“El hombre joven que ha vivido y respirado
en las redes sociales desde niño tiende
a ser emocional, narcisista, adolescente, dependiente”:
A. Ballesteros
El escritor cubano Leonardo Padura, autor de la fabulosa novela El hombre que amaba los perros, dijo en el marco de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar en la Universidad de Guadalajara que la fórmula matemática de que la miseria crea miserables se refleja cuando se va da un deterioro cultural, cívico y urbano como sucedió en su país que impide crear por la falta de libertad.
Y no propiamente se refiere a una miseria material, que la existe, sino principalmente a una falta de espacio creativo y libertad cultural, sin limitaciones oficiales. Cuando hay reducción en apoyos al área cultural y académica, estamos al borde de una pobreza cultural que al paso del tiempo genera una sociedad culturalmente miserable.
Cuando también una comunidad toma distancia de la riqueza espiritual se abandonan principios virtuosos y se hace el trueque por acciones hedonistas y placenteras, entonces hay un desplome a una miseria espiritual que en poco tiempo se cobra a las próximas generaciones.
La novela Los Miserables de Víctor Hugo, surge precisamente de un caso de robo de un pan, por hambre. Y de ese hurto será el inicio de un drama para exponer la grandeza y miseria humana, y no necesariamente material, sino la del alma, la de la injusticia y el perdón, del amor desinteresado y el arrepentimiento. Una miseria material que termina en una grandeza espiritual.
En el tiempo actual, una sociedad ansiosa y estresada por la invasión masiva de pantallas, especialmente, después del encierro de la pandemia, fortaleció las oportunidades de tener acceso mayor al conocimiento y la consulta inmediata, pero también ha causado una pobreza cultural al abandonar medios lecto-escritores para activar racionalmente el cerebro. Al usar menos el cerebro por el uso de todas las aplicaciones digitales que suplen las funciones cerebrales, ¿podemos pensar en una miseria intelectual?
Este es uno de los riesgos que estamos viviendo por corrientes que pretenden romper con la historia y tradición, fuentes innegables de cohesión e identidad social, al proponer negar la propia historia y raíces de un pueblo.
El pasado y el porvenir de las sociedades son los dos extremos que se unen por el presente y para cruzarlo se requiere iniciar en el pasado, transitar por el presente y llegar al futuro, lo que da continuidad histórica por los vínculos y el desarrollo emocional y espiritual.
Abandonar o rechazar una cultura nos ubica en la miseria cultural e histórica y nos lanza a ser miserables, desposeídos de todo, pobres en nuestras propias raíces, desposeídos de valores que conformaron una Nación. Vivimos en un globalismo -que no globalización- por controles y recursos de ingeniería social que han ido destruyendo y negando lo que era la riqueza de la sociedad. Y hablamos del globalismo como una demoledora ideología que recorre el mundo, derrumbando bases y principios. O ¿aún no se ha percatado de los grandes cambios tan vertiginosos en los últimos tiempos que hemos tenido?
Precisamente, ahora que el Papa Francisco pasa por una grave crisis de salud señalaba que “la miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir como tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material se identifica con la pobreza que requiere ayuda urgente si las víctimas llegan a carecer de derechos fundamentales o de bienes de primera necesidad como la comida, el agua o las condiciones higiénicas, en cambio la miseria moral, por ejemplo, la dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía. Esa miseria moral, que produce angustia al resto de la familia, conlleva el riesgo de precipitar en la pobreza y esa miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente”.
Si bien, la miseria cultural no es propiamente pobreza, pero se llega a esa miseria cuando se recortan presupuestos para acciones culturales y educativas en aras de acciones políticas que dejan más dividendos electorales.
Por ejemplo, en el 2025 el presupuesto federal de la Secretaria de Cultura[1] tuvo una reducción del 28 por ciento en relación con el año anterior que significaba la tercera parte menos, mientras que para la Secretaria de la Defensa Nacional en el 2024 le incrementaron 134 por ciento su presupuesto, o sea, más del doble.
Conforme se observan las cosas, dice Pereira[2] “lo que sucede ahora es que estamos ante algo que no había existido nunca: ni en las cavernas, ni en Egipto, China, Grecia, Roma ni en el siglo XIX hubo esta economía, esta tecnología, esta cultura, esta psiquiatría, esta tecnocracia, este control capilar, esta capacidad técnica de destrucción, esta acumulación de poder (o, al menos, pretensión) de poder hackear al hombre por dentro, esta inteligencia artificial, esta posibilidad de controlar a toda la población mundial, este poder sobre el interior de los hombres”. Él mismo comenta que vivimos en una sociedad “patógena”[3] donde existe la medicalización de todo, los desequilibrios personales, las enfermedades nerviosas y los suicidios están ahí y creciendo.
Para Edmundo Vera[4], la peor de las discapacidades es la miseria espiritual y afirma que existen discapacidades físicas, intelectuales, emocionales-mentales, morales y espirituales, siendo la última con la que más daños producen los seres humanos a las comunidades, a la humanidad y la naturaleza.
“La miseria espiritual, sostiene, es una pobreza en la relación con los valores trascendentales, que cada uno establece con un Ser Superior o los mensajes infinitos del universo. Un discapacitado intelectual puede no hacer daño a los demás al no comprender los problemas complejos de la vida, muchos son buenas personas y pueden llegar a ser felices. En cambio, los que poseen el resto de los talentos y que sin embargo tienen miseria espiritual pueden cometer los más grandes y atroces crímenes de lesa humanidad”.
Evitemos entonces que la miseria espiritual nos convierta en miserables; o que la pobreza cultural nos arroje al mundo de la ignorancia y por lo tanto a la infelicidad.
No seamos internetmaniacos que el exceso de hábitos y manías nos roba la vida y la alegría. Nos exprime el tiempo y las horas, nos impide ver a los demás y las redes sociales nos hacen narcisistas, dependientes del espejo eterno.
La miseria cultural se refleja también en la intolerancia fanática para aceptar otras formas de pensar, vulnerando la libertad de expresión y pensamiento, descalificando la opinión diferente, tal vez contraria, lo que atenta a la dignidad humana por caer en un rampante maniqueísmo: si no piensas como yo, estás mal y no mereces vivir.
La miseria crea miserables pero la atrofia espiritual crea discapacitados espirituales.
[1] PANQUEVA, Jaime, (2024) Miseria cultural
[2] PEREIRA, Antonio-Carlos (2023) La sociedad del delirio, editorial Rialp, Madrid
[3] Patógeno se denomina a todo agente (en general biológico) que tiene la capacidad de ingresar, iniciar una infección y producir una enfermedad en un organismo vivo.
[4] VERA Manzo, Edmundo (2016) La miseria espiritual, https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/68/1/la-miseria-espiritual-la-peor-de-las-discapacidades