, acaba de descubrir que en México hay narcotráfico… y que tiene poder… y que domina regiones enteras. ¡Bendito sea el señor! ¡Qué alarde de inteligencia diplomática! ¡A la altura de descubrir que el tequila contiene alcohol!Sí señores, con ésas andamos. Ese faro de la democracia, ese campeón olímpico de la libertad, el policía no solicitado del mundo y fabricante serial de guerras ajenas, acaba de descubrir que en México existe el narcotráfico… y que, sorpresa de sorpresas, tiene poder. ¡Qué cosa tan rara, caramba! Aquí uno creyendo que los grupos armados que controlan carreteras, siembran miedo, levantan personas y desafían abiertamente al Estado eran, no sé… cooperativas de desarrollo regional, fábricas del bienestar.La revelación, dada en el corazón político de aquel país, digna de un episodio de “La Rosa de Guadalupe”, por cierto, pero con presupuesto del Pentágono, alerta —con tono solemne, como si se tratara de una recete médica que incluye penicilina— que los cárteles mexicanos han penetrado estructuras del Estado, se disputan territorios y mueven toneladas de droga hacia territorio estadounidense. ¡Benditos sean los analistas de Washington! Tantos años y millones de dólares invertidos en inteligencia… para decirnos lo que un chofer de Uber en Reynosa ya sabe desde 2006.
Según el último informe de esas lumbreras de la DEA, del Departamento de Estado y demás clubes de análisis con aire acondicionado, los cárteles mexicanos controlan rutas, corrompen autoridades, tienen armas, compran conciencias y —agárrese, lector incauto— ejercen violencia. ¡Imagínese usted! ¿Quién lo habría dicho? ¿Nosotros, los mexicanos, que vivimos entre retenes del narco y colonias blindadas por los militares? No, claro que no. Tenía que venir la voz del amo, el eterno vecino moralista, para abrirnos los ojos.Como buenos predicadores del apocalipsis ajeno, ahora nos señalan con su dedo huesudo y patriótico: “México tiene un problema de crimen organizado que amenaza la seguridad de nuestra nación”. Ah, claro, porque el tema no es que aquí nos maten, nos desaparezcan o nos saqueen. No. Lo importante es que allá, en la tierra de las hamburguesas, hay una epidemia de fentanilo. Y como no saben ni cómo frenarla, voltean a ver al sur y dicen: “Mira, mamá, fue el niño malo del otro lado de la barda”.Ironías de la historia: el país que inventó el consumo masivo de drogas ilegales, que tiene más armas que escuelas, y donde cualquier american boy puede comprar un rifle de alto poder antes que una cerveza, viene a sermonearnos sobre el poder del narco. ¡Hágame usted el refavrón cabor! ¿O ya se les olvidó a los gringos que allí se lavan los miles de millones de dólares que el narcotráfico produce año con año? ¿Que sus bancos —esos bancos que dan cursos de ética financiera en Harvard— le ayudan al crimen organizado a guardar su cash money?
Sin embargo, como era de esperar, ellos son los buenazos de la película. México es el patio trasero desordenado, sucio, lleno de latinos que hablan raro y que, para colmo, no saben contener a sus criminales; ¿y su solución?, más muros, más drones, más operativos binacionales que fracasan con puntualidad de reloj suizo.
Claro que —querida lectora, gentil lector—, no vaya usted a pensar que aquí somos inocentes. No, señor. Aquí hay gobernadores narcos, policías narcos coludidos con los primeros, generales narcos con cola que les pisen y presidentes narco que juran y perjuran que “todo está bajo control”, pero que el gobierno de Estados Unidos venga a decirlo como si estuviera revelando el secreto de la Coca-Cola o un asunto exclusivo de nuestro país, es una tragicomedia digna de Shakespeare… o de una mañanera.No nos hagamos tontos. Si el narcotráfico domina regiones enteras en México no es sólo porque aquí haya impunidad y gobiernos de saliva, sino porque allá hay consumidores insaciables, bancos ávidos, armas a precios de saldo y políticos que prefieren mirar hacia otro lado mientras hacen discursos inflamados contra “The mexican problem”. ¿O ya se les olvidó cuando el HSBC lavó dinero del narco en su propia casa, con aire acondicionado y café gratis, y lo multaron como quien le pone una palmadita a un niño travieso? ¿O cuando el mismísimo Congreso gringo descubrió que el 70% de las armas incautadas en México venían de su país, pero nadie movió un dedo porque la NRA (National Rifle Association) chilla cada vez que alguien dice “control de armas”?; ah, pero, no, no, no, no, el malo siempre es el mismo: el mexicano narco, violento y salvaje, un personaje perfecto para Netflix y para alimentar el complejo de superioridad moral de nuestros vecinos del norte.Continuará…
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Continuará…
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Luis Villegas [email protected], [email protected]